Joel Edgerton viajó a Estados Unidos a fines del milenio con la idea de aumentar el gramaje de una carrera que venía en franco ascenso en su Australia natal. Su primer papel relevante de este lado del mundo fue en Star Wars: El ataque de los clones (2002), primera de sus dos colaboraciones en la saga creada por George Lucas interpretando a Owen Lars, el hermanastro de Anakin Skywalker. Parecía que tenía un boleto sin escalas rumbo al estrellato, pero no: siguieron largos años de producciones de corte más independiente o filmadas en Australia, entre ellas, la reputada Animal Kingdom. Recién una década atrás volvió a levantar su perfil gracias La noche más oscura, de Kathryn Bigelow; El gran Gatsby, de Baz Luhrmann y con Leonardo DiCaprio; y Éxodo: Dioses y monstruos, de Ridley Scott. A partir de allí, alternó entre proyectos ajenos y un par de su autoría en los que cumplió el triple rol de actor, guionista y director.

“Me interesa la confianza de un cineasta en que su película se sentirá como el resultado de una entrega completa. Incluso en películas confusas o con demasiadas historias, es posible ver el talento. He visto algunas con momentos impredecibles que me hicieron sentir algo que nunca hubiera esperado. Hay un talento real y sutil en los cineastas que entienden la moderación. Como espectador, si no ves venir tu reacción, es porque han logrado manipularte muy bien”, afirma Edgerton durante la entrevista con medios internacionales –entre ellos, Página/12– realizada en la 20º edición del Festival Internacional de Cine Marrakech, donde viajó para integrar el jurado que premió a la marroquí The Mother of All Lies, de Asmae El Moudir. “Bueno, es raro”, responde cuando se le pregunta sobre su labor en tierras africanas, y agrega: “Siempre pensé que el arte no es un terreno apto para la competición. Cuando ves una amplia gama de películas, a veces es difícil compararlas”.

El oceánico tiene cara de recio, ojos de lobo agazapado y un vozarrón que trona en todos los rincones del salón del Hotel Mamounia donde se desarrolla la entrevista. La impronta amenazante de su figura, de tipo con intenciones oscuras o, de mínima, difíciles de entrever, resultó fundamental para su primer largometraje como director, el muy buen thriller El regalo, donde interpreta al excompañero de colegio de un hombre que parece tenerlo todo (Jason Bateman), y con quien intentará reestablecer el contacto visitándolo y enviando regalos que no son bien recibidos por él y su esposa (Rebecca Hall). Una nominación en la categoría Mejor Debut de los premios del Sindicato de Directores y la estatuilla a Mejor Actor en el Festival de Sitges mostraron que, al igual que otros tantos actores que probaron la silla plegable, Edgerton también era un buen director.

El actor en El regalo, su debut en la silla plegable.

El pronóstico se confirmó con su segundo trabajo, Corazón borrado, que si bien no tuvo nominaciones al Oscar, sí estuvo en varias ternas de otros reconocimientos –en dos de los Globos de Oro como las más destacadas– entregados durante el invierno estadounidense. El último par de años ha tenido a Edgerton trabajando junto al realizador Paul Schrader en The Master Gardener; con el director Ron Howard en la producción de Amazon Prime Video Trece vidas, que recrea lo sucedido durante el rescate de 13 niños en una cueva subterránea a punto de inundarse en Tailandia, y en la película de Netflix El extraño, un “policial atípico, denso, oscuro en un sentido poco frecuente, de ritmos aletargados pero siempre tensos”, como lo definió Diego Brodersen en la crítica de este diario.

En 2023 se puso al servicio de George Clooney –otro actor con talento como director– para interpretar al entrenador de remo de la Universidad de Washington en The Boys in the Boat, que narra lo ocurrido con el equipo de esa disciplina desde la caída de Wall Street de 1929 hasta los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. “Me encantó trabajar con George”, dice el australiano. “Algunos actores traducen muy bien su capacidad para contar historias cuando se convierten directores. De hecho, algunos son incluso mejores directores que actores y me dejan boquiabierto. George es uno de ellos. Confesiones de una mente peligrosa y el resto de sus primeras películas fueron increíblemente ingeniosas y creativas. Es un director muy confiado que entiende el cine a través de sus experiencias. Es muy interesante sentarse a verlo trabajar entendiendo cómo funciona todo”.

-¿Se aprende de esas experiencias?

 

-Totalmente. Parte de lo que me gusta de trabajar con este tipo de directores es ver qué puedo aprender de ellos, pero también me intereso en todas las personas en el set y en cómo se comportan, porque hacer películas es una experiencia colectiva en la que debe haber un ambiente saludable. George también presta atención a eso, así que la pasamos genial. Es importante saber que el director es la persona que más se preocupa por todo lo que está sucediendo.

-Willem Dafoe contó que Paul Schrader, a diferencia de lo que decís de Clooney, es un director que no habla demasiado con los actores, que en el set es muy distante. ¿Fue así cuando filmaron The Master Gardener?

 

 

-Sí, él no habla mucho, pero podés hacerle una pregunta y ahí no se calla nada. Paul contrata a las personas que cree apropiadas para cumplir su función porque sus guiones son muy precisos y concisos, con un uso muy eficiente de las palabras, lo que habla también de cómo construye sus películas. Hay una simplicidad destilada en su manera de entender el oficio, pero también en sus ideas. Él tiene una idea y la explora dentro de una historia con pocos personajes a cargo de actores que elige sabiendo que son los adecuados y a los que no necesita darles una lección durante el proceso creativo.

Edgerton en El extraño.

-Schrader, además, es un estudioso de la historia del cine....

 

 

-Sí, y se nota. Tiene opiniones muy interesantes sobre películas del pasado, cineastas y teorías del cine, así que podés tener conversaciones increíbles y aprender mucho de él.

-¿Como director hablás mucho o sos más bien callado?

 

 

-Me gustaría decir que no hablo demasiado, pero por ahora no fue así, sobre todo en El regalo. Sé lo que me gusta y cómo quiero que un director se relacione conmigo, pero cada persona es diferente. Además, y si bien no me gusta recibir un discurso en cada escena, sí me gusta conversar. Tal vez fui demasiado descriptivo en mis indicaciones en El regalo, pero aprendí que reunir a un grupo de buenos actores soluciona gran parte de los problemas. No se trata de imponer tus ideas sino de ver primero qué tienen ellos para ofrecer, porque es probable que sea mejor que cualquier cosa que les pueda decir yo.

-Hace poco fuiste padre por primera vez. ¿Ese hecho cambió tu manera de abordar el oficio?

 

 

-Creo que ha cambiado la forma de relacionarme con ciertas historias y cómo ellas resuenan en mí. Por ejemplo, hace años leí un libro me gustó mucho y que en un momento estuvo la posibilidad de convertirlo en película. Pero leí el guion y otra vez el libro después de ser padre, y mi respuesta emocional fue mucho mayor porque la historia tiene que ver con la familia y el dolor. Hoy estoy interesado en cosas diferentes que me permitan no estar alejado de mi familia durante mucho tiempo. La idea de viajar por el mundo con una valija era maravillosa cuando no tenía ninguna responsabilidad. Estoy seguro de que me entristecerá perderme oportunidades, pero cambiaron las prioridades.

-Gran parte de Trece vidas transcurre en ríos subterráneos, lo que requirió que bucearas. ¿Te distanciarás de esos roles riesgosos?

-Nunca me preocuparía por la naturaleza física de una película porque, incluso si en pantalla parece que sí, jamás sentí que mi vida estuviera en peligro. Y si así fuera, porque podés empezar a sentir cuando la producción no es segura, simplemente me iría. Me convertí en padre durante ese rodaje, que fue muy demandante y con muchas escenas acuáticas, por lo que cambió mi perspectiva sobre la historia en pleno proceso. Y cuando hice El extraño, que trata temas bastante oscuros relacionados con niños, me di cuenta de que no la hubiera hecho uno o dos años después, porque mientras la filmaba estaba descubriendo que iba a convertirme en padre.

-Tu trabajo en El extraño fue muy elogiado. ¿Qué te interesó de ese personaje?

-Que era interesante. Como dije antes, cada relación con un director es diferente y yo trato de armar una suerte de guía sobre lo que cada uno espera de mí, porque siempre pienso que cada personaje es como una versión ecualizada de mí mismo. ¿Subo los agudos y bajo los graves? Y no es sólo una cuestión auditiva sino saber si mi personaje se caracteriza por la quietud o el movimiento, por el caos o la tranquilidad. De todas formas, somos capaces de todo, desde transmitir ira hasta ternura. La gran pregunta es por qué me eligen a mí y no a otro.

En The Boys in the Boat, Edgerton fue dirigido por otro actor: George Clooney.

-¿Y por qué te eligieron a vos y no a otro?

-Acá fue diferente porque me interesaba el guion y había buscado activamente participar. Aparte de toda las lecturas y las investigaciones, una de las cosas que más recuerdo de los preparativos, y que hizo perder mucho peso, fue un mail del director Thomas Wright diciéndome: "Este es tu personaje”. Ese mail tenía adjuntada la foto de un perro maltratado que había estado muerto de hambre durante meses. Eso era lo que esperaba de mí.

La huelga de actores y guionistas

El que pasó será recordado como el año de la segunda huelga simultánea de los gremios de actores y de guionistas en reclamo de mejores condiciones laborales, una medida fuerza que paralizó a Hollywood durante más de cuatro meses. “Sentí mucha empatía por las personas que conozco y sé que dependen de su trabajo para vivir. En mi caso, tengo la suerte tener algunos ahorros en el banco y no preocuparme demasiado por la cuestión laboral, más allá de que sea un adicto al trabajo”, dice Edgerton.

Al igual que durante la pandemia de 2020, el parate significó para él “una oportunidad forzada para reflexionar, aprender a estar saludable, disfrutar de la familia y escribir”. “Si escribo algo, lo hago por mi propio bien, porque me apasiona. No se lo muestro a nadie hasta que lo haya terminado porque no quiero que alguien sienta que lo hago esperar mientras hago la tarea. Si me gusta, puedo compartirlo e intentar llevar el proyecto adelante. Y si no, puedo guardarlo en un cajón para que hiberne hasta que se convierta en algo más completo. Pude disfrutar el tiempo sin preocuparme demasiado, pero también me generó muchas reflexiones”, afirma.

-¿Cómo cuáles?

-La industria de Hollywood no es como, por ejemplo, la industria láctea, que si cerrara lo sentiríamos de inmediato. No sé si alguien se sentiría realmente desconsolado si la industria cinematográfica cierra porque hay décadas y décadas de televisión y cine para ver. Pero fue un problema de una escala mayor que la que muchos actores pueden reconocer. Muchas personas que dependen de esos cheques dejaron de trabajar porque los actores y escritores estaban pidiendo más. No es que piense ni diga que la huelga no debería haber ocurrido. Al contrario, estaba de acuerdo con el reclamo, pero esas personas eran las que más me preocupaban.