Uno de los libros más interesantes sobre la Revolución de Octubre de 1917 (conocida popularmente como la Revolución Rusa), fue escrito por el gran cronista norteamericano John Reed y se titula Diez días que estremecieron el mundo. Allí se narra el ascenso de Lenin en el Soviet (consejo) de Petrogrado, que concentró poder para liquidar el Gobierno Provisional y entregar el mando de Rusia a un nuevo mando que instauró la revolución bolchevique, cuyo lema más conocido era “¡Todo el poder a los Soviets!”

Sin embargo, la Revolución Rusa no duró precisamente diez días. Si se toman como punto de partida las primeras revueltas de Petrogrado (actual San Petersburgo) que forzaron al zar Nicolás II a abdicar, hasta el ascenso de los bolcheviques, la Revolución Rusa se extendió al menos por ocho largos y convulsionados meses.

Establecer esa diferencia es interesante porque permite entender que el escenario de la Revolución Rusa no fue un sitio en particular, por ejemplo, el Palacio Tauride, donde sesionaba la Duma del Imperio Ruso, sino que la ciudad –San Petersburgo en sí misma– fue escenario de diversos acontecimientos destacados de aquella gesta histórica. 

Esa condición nos permite revivir la historia de la Revolución Rusa en cada esquina de San Petersburgo; más si se considera la conservación (involuntaria en buena parte) de la urbe y de sus edificios antiguos. 

Por ejemplo en marzo de 1917, cuando estallaron las primeras revueltas obreras en la ciudad, el compositor ruso Serguei Prokófiev salió de su casa en dirección al Teatro Marinski pero al llegar constató que dos tercios del teatro estaban vacíos. “Aparentemente se ha producido un tiroteo deliberado en Nevski y los amantes de la música decidieron no hacer el viaje a lo largo de Nevski para el concierto”, escribió sorprendido el compositor. 

Nevski es aún en estos días la principal avenida de San Petersburgo y, al recorrerla, uno puede admirar algunas de las fachadas que observaron el propio Prokófiev y cualquier obrero o soldado revolucionario de aquel tiempo. Por ejemplo, el bello teatro Alexandriski, construido en 1756 por orden de la emperatriz Isabel I para albergar una Compañía de Drama y Comedia, que cerró sus puertas entre octubre de 1917 y marzo de 1918, para boicotear la revolución bolchevique. 

Hecha la aclaración, sin embargo, es cierto que existen sitios emblemáticos de la Revolución Rusa, y algunos protagonistas indiscutibles, que podrían separarse al menos en dos categorías. Los edificios políticos, ocupados por el poder imperial, los dirigentes de la revolución de febrero y los líderes bolcheviques; y las residencias imperiales, ocupadas por la familia del zar Nicolás II.

Tsárskoye Seló
Tsárskoye Seló, propiedad de Pedro el Grande y Catalina

TSÁRSKOYE SELÓ Propiedad del zar Pedro el Grande y su esposa, la emperatriz Catalina, la Villa de Tsárskoye Seló fue en los últimos dos siglos anteriores a la Revolución Rusa, una residencia imperial de verano. Su palacio, destacado representante del estilo barroco y clásico, y su parque, un enorme territorio diseñado por paisajistas holandeses y arquitectos italianos en el que se destacan una gran laguna, diversas terrazas, y esculturas de los siglos XVIII y XIX, era el sitio perfecto para las caminatas, cacerías, lecturas al aire libre y otros entretenimientos de la familia imperial.

Sin embargo, desde marzo de 1917 Tsárskoye Seló fue el marco de hechos históricos cruciales de la Revolución Rusa. Primero se convirtió en el sitio en el que el zar Nicolás II y su familia cumplieron arresto domiciliario; posteriormente, cuando los bolcheviques cercaron al Gobierno Provisional, fue escenario de un escape atormentado, por temor a una eventual represalia.

Así relató aquella huida el jefe del Gobierno Provisional, Aleksandr Kerenski, que observando cómo se resquebrajaba su poder tomó la decisión de enviarlos a Siberia: “Yo estaba sentado en la habitación al lado del estudio del zar, dando las últimas órdenes y esperando a que llegara el tren. Oí a uno de los niños –Alexei, al parecer– corriendo en voz alta en el pasillo. Por primera vez vi a la exemperatriz como una madre, ansiosa y llorando”. 

Aquella jornada en la que el zar Nicolás II se marchó de Tsárkoye Seló constituyó su última estancia en esa residencia. Un año después sería asesinado por un comando bolchevique. 

Ya en aquellos meses, después de que abdicara el zar y se formara un Gobierno Provisional, se había ordenado realizar un inventario de la Tsárskoye Seló y sus objetos, para la creación de un posterior museo. Sin embargo, el pulso político era tan enardecido que las decisiones podían alterarse cada minuto, como lo muestra la partida urgente del zar. 

Por hechos como este, y en celebración del 100º aniversario de la Revolución Rusa, el actual museo de Tsárskoye Seló realiza una exhibición titulada Tsárskoye Seló en la víspera de 1917. Hasta octubre de 2018, se exhibirán más de 300 objetos y documentos de aquel periodo clave en la historia de Rusia y el mundo. Así se podrán ver desde atavíos imperiales hasta la carta de puño y letra que firmó Nicolás II cuando abdicó el trono en favor de su hermano, el Gran Duque Miguel Aleksándrovich.

Como si eso no fuera suficiente, el Palacio de Tsárskoye Seló alberga, entre varias obras de arte, la habitación de ámbar. Popularmente llamada la “octava maravilla”, se trata de una reproducción de un estudio conformado por 200 paneles de ámbar que obsequiaron en 1710 a Pedro el Grande, y que los nazis robaron sin que aún se conozca su paradero.

Palacio de Gátchina
El Palacio de Gátchina, donde se refugió Kerenski frente al avance bolchevique.

EL PALACIO DE GÁTCHINA El 25 de octubre de 1917, cuando los bolcheviques disolvieron el Gobierno Provisional, su presidente Aleksandr Kerenski se refugió en el Palacio de Gátchina, una residencia imperial que ocupaba con su familia el Gran Duque Miguel Aleksándrovich, hermano del zar Nicolás II. Desde Gátchina, Kerenski organizó un contraataque para frenar el avance bolchevique, pero a los pocos días fue detenido de camino a Petrogrado por una maniobra que dirigió Lenin.

En los meses previos a aquellos tumultuosos días que coronaron a los bolcheviques, Gátchina alternó entre la plácida residencia del Gran Duque y el escenario de diversas reuniones entre Aleksándrovich y los dirigentes políticos y militares a cargo del Gobierno Provisional.

Una entrada en el diario de Miguel Aleksándrovich del 8 de octubre de 1917 (menos de 20 días antes del ascenso de Lenin) muestra el pequeño mundo privado en que vivía el Gran Duque: “Estuve leyendo todo el día. Ahora mismo, estoy leyendo la historia de la Revolución Francesa (escrita por F. Mignet). Pasé toda la tarde escribiendo mi diario”.

Aunque la atmósfera en Gátchina parece templada, los meses que siguieron a la revolución de marzo fueron de una gran agitación. La ciudad de Gátchina, incluido el Palacio, dependía de la Tesorería y no estaba autogobernada. Con la caída de la monarquía, los propios habitantes de la ciudad debieron tomar a su cargo las actividades de un virtual ayuntamiento.

Cómo fueron aquellos meses en que los ciudadanos formaron la policía, gestionaron empleos y pensiones dentro del Palacio, y organizaron el reparto de alimentos, constituye uno de los capítulos de la muestra que organizó el Museo Gátchina junto a los principales museos de Moscú y San Petersburgo para celebrar el 100º aniversario de la Revolución Rusa. La exhibición, llamada Gátchina 1917, aborda el contexto político y revolucionario en torno a Gátchina, cómo este afectó a la familia imperial, e incluso narra acontecimientos puntuales como el refugio temporal de Kerenski.

Visitar Gátchina y su exhibición ofrece además la posibilidad de recorrer el impresionante Palacio y sus parques, obra original del arquitecto italiano Antonio Rinaldi, quien comenzó su construcción en 1766. Dentro de la propiedad, compuesta por más de 20 habitaciones, se exhiben objetos personales del zar Pablo I; pinturas del arquitecto y pintor Vincenzo Brenna, y el vestidor de María Feodorovna, entre otras varias atracciones.

EL INSTITUTO SMOLNY “En aquellos días, Petrogrado ofrecía un curioso espectáculo. Las fábricas y los locales de los comités estaban llenos de fusiles. Entraban y salían los enlaces, se instruía la Guardia Roja... En todos los cuarteles tenían lugar día y noche mitines interminables y acaloradas discusiones”, escribió John Reed sobre el clima general de Petrogrado los días de octubre previos a la revolución bolchevique.

Sin embargo, existía un sitio por sobre todos que albergaba el mitín más importante: el Instituto Smolny, la sede del Soviet de Petrogrado. En rigor, la base de operaciones de los bolcheviques, y el recinto en donde se celebraría el Segundo Congreso de los Soviets, que pondría fin al Gobierno Provisional y serviría de plataforma para que Lenin proclamara, junto a Trotski y Zinoviév, la revolución socialista mundial...

Una vez que los bolcheviques tomaron el poder, el Instituto Smolny se convirtió por algunos meses en la sede de gobierno revolucionario, y en el hogar de Lenin y su mujer Nadezhda Krúpskaya.

Actualmente, este edificio que data de los tiempos de Pedro el Grande, y que antes de la revolución funcionó como un instituto para mujeres nobles, constituye la sede del gobierno de San Petersburgo. Sin embargo, desde 1927 se mantiene como el museo más antiguo de Lenin. En su exhibición permanente se pueden visitar el gran salón donde se realizó el Segundo Congreso de los Soviets, el primer estudio de Lenin y su living, con una generosa muestra de documentos políticos del gobierno revolucionario y de su principal  líder.

El Palacio de Invierno, convertido en el Hermitage, uno de los mayores museos de arte del mundo.

EL PALACIO DE INVIERNO La celebración del Segundo Congreso de los Soviets que proclamó una nueva Rusia no habría podido realizarse exitosamente sin la toma del Palacio de Invierno, en donde aquellas semanas operaba el Gobierno Provisional y que, anteriormente, constituía la residencia oficial de los zares. Aunque las crónicas lo ponen en discusión, suele decirse que una serie de disparos provenientes del crucero militar Aurora, estacionado en el río Neva, fue la señal de aviso para el inicio de la Revolución de Octubre.

Lo cierto es que el Palacio de Invierno fue sitiado por las fuerzas bolcheviques desde la mañana del 25 de octubre, en una operación que comandó Trotski y se extendió hasta la madrugada. 

El jefe del Gobierno Provisional, Aleksandr Kerenski, lo abandonó al mediodía y se refugió en Gátchina con el propósito de buscar soldados, aún leales a su gobierno, que lo defendieran. Una apuesta estéril. El resto de los ministros del gobierno y los militares presentes en el Palacio fueron abandonándolo hora a hora, ante la inevitabilidad de los hechos.  

Para el final del día, mientras el Congreso de los Soviets sesionaba en el Instituto Smolny, ciudadanos y militantes de la causa bolchevique lo asaltaron por unos minutos, hasta que las fuerzas revolucionarias lo controlaron.

“Entretanto, pasamos sin obstáculos al interior del Palacio. Infinidad de gente entraba y salía, registrando viejos y nuevos aposentos del edificio”, detalla Reed desde dentro del edificio. “Esta parte del Palacio la ocupaba otro destacamento que había atacado por el lado del Neva. Los cuadros, las estatuas, los cortinajes y tapices estaban intactos. En las oficinas, por el contrario, todas las mesas de escritorio y escribanía habían sido vueltas para arriba, el suelo estaba lleno de papeles. Las alcobas también habían sido registradas, habían quitado las colchas de las camas y los guardarropas estaban abiertos de par en par. El botín más codiciado era la ropa de la que tan necesitado estaba el pueblo.”

Este episodio, conocido popularmente como el asalto al Palacio de Invierno, es uno de los capítulos más interesantes de la gran exhibición que organizó el Museo del Hermitage sobre la Revolución de 1917. Un relato histórico, que valiéndose además de documentos, fotografías y objetos conmemorativos abordará los detalles de la revolución de Febrero, la abdicación del zar Nicolás II, y la Revolución de Octubre.

El asalto del Palacio de Invierno es uno de los acontecimientos que mejor explica los orígenes de la revolución. Aquella propiedad, construida por el prestigioso arquitecto italiano Francesco Bartolomeo Rastrelli, con su fachada de 150 metros de largo y 30 de ancho, sus más de 450 habitaciones de lujo estrambótico y su inmensa colección de arte, era una burla a los millones de rusos que por siglos, pero sobre todo en los últimos años de guerra, subsistían en la más cruda pobreza. 

Por otra parte, los soldados de la revolución de Octubre, conteniendo a los ciudadanos lanzados a asaltar el Palacio, porque eso (tomado) “pertenece al pueblo”, era todo un mensaje del inicio auspicioso que tendría la aventura revolucionaria. 

En definitiva, sucesos como el asalto al Palacio de Invierno muestran la enorme complejidad de la Revolución Rusa, sus orígenes, su deriva, e incluso arrojan pistas sobre la ulterior formación de la URSS, que marcó el escenario internacional durante setenta años del siglo XX. Gracias a las exhibiciones de museos como Smolny, el Palacio Gátchina, Tsárskoye Seló, o el Museo Hermitage, en el marco de 100º aniversario, los afortunados visitantes podrán comprender con algo más de claridad este acontecimiento fundamental de la historia mundial contemporánea.