Nacida bajo un repollo

En 1969, le dijo a Gabriel García Márquez que su libro Cien años de soledad le había parecido hermoso. Él no dudó, abrió el libro por la mitad y se lo puso sobre la cabeza. Así, Isabel Steva Hernández, que acaba de morir a los 83 años, hizo una de sus tantas fotos antológicas. Esta fotógrafa nacida en Barcelona en 1940, es mucho más conocida como Colita, un nombre que le puso su padre. “Se suponía que yo había nacido bajo una col, una fantasía muy francesa”, contaba ella. También fue una fantasía muy francesa el deseo de su padre de enviarla a estudiar a la Sorbona Lengua y Civilización Francesa. Porque ella aprovechó ese tiempo para recorrer el país a dedo. Rebelde, abiertamente feminista, de izquierdas y atea, Colita no fue la farmacéutica que esperaba su familia sino una de las grandes fotorreporteras españolas, que comenzó a tomar fotos a los 12 años con una cámara casera y luego se formó junto a maestros como Oriol Maspons y Xavier Miserachs. Pero su mirada se formó sobre todo en las calles. Figura de la vida cultural de Barcelona, dejó retratos de la Transición, de la movida en la disco Bocaccio donde se reunía la gauche divine: “Éramos jóvenes y nos queríamos divertir en una realidad que no era nada divertida”, evocó. En el rodaje de Los Tarantos (1963), donde se encargó de la foto fija, hizo amistad con la cantaora y bailaora Carmen Amaya y se fue de juerga con su amiga por las calles gitanas. De allí surgieron las imágenes de uno de los más de treinta libros que publicó, además de su trabajo en prensa en revistas como Destino, Triunfo e Interviú. Retrató artistas y escritores como Joan Manuel Serrat, Dalí, Ana María Matute o Terenci Moix pero también, movilizaciones callejeras. Incluso hizo un fotorreportaje conmovedor sobre las personas enfermas de sida en los noventa. Sus fotos, como dicen los gitanos, tienen esa magia tan especial llamada “duende”.

Hércules en la colina

Académicos de la Universidad de Oxford han desvelado un misterio centenario que rodea los orígenes de una figura gigante trazada en una colina en Dorset: el Gigante de Cerne Abbas. Según una nueva investigación, esta imagen viril estaría retratando a Hércules para marcar un puesto de reunión para los ejércitos de Sajonia Occidental que luchaban contra los invasores. En 2021, las pruebas realizadas para el National Trust, propietario del sitio, revelaron que el gigante había sido tallado en el período anglosajón y no era prehistórico ni más reciente, como se había pensado. Ahora, Helen Gittos y Thomas Morcom, especialistas en historia medieval temprana, creen haber descubierto por qué se creó el gigante. Gittos explicó que el dibujo está una zona elevada, cerca de las principales carreteras, junto a un acceso a agua dulce, alejado pero accesible en relación a fincas vecinas. Estas condiciones lo habría convertido en punto estratégico. "Esta tierra fue propiedad de la familia real de Sajonia Occidental en los siglos IX y X y tenemos descripciones de esa tierra que indican que había una ruta militar que conducía a Giant Hill y que esta ladera parece un lugar de encuentro especial que ahora reconocemos en el paisaje anglosajón". Morcom, por su parte, explicó que Hércules era muy conocido en la Edad Media y que hubo un aumento particular de interés en él durante el siglo IX, en un momento en que la zona estaba bajo ataque de los vikingos. Es probable que por eso su figura haya sido la elegida para amedrentar enemigos.

Elvis, el holograma

Elvis Presley estaría cumpliendo 89 años por estos días. Y esa ha sido la fecha elegida para presentar Elvis Evolution. Se trata una “experiencia de concierto inmersiva” que utiliza inteligencia artificial y proyección holográfica. Se estrenará en Londres en noviembre, y también se planean espectáculos en Las Vegas, Tokio y Berlín. Para decirlo con claridad: la tecnología creará un Elvis digital de tamaño natural a partir de miles de sus fotografías personales y videos caseros. El holograma, dicen los textos de prensa “se presentará en una celebración de la vida y el legado musical de la estrella” después de un acuerdo entre Authentic Brands Group, los propietarios de la propiedad de Elvis Presley, y Layered Reality, una compañía británica de entretenimiento inmersivo. Andrew McGuinness, director ejecutivo de Layered Reality, dijo que, en esta puesta donde Elvis vuelve a la vida de un modo bastante singular, “la gente puede entrar a su mundo, ponerse sus zapatos y celebrar su extraordinario legado musical” debido que “ya nadie quiere recitales pasivos sino ser parte del momento”. El espectáculo también ofrecerá un bar y restaurante con temática de Elvis después de la fiesta de apertura en el centro de Londres, con música en vivo, DJ y actuaciones. Nadie parece reparar en el hecho de lo difícil que es ponerse en los zapatos de Elvis. Y habría que preguntarle a él si quiere a miles de fanáticos reviviendo su imagen solo para volver a fagocitarla.

Mi vida bajo el agua

Por más de dos años, el hogar de Curt Bloch fue un pequeño espacio debajo de las vigas de una modesta casa de ladrillo en Enschede, una ciudad holandesa cerca de la frontera con Alemania. El ático tenía una única ventana pequeña. Lo compartió con otros dos adultos. Durante ese tiempo, Bloch, un judío alemán, sobrevivió en los Países Bajos ocupados por los nazis gracias a una red de personas que le daban comida y guardaban sus secretos. Pero también bolígrafos, pegamento, periódicos y otros materiales impresos que utilizó para producir una publicación sorprendente: su propia revista semanal de poesía satírica. Desde agosto de 1943 hasta su liberación en abril de 1945, Bloch produjo 95 números de Het Onderwater Cabaret. Cada número incluía arte, poesía y canciones originales que a menudo apuntaban a los nazis y sus colaboradores holandeses. Bloch, que escribía tanto en alemán como en holandés, se burló de la propaganda nazi, respondió a las noticias de guerra y ofreció perspectivas personales sobre las privaciones en tiempos de guerra. Después de la guerra, a la que Bloch sobrevivió, recogió sus revistas y las llevó a su casa en Nueva York, donde emigró. Su hija, Simone Bloch, que ahora tiene 64 años, recuerda que su padre alguna vez le había leído las revistas. Pero ella no entendía alemán ni se llevaba bien con él. Sin embargo, muchos años después, la hija de Simone, Lucy, se interesó por las revistas no sólo como recuerdos familiares sino por su valor histórico. Viajó a Alemania con una beca de investigación que abrió las puertas para el libro, El cabaret submarino: la resistencia satírica de Curt Bloch, de Gerard Groeneveld, que se publicó en los Países Bajos a principios de este año. Cada edición de la revista de Bloch constaba de un solo ejemplar. Pero es posible que lo hayan leído entre 20 y 30 personas, estimó. “Había una gran organización detrás de él, que incluía gente que podía sacar la revista para compartirla con otras personas en las que se podía confiar”, dijo Groeneveld. “Son muy pequeñas, podés guardarla fácilmente en tu bolsillo o esconderla en un libro. Y todas las revistas siempre volvieron a su dueño”. También habrá una exposición que se inaugurará en febrero en el Jüdisches Museum de Berlín. “La inmensa mayoría de los escritos que se crearon en la clandestinidad fueron destruidos. Entonces es emocionante cada vez que aparece un material de este calibre”, dijo Aubrey Pomerance, curador de la muestra.