Queda planteada en la Argentina una discusión total sobre la angustia y la esperanza. Sobre los alcances de una agresiva impugnación oficial del colectivismo, sobre la descomposición social sobre la que ella se sostiene y sobre los recursos para afrontar la enemistad que se le impone a una clase trabajadora tan fragmentada y debilitada como colorida y plural. Se trata de una clase heterogénea que fuerza su voz para esbozar una palabra desde su propia dispersión y sus propias contradicciones, ante la larga carencia de una palabra política que agrupe. En lo inmediato, la CGT logra convocar multitudes, y eso envía un mensaje nítido a jueces y a parlamentarios. Pero el agua no fluye mansa y unilateralmente hacia las instituciones. Desde una Avenida de Mayo repleta en el segmento que va de la Plaza de Mayo a la Plaza a la de los Dos Congresos se debaten los términos del atravesamiento de todo un período de decadencia, que por supuesto no comenzó solo hace cuarenta días. ¿Cómo se da esa elaboración de nuevas estrategias y sentidos entre generaciones, entre presente y pasado, entre grupos organizados y damnificados que miran tras el vidrio y a lo sumo aplauden? Elon Musk propuso una imagen para este tiempo: el coito de una pareja hetero blanca, en la que el masculino se distrae o más bien se excita viendo a Milei hablando en Davos. Patricia Bullrich propone otra complementaria: el Congreso abarrotado de un triple cordón policial. En la Plaza (lo mismo ocurrirá seguramente el próximo 24 de marzo) se procesan escenas e idea muy diferentes sobre todo aquello que hay que defender, sí, pero también sobre todo aquello sólo sobrevivirá si resulta recreado: el valor comunidad afectado por nuevas formas de comprensión modificadas por la precarización laboral y por la instalación de las tecnologías de la comunicación. ¿Hay un antes y un después? Quizás sí en el siguiente sentido: ya no se trata sólo de enfrentar el modo traumático en que se nos roban las palabras (comenzando por la palabra “libertad” y siguiendo por “revolución”) otorgándoles significados humillantes. Tampoco alcanza con constatar la evidente orfandad política. Se trata desde ahora, quizás -y por sobre todas las cosas- de recuperar y a la vez proponer un colectivo ampliado capaz de reconocerse a sí mismo como una pluralidad cuyo despliegue mismo es un enorme desafío. En el cortísimo plazo, la Plaza le habla a quienes toman decisiones institucionales, pero en un tiempo otro la plaza se habla a sí misma para dar con los términos capaces de conmover a toda la ciudad.