“La  historia de un país no se aborda de frente, sino que se escribe a través de los vínculos entre el espacio, los movimientos y las situaciones”, dice el programa de mano de El Baile, la pieza de danza de Mathilde Monnier y Alan Pauls que fue uno de los números fuertes del Festival Internacional de Artes Escénicas de Uruguay. Se podría decir, entonces, que la historia de este país puede estar justamente circulando por el Fidae, resignificándose,tomando dimensiones nuevas, más elásticas en un recorrido que atravesó no solo Montevideo sino doce departamentos, donde se vieron espectáculos de teatro, danza, intervenciones urbanas, performaces, de todo tipo y color. Argentina, Alemania, Chile, Colombia, Ecuador, España, México, Italia y Perú entre otros países trajeron sus piezas, curadas  por José Miguel Onaindia como coordinador del Instituto Nacional de Artes Escénicas. Y lo interesante fue que estas deambularon no solo por los teatros clásicos de Montevideo –El despampanante y renovado Teatro Solis y el moderno Sordre, el exquisito Verdi– sino también otras espacios alternativos que permitieron –al visitante foráneo o al neófito local– adentrarse, recorrer y vislumbrar un poco de qué van estos espacios, estas formas de hacer.

Una de las apuestas del Fidae es justamente la ampliación de públicos, acercar ojos nuevos al teatro y amplificar ese diálogo entre ciudad y artes escénicas. Así es que para quien se acercaba por primera vez (o segunda, o tercera)al circuito teatral montevideano, era agradable recorrer la 18 de julio,sembrada por sus plazas típicas y llegar de una sala a otra. Partir, por ejemplo,de las escalinatas del Solis y llegar a El galpón, mítico espacio fundado en 1949 por Atahualpa del Cioppo y el Teatro del Pueblo; pensar que comenzó en una antigua caballeriza y se convirtió en un lugar de resistencia, de formación, que ofrecía funciones a escuelas y sindicatos. En los años oscuros su elenco fue perseguido, algunos encarcelados, otros exiliados y hasta el teatro fue confiscado hasta que se restableció la democracia. Fue en este espacio tan connotado donde se pudo ver el espectáculo del español Sergio Peris-Mencheta, A voz en cuello, basado en un relato de Mario Benedetti. A pura nocturnidad, voces sonando en el Eter, se hablaba de la necesidad de la palabra. Este homenaje fue hecho también en Paso de los Toros, lugar de nacimiento del escritor.

La historia de un país, podemos agregar, también se escribe en los vínculos entre los movimientos y las palabras. Aquellas que siguen sonando, como una vibración que se cuela por las ventanas abiertas, las puertas sin llave, que emerge de las alcantarillas. Esas palabras acalladas que retomaba Peris-Mencheta, se convertieron en una experiencia titánica en la maratónica de lectura de la obra más famosa del poeta uruguayo, La tregua, que se realizó de principio a fin en la fundación del autor. Y para cerrar el círculo de los homenajes, Aline Kuppenheim hizo Feos, una adaptación realizada por el dramaturgo chileno Guillermo Calderón de un texto del poeta uruguayo, sobre dos seres deformes que se encuentran a la salida de un cine y se van a tomar un café y contarse sus penas. La puesta en escena con muñecos era realmente sorprendente: onírica y cinematográfica. La forma perfecta de llevar una pesadilla o un sueño, a escena con absoluta (i) realidad. 

Pero no solo sobre el escenario aparecieron los sueños, sino también bajo la escena, en el underground más literal. Esto ocurrió con Los bosques, una videoinstalación de Matías Umpierrez que se llevó a cabo en la estación de subtes cita bajo la plaza Fabini, más conocida como la Plaza del Entrevero. Allí, en medio de una inquietante oscuridad unas pantallas horizontales mostraban a distintas personas en sus camas, soñando. Mientras una voz nos narraba al oído esas aventuras del inconsciente. Algunos de los soñadores fueran celebres charrúas como Sergio Blanco o Dani Umpi.  

Imágenes fulgurantes: la conmovedora instalación de Fernando Rubio Ya no me muero, ya no más, donde un cubo de vidrio relleno de tierra negra en la explanada del teatro Solis, era un espacio de visibilización de la violencia hacia las mujeres que ocurre a cada hora en cada ciudad latinoamericana. Esta intervención fue realizada con los versátiles actores de la Comedia Nacional a quienes se podía ver hacer otras cosas a lo largo del festival, desde lo más clásico, a lo más contemporáneo. La pieza Still Life, de Italia, cuya crudeza para mostrar el bullyng dejó a los presentes hablando a la salida durante mucho rato, como si hubiera que atravesar juntos el impacto de lo visto. He nacido para verte sonreír, con dirección de Pablo Messiez, que abordaba una locura pero inexpresada, indecible, también caló hondo. Levantando un poco los ánimos, la compañía de danza alemana CocoonDance, que hacía sentar a los espectadores en ronda y en el piso, para que puedan sentir el beat y el sus rebote de su cuerpos en el suelo, generando que muchos empezaran a pararse y moverse, casi eyectados a salir a bailar.

Mientras todo esto ocurría Uruguay –igual que Argentina– se jugaba su clasificación al mundial. Los organizadores temieron que ese entretenimiento de masas que llega tan directo al corazón de todos los ciudadanos, opacara el evento que con tanto amor y trabajo habían realizado. Afortunadamente no pasó. Hubo espectadores para una y otra cosa. Porque la historia de un país se escribe a través de los vínculos entre el espacio, los movimientos y las situaciones, también las inesperadas, casuales, que nos hacen pensar donde se pone el cuerpo y los ojos, cada vez.