¿Cuán eficaz puede resultar una marcha?

Los ejes que guiaron el accionar tradicional de la política nacional parecen haberse visto sacudidos por la irrupción de Javier Milei y su tropa de liberales libertarios que se propone dar vuelta la Argentina. Por lo menos en cuanto a lo institucional se refiere. 

Allí también están los manuales de praxis política que pondrán a decenas de miles de personas en la calle este miércoles. Paro y movilización, como reza el viejo adagio de los libros de textos con la que se educó a varias generaciones de argentinos. Entre ellos, los dirigentes.

¿Todavía sirve?

En el año 1970, Miguel Cantilo y Jorge Durietz lanzaron “Yo vivo en esta ciudad”, el primer disco de Pedro y Pablo, que contenía la canción “La marcha de la bronca”, una especie de canción de época cuya vigencia a lo largo del tiempo arroja por la borda todas las afirmaciones respecto a los pasados destinados a petrificarse cronológicamente.

La palabra marcha no hace referencia a la movilización, sino que más bien se trata de una especie de referencia sarcástica a la música utilizada para los desfiles militares que hace más de cincuenta años formaban parte del paisaje cotidiano del país. 

En ese aspecto, la canción tampoco termina de ser una marcha, sino más bien una estructura simple que se monta sobre un par de acordes que se repiten y facilitan la referencia. 

Su autor, Cantilo, supo decir que se inspiró en “Los ejes de mi carreta”, la milonga con letra del uruguayo Romildo Risso, que musicalizó e inmortalizó Atahualpa Yupanqui. Por sus rasgos epocales, el tema también se emparenta con “Rainy Day Women #12 & 35”, la canción que abre el disco “Blonde on Blonde”, editado por Bob Dylan en 1966.

¿Todavía cantamos?

Con una especie de “Cambalache” de la segunda parte del siglo veinte, “La marcha de bronca” suele sorprender por su actualidad, y también por lo flexible de su interpretación, algo que suele ser transversal a las piezas de cancionero popular que se inmortalizan hasta perder su referencia originaria.

Nació sobre la debacle de la dictadura de Juan Carlos Onganía, a quien Cantilo tomó como referencia principal para sus primeras canciones “de protesta”. 

En rigor de verdad, todas las canciones de corte testimonial de ese primer disco del dúo están inspiradas en los tiempos del presidente facto satirizado al extremo en la canción “Johnny Bigote”. Pero con “La marcha de la bronca” pasó algo distinto, que la convirtió en un himno que logró trascender tiempos y escenarios.

La canción es una enumeración de situaciones que cuestionan el funcionamiento general de un sistema que se propone opresor, que cercena libertades, que cancela las diferencias a partir de prácticas violentas que, casi en una insólita parábola habla “moralistas que corren a los artistas”. La letra de Cantilo cuestiona al poder concentrado que marca barajas para recibir siempre la mejor y que domina a los bastonazos. “Entra a dar, y dar, y dar”.

¿Todavía marchamos?

La amplitud de la bronca hizo que la canción se convirtiera rápidamente en un himno que compartieron los jóvenes pacifistas y la juventud militante de los tempranos setenta. 

Tal es así, que la canción se escuchó en las primeras ediciones del Festival B.A.Rock, lo más parecido a Woodstock que hubo (si es que hubo) en nuestro país y Raymundo Gleyzer la utilizó para su película “Los Traidores”, que se filmó y circuló de modo clandestino y se estrenó en un cine abierto al público casi dos décadas más tarde. Un emblema del cine militante de culto. 

Esa amplitud que estaba perfectamente escenificada en “los dos dedos en V” de los que habla la canción y que compartían hippies y peronistas, se continuó a lo largo del tiempo. Hasta llegar a nuestros días.

“La marcha de la bronca” se utiliza entonces como banda de sonido para musicalizar un sentimiento, ese que se identifica desde el nombre mismo de la canción. Y que, en la actualidad carece de manuales de uso. Se la ha utilizado para revueltas populares, disturbios en partidos de fútbol, peleas de corte farandulezco o simplemente como pieza radiable, carente de sentido alguno, más que de "música de fondo". 

¿Una injusticia?

Quizás.

En el invierno de 1970, cuando la canción fue elegida como ganadora del Segundo Festival Nacional de la Música Beat, que se realizó el Teatro Pueyrredón de Flores, las broncas tenían un enemigo bien direccionado. 

Onganía y sus socios habían volteado al gobierno de Arturo Humberto Illia, que había asumido con el peronismo proscripto, se había enquistado en el poder y se proponía gobernar al menos 20 años. Eran más de 15, pero menos de 35 o 50. 

La autodenominada Revolución Argentina no llegó a tanto, pero muchas de las políticas que impulsó se fueron perpetuando en la historia de nuestro país, con prácticas diversas y distintos modos de aplicación. La más violenta llegó apenas unos años más tarde, con la dictadura de 1976.

Ahora, los contextos son distintos y las broncas son diferentes. Aunque la pobreza es mayor y las urgencias no saben de comparaciones históricas. También hay temor, desesperanza, perdida de certezas y, sobre todo, un sentimiento de indefensión que cruza trasversalmente a la mayor parte de la sociedad argentina que mañana no saldrá a la calle, pero que tampoco necesita demasiados elementos como para entender por las razones de quienes si lo harán.

Más allá de que los discursos cambien, que las formas se propongan más novedosas y que las prácticas se presentan como obsoletas, la realidad actual no parece quitarle sentido a la enumeración de escenas que Cantilo y Durietz grabaron a comienzo de los setenta y que, medio siglo más tarde, cobran una dimensión actualizada.

¿Eso habla bien de la canción?

Eso habla mal del país.