Como un péndulo que va hacia un lado pero no vuelve: así describe Laurie Anderson al mundo hoy. La imagen del péndulo que nunca vuelve recoge en sí misma varias interpretaciones, desolados retratos de algo que va contra su naturaleza, que se suspendió, se cristalizó en un punto, que frenó su curso. Para cada persona, puede tomar significados diferentes. Pero lo cierto es que un péndulo que va pero no vuelve es la perfecta imagen de algo que no está bien. La de las palabras y las imágenes es una antigua dialéctica a la que Laurie Anderson agrega música desde hace décadas. Sobre estos ejes se erige la obra de esta inclasificable artista que vuelve a Buenos Aires para presentarse, hoy a las 21 en el Teatro Opera (Corrientes 860), con el espectáculo An Evening With Laurie Anderson: una retrospectiva de su vida y su arte.

Una de sus últimas producciones, el documental Heart of a Dog, estrenado en 2015, es un profundo ensayo audiovisual con el que Anderson exorcizó la tristeza de la pérdida de su madre y de su esposo y compañero por más de veinte años –el músico norteamericano Lou Reed, fallecido en 2013–. La dulce y firme voz de Anderson es la que conduce a través de ese camino que, en poco menos de una hora, atraviesa los miedos, el dolor, la infancia, las enseñanzas, el presente, los interrogantes, la muerte, el amor. La película habla también de esta relación íntima entre las imágenes y las palabras aunque, de alguna manera, subvierte el orden. Porque las imágenes parecerían estar allí para apoyar la poesía de las palabras y de la música, y no al revés. 

“Si no podés hablar de eso, es porque no existe”, cita brevemente Anderson al filósofo Ludwig Wittgenstein, en un momento del film en el que indaga acerca de la capacidad del lenguaje para crear mundos. Pero, ¿son las palabras suficientes para contar el mundo? Su último show en Buenos Aires hace dos años, en el marco de la Bienal de Performance BP15, fue casi una declaración en ese aspecto: en un momento en el que las imágenes parecen invadirlo todo, brindó un espectáculo en el que las palabras tuvieron el mayor de los protagonismos. Sin embargo, no cree que exista en ella un afán por reemplazar una cosa por otra. En todo caso, se trata de hacerse eco de las necesidades expresivas de cada momento: “No creo que las palabras sean suficientes. El mundo está lleno de cosas que son muy difíciles de poner en palabras y que sólo una imagen puede describirlas en su profundidad. Hay imágenes tan simples en las que se puede caer de un modo completamente sensual y cargado de sentidos. Un cielo celeste, por ejemplo. No es necesario pensar imágenes muy complicadas”, aclara. Su voz, a través del teléfono, es el sonido de una serie de fotografías mentales, involuntarias instantáneas que se van formando, transformando y deformando durante los breves minutos que dura la entrevista. 

–En Heart of a Dog, dedica un apartado a desarrollar una teoría según la cual, cuando decimos, olvidamos. Es una extraña relación que establece con el lenguaje.

–Creo que cuando decimos algo, y lo repetimos, puede ocurrir que terminemos olvidando su significado. La repetición hace eso: como cuando contás una historia tantas veces, o la sentís tan intensamente, que al final cuesta conservar el sentido de lo que decís, mantener la verdad de esa historia. Creo que la repetición, muchas veces, hace que se vuelva más difícil encontrar las verdaderas emociones en lo que estás diciendo. Como cuando cantás una canción demasiadas veces: terminás olvidando lo que quiere decir.

–Hay una entrevista de hace casi diez años, durante la presentación del disco Homeland, en la que usted dice que el arte no es una buena manera de hacer política. Sin embargo, en su obra están muy de manifiesto sus preocupaciones en ese aspecto. ¿Sigue pensando igual?

–Suelo cambiar de opinión acerca del modo en que lidiamos con la política. Creo que, en los últimos años, la política se convirtió en un tema mucho más grande y más complejo de abarcar. Es muy difícil referirnos a la realidad, porque estamos en un permanente estado de emergencia. Y eso tiene que ver con que ya no se sabe qué es real. Ya no podemos saber si las historias que escuchamos son verdad o no. Somos incapaces de hacer esa diferencia. No se trata de una crisis política: es existencial, porque ya no somos capaces de entender la realidad. Entonces, cuando me decís que mi arte tiene un sentido político, yo debo responderte que mi arte es sobre la realidad y la manera que yo tengo de tratar de comprenderla. Y debo decir que se ha vuelto algo muy muy arduo últimamente.

–¿Cómo se lleva con la presidencia de Donald Trump?

–La verdad es que ya no puedo ni hablar de él. ¡Es semejante desastre! De todos modos, siento que es una situación mucho más compleja que simplemente culpar a Donald Trump. Creo que vivimos en un mundo tan complicado y que se mueve tan rápidamente que es difícil de entender del todo. Como artista es una época muy perturbadora. 

–¿El arte no es para usted una herramienta para atravesar estos momentos?

–Los artistas hacemos arte siempre, pase lo que pase, es nuestra manera de vivir. Entonces, situaciones como las que se viven en el presente pueden ser extremadamente frustrantes. Pero para todo el mundo, se dedique a lo que se dedique. Yo no veo respuestas posibles a la pregunta sobre si somos capaces de ayudar a cambiar algo, y es una pregunta muy presente. Y Nuestros partidos políticos tampoco son capaces de hacer nada, hay como una parálisis generalizada, de acciones y de emociones. Venimos de una serie de emergencias, una atrás de la otra. Parecería que las catástrofes vienen encadenadas: las malas noticias son como los huracanes, que no paran de llegar. Es abrumador. Te recuperás de una y ya llega la siguiente y la siguiente y la siguiente. Vivimos en estado de shock permanente, porque cada día hay una noticia terrible que supera a la anterior: hoy es la carrera armamentista, mañana los neonazis, el día después es Puerto Rico destruido, es infinito. Es como un péndulo que se columpia hacia un lado, pero no vuelve para el otro. Entonces, ¿cómo reacciona la gente ante estas catástrofes? Algunas veces, hacen como que no pasa nada: niegan todo. O hablan de eso todo el tiempo. O tratan hacer algo para representárselo. O marchan. Bueno: yo soy como la gente, quizás un día marcho, quizás un día pinto o hago una canción. Pero, ¿ser capaces de realmente cambiar algo? No lo sé. Tratamos de entender lo que está pasando para contarlo y no estamos pudiendo. Jamás pensé que diría una cosa como esta, pero el mundo resulta incomprensible para mí. No es mi intención ser tan negativa, pero sinceramente, no sé muy bien cómo decir las cosas de otra manera.

–Usted menciona a menudo una enseñanza budista que consiste en intentar sentirse triste sin estar realmente triste. ¿Es el arte un camino para lograr ese estado?

–Sí, por supuesto. Absolutamente. Pero, como todas las cosas: algunas veces funciona y muchas otras, no.