“No hay osos”, de Jafar Panahi

No hay osos 8 puntos

Khers Nist, Irán 2022.

Dirección y guion: Jafar Panahi.

Fotografía: Amin Jaferi.

Intérpretes: Jafar Panahi, Naser Hashemi, Vahid Mobaseri, Bakhtiar Panjei, Mina Kavani, Reza Heydari.

Duración: 107 minutos

Estreno: en salas únicamente.

La frontera indiscernible entre realidad y ficción, la relación entre actor y personaje, la complejidad conceptual inherente a toda situación de rodaje, en fin, la pregunta por el cine, siempre han sido constantes en la obra del gran realizador iraní Jafar Panahi, quien vuelve a plantear todas estas cuestiones en No hay osos, un film notable que una vez más hace del cine un magnífico medio de conocimiento de la realidad de su país.

Limitado en su libertad de movimientos por una condena política que data desde 2010 y que –a pesar las muchas peticiones internacionales- sigue pendiente y que lo ha llevado incluso a la cárcel, Panahi sin embargo se las ha ingeniado desde entonces para seguir filmando y obteniendo premios en festivales de primera línea, como fue el caso de Taxi Teherán, que le valió el Oso de Oro de la Berlinale 2020. Y con No hay osos, ganadora del Premio Especial del Jurado de la Mostra de Venecia 2022.

El significado del título de su película más reciente hay que buscarlo en una alegoría –en la tradición de la cultura persa- que un personaje secundario menciona casi como al pasar, pero que hace al núcleo temático del film: no hay por qué temerle a esas historias que se suelen inventar para asustarnos. A pesar de lo que puedan llegar a decir los lugareños, no hay osos en esa pequeñísima aldea iraní en la que Panahi se ha radicado por unos días, para estar más cerca del rodaje que dirige a distancia del otro lado de la frontera, en Turquía, ante la imposibilidad de salir del país.

De eso se trata justamente la película que Panahi –el personaje- está rodando a través de sus asistentes y sus actores: la dramática historia de amor de dos disidentes del régimen iraní que luchan por escapar de un pasado de cárcel y torturas. Las cosas, sin embargo, no están saliendo bien y la pésima conexión de wifi tampoco ayuda: la comunicación con el equipo en Turquía es tan discontinua que el asistente de Panahi anima al director a que cruce él mismo la frontera, por un paso para contrabandistas. A lo cual el cineasta se niega.

A su vez, en la aldea iraní en la que Panahi ha alquilado una modesta habitación, la situación tampoco es simple. A pesar de la impostada hospitalidad de quienes lo rodean, su presencia genera resquemores y desconfianza. ¿Habrá venido a espiarnos?, se preguntan algunos. Y sus cámaras profundizan los equívocos: de pronto, Panahi es acusado de haber tomado la foto de una pareja de jóvenes que –según las costumbres lugareñas- no están destinados a casarse. Esta supuesta foto, que el director insiste en no haber hecho nunca, desata sin embargo esas interminables discusiones propias de la sociedad iraní (o eso al menos hemos aprendido de su cine), que involucran al consejo de hombres mayores de la aldea y al comisario del pueblo, que es quien autorizó la llegada de Panahi y ahora parece sentirse arrepentido.

Como ya sucedía en su extraordinaria película El espejo, ganadora del Leopardo de Oro del Festival de Locarno 1997, en No hay osos también hay realidades espejadas. En este caso, la trágica historia de la pareja fugitiva que Panahi filma a distancia, tiene su correlato –su reflejo- con la de la pareja de la aldea, que presenta a su vez sus propias particularidades. Un poco a la manera de su film inmediatamente anterior, Tres rostros (2018), ambientado también en un remoto pueblo de frontera, Panahi debe lidiar con tradiciones que le cuesta comprender y a las que su sola presencia altera peligrosamente.

Una vez más, la irrupción del director en realidades que le son ajenas provoca una alteración del equilibrio del mundo que Panahi quiere retratar. Hay un problema ético allí que persigue desde hace mucho al director de Esto no es una película (2011) y al que el cineasta no rehúye. Por el contrario, lo enfrenta cada vez con mayor decisión y valentía.