Dos semanas después del golpe militar, Ana graba para su amiga del alma, en un grabador a cinta, “fue lo mejor que viví”, en referencia a su primavera de amor y militancia, la de los dos años previos en el Nacional de Buenos Aires. Todavía le falta vivir lo peor. La trayectoria de Ana, como la de Isa, puede verse como reducción a escala de la que en esos años vivió (y murió) toda una generación. En realidad no toda –convendría empezar a pulir esta clase de generalizaciones– pero sí buena parte de ella. En el Buenos Aires, en aquellos años el nivel de militancia era muy alto, tanto en sentido cualitativo como cuantitativo. De allí que ese colegio tenga más desaparecidos que ningún otro (la cifra sobrepasa el centenar; el interesado en el tema deberá consultar el libro La otra Juvenilia, de Santiago Garaño y Werner Pertot). Basada en la novela homónima de Gaby Meik, Sinfonía para Ana –primer film de ficción de los hasta ahora documentalistas Virna Molina y Ernesto Ardito– narra esa experiencia, centrándola en un grupo de personajes ficticios, pero tachonada de referencias reales. Cuando se habla de experiencia debe entenderse por tal no sólo la de la militancia en el Nacional Buenos Aires, sino también la de la adolescencia in toto, con la iniciación amorosa y sexual en primer plano.

Ana (Isadora Ardito) e Isa (Rocío Palacín) están preciosas en su bautismo de fuego en actos multitudinarios, el día de la despedida de Perón en la Plaza. Los cabellos largos al viento, el sol de mayo brillando en una imagen procesada para “dar” como de archivo casero. Es 1974. Enseguida, Ana e Isa irán ante La China, autoridad de la UES del CNBA, para preguntarle cómo hacer para ingresar al nucleamiento que dependía de la JP. “Éramos dos perejilas”, recuerda Ana frente a la cinta. En efecto, Sinfonía para Ana es, más que la historia de dos militantes, la de dos “perejilas”, dos militantes de base (para este tema, consultar Perejiles, los otros montoneros, de Adriana Robles). Hasta el punto de que producido el golpe todos sus compañeros desaparecen, en uno u otro sentido de la palabra, y Ana queda sola y a la descubierta en un colegio que ya no es más el suyo. Ahora es del enemigo. Y el enemigo no tardará en hacer su aparición. La situación de la protagonista en ese momento podría verse como una metonimia del paso a la clandestinidad de Montoneros, que un año y medio antes de esa fecha dejó expuesta a gran cantidad de militantes de superficie.

Recolección de la grabación que la protagonista hace para su amiga, esa instancia tiñe el relato de un tono melancólico, de pérdida secretamente anunciada. Tono que coincide con el que la Historia fijó de él. Hay buenas dosis de arqueología de época en el film de Molina & Ardito, en el que el diseño de producción (de la documentalista Daiana Rosenfeld), el vestuario (de Samantha Bailey) y la dirección de arte (de los propios Molina & Ardito) ocupan roles cruciales. Desde el Renault Gordini de los padres de Ana hasta la tapa de la primera edición de Último round, de Cortázar, pasando por las de discos de Sui Generis, Pescado Rabioso & Cía, las camisas de cuellos largos, las minis y armatostes varios de la tele en blanco y negro, todo ello no está allí por mero afán vintage, sino por lo que debe estar: para dar cuerpo a una época. 

Como todo relato de la experiencia de militancia de los 70, Sinfonía para Ana pasa de la transparencia juvenil a ese cielo ominoso que metaforiza la partida de uno de los protagonistas. Ominosidad que el director de fotografía Fernando Molina acentúa llenando de sombras los interiores del de por sí cavernoso Nacional. Molina & Ardito evitan la linealidad visual, planteando una discontinuidad hecha de saltos de raccord y primeros planos que diluyen referencias temporales y espaciales, incorporando en ocasiones imágenes de noticieros o, como queda dicho, de falsos films caseros (excelente montaje de los propios Molina & Ardito). Por suerte, Ana (hija de los realizadores, Isadora Ardito está inmejorable) no calza dentro del papel de heroína ni en el de mártir, lo cual mantiene a la película a salvo de la épica simplificadora y el golpe bajo lacrimógeno. Ana es una chica que, movida por los ideales que circulan a su alrededor y los suyos propios, quiere militar para cambiar algo. De allí en más tal vez no lo tenga muy claro, como no tiene muy claro qué hacer con sus dos novios, Lito, que es del PCR (Rafael Federman), y Camilo, de la UES (Ricky Arraga). Un momento que es un hallazgo le encuentra con la vista baja, obligada por necesidades de la “tabicación” militante. Así, con la vista baja, se la ve en más de una ocasión, como avergonzada de su propia confusión. Confusión de adolescente, confusiones de época, conmovedoramente ingenuas para lo que vendrá.