Tendría unos trece años y la relación con mi primo Ramiro, con quien había crecido, se había vuelto claramente una amistad. Nos habíamos propuesto, o mas bien declarado, que queríamos  ser músicos y dedicarnos a eso cuando fuésemos grandes, era esa la dirección en la que íbamos. 

Hasta ese momento escuchaba los Redondos, de quien me declaraba fanático y exploraba un poco más en la movida del rock nacional, teniendo en claro que el rock era lo mío.

Mi casa era una casa bastante humilde y la de mi primo tenía un mejor pasar. Tenían un equipo de música que era una bomba, y mejor aún, unos auriculares que no recuerdo haber probado antes de haber escuchado “Highway Star” de Deep Purple.

Me dijo, o creo que me dijo, escuchá esto, y me hizo escuchar a la banda por primera vez. Deep Purple no era un grupo de nuestra generación, ni siquiera como los Redondos que en ese momento estaban tocando su techo de popularidad: era una banda de los ‘70. Música que le hizo escuchar mi tío a mi primo porque era lo que él escuchaba cuando tenía nuestra edad.

El viaje que me pegué en ese momento cambió mi forma de escuchar y sentir la música para siempre. En la introducción había unos gritos de Ian Gillan que para mi fueron surrealistas y una vez que arrancó el tema fue una catarata desenfrenada de virtuosismo y machaque.

Yo quería ser baterista y la manera de tocar de Ian Paice me pareció de otro planeta. Tiempo después, siendo un acérrimo fanático de la banda, llegué a pensar en tatuarme una foto de él tocando en uno de mis brazos. Agradezco a la vida no haberlo hecho, creo que si hoy tuviese un tatuaje de Ian Paice sería una aberración. No sabría como explicarlo.

La canción no se priva de nada, dura más de seis minutos; tiene un solo de teclado de John Lord espectacular, cada uno de los músicos se luce, pero lo que hace la diferencia en esta canción es el solo de guitarra de Ritchie Blackmore que era “El SOLO”. Cualquiera de los que conocía que tocaba la guitarra en ese momento soñaba con poder tocarlo. Hacerlo era para unos pocos iluminados; con el tiempo tuve un amigo que lo hacía y cuando lo escuché por primera vez no pude creer que alguien de quince años pudiese tocar eso. El solo de viola vale toda la canción aunque la canción no tiene una fisura.

En la adolescencia de finales de los 90 y principio de los 2000 ser fanático de una banda que había tenido su apogeo en los 70 era un tanto extraño, pero en el mundo del heavy metal, submundo en el que aterricé luego, eran la Biblia, los padres del género, junto con Led Zeppelin y Black Sabbath.

Algunos años después los vi en Obras. Yo estaba empezando a ir a shows y tener esa posibilidad había sido un sueño imposible de imaginar, venían a presentar Abandon, su último disco que ya tenía en mi colección.

Fue un concierto de señores grandes rockeándola con las canciones que hacían agitar mi cabeza como nadie. Ian Gillan ya no usaba el pelo largo, ni era flaco y joven. Era un hombre grande, pasado de peso y con una camisa hawaiana que lo hacia ver como un conserje de hotel caribeño más que como el padre del heavy. Ritchie Blackmore era el gran ausente esa noche, hacía años que ya no tocaba en la banda. De cualquier manera Steve Morse tocó a la perfección “ÉL” solo, aunque no fuese el autor, que era realmente el mérito de esa melodía inigualable. 

Él resto de la formación era el clásico. Eran hombres grandes de verdad. John Lord estaba mucho mas cerca de mi abuelo que de mi viejo, quien me acompañó a verlos.

Con el correr del tiempo me convertí en un metalero, esa era mi tribu. Me vestía de negro, tenía el pelo larguísimo, tachas y anillos en ambas manos. No conocía mucha gente así. Mis mejores amigos escuchaban muchas de las bandas que yo escuchaba pero no las más extremas, tiempo después llegué a pensar que escuchaba esas bandas porque quería llegar al fondo del asunto. Como diciendo “ok, esto es el heavy metal, juguémoslo a fondo”; si hubiese tenido en ese momento las posibilidades de hacerlo me hubiese vestido como Marilyn Manson o los músicos de bandas de black metal, que en noruega se vestían como sadomasoquistas y se maquillaban como cadáveres y salían a quemar iglesias.

Cuando me subía al colectivo y me veían las uñas pintadas de negro la gente murmuraba. Recuerdo que la primera vez me las pinté con un fibrón que alguien tenía en la clase.

Pasados algunos años Deep Purple me pareció una banda de hard rock liviano al lado de las demencias que llegué a escuchar.

Pero era bien claro que el camino lo había iniciado ese día en que Rami, mi primo, que hasta hoy sigue siendo mi mejor amigo, me dijo “vení, escuchá esto”, y me puse los auriculares.


Esteban Masturini es actor y músico. Se formó en la escuela de música de Avellaneda con Ciro Zorzoli y Nora Moseinco entre otros. Fue uno de los protagonistas de Querido Ibsen Soy Nora de Griselda Gambaro y Meyerhold de Silvio Lang. Trabajó también en obras de Lía Jelín, Valeria Ambrosio, Ariel Gurevich y Elena Roger. Protagonizó junto a Ignacio Rogers la película Esteros de Papu Curotto. Ganó los premios Revelación María Guerrero y Trinidad Guevara.