En otro contexto, la noticia quizás hubiera pasado inadvertida. El Ministerio de Cultura de Brasil y la Agencia Nacional do Cinema (ANCINE) acaban de presentar un nuevo fondo para coproducciones internacionales que es “la mayor inversión de la historia del audiovisual brasileño para promover asociaciones internacionales”.

En el marco del Festival de Tiradentes, que abre el calendario cinematográfico brasileño, la ministra Margareth Menezes anunció que los 120 millones de reales (unos 24 millones de dólares) de este nuevo fondo estarán dirigidos a proyectos en cualquier etapa de producción y orientados prioritariamente a su exhibición en salas. Cada proyecto seleccionado recibirá un apoyo máximo de diez millones de reales (2 millones de dólares).

Abierta hasta el 12 de abril, la convocatoria está dirigida a proyectos de largometraje de ficción, animación y documental de productoras brasileñas independientes, que podrán participar tanto como socias minoritarias como mayoritarias, tal como se explica en las bases disponibles en la web del Banco Regional de Desenvolvimento do Extremo Sul (BRDE). Las bases prevén algunas medidas con el objetivo de garantizar la diversidad regional: al menos el 30% de los recursos se destinarán a productoras de las regiones norte, nordeste y centro-oeste, mientras que un mínimo del 10% del fondo se reservará para proyectos de los Estados de Minas Gerais, Espírito Santo y la región sur. Entre los objetivos de la convocatoria destaca la promoción de la integración de las industrias audiovisuales, el incentivo de la diversidad cultural entre los países coproductores y el impulso del desarrollo económico del sector audiovisual brasileño. En el mismo sentido, la ministra de Cultura anunció la apertura de 118 nuevas salas de cine en 11 estados y 27 municipios, con financiamiento del Fondo del Sector Audiovisual (FSA).

Mientras tanto, en una galaxia muy lejana llamada Argentina, sucede exactamente lo contrario: el cine nacional es denostado por el presidente Javier Milei, por el expresidente Mauricio Macri y por sus escribas de publicaciones oficialistas, mientras la manoseada “ley ómnibus” sigue insistiendo, a pesar de las modificaciones introducidas, en el desfinanciamiento del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), que sigue acéfalo, como la mayoría de organismos de la cultura, como si el gobierno nacional no supiera qué otra cosa hacer con ellos que cerrarlos o ignorarlos.

El caso de Brasil es particularmente impactante en este momento de la realidad argentina porque pone de manifiesto –una vez más- la importancia como industria del sector audiovisual, capaz de articular políticas de desarrollo productivo no sólo hacia el interior del país sino también hacia el exterior, en un circuito de interacción virtuoso, que acerca capitales e inversiones. Mientras el gobierno, con una visión sesgada y prejuiciosa, insiste en descalificar al cine argentino en su conjunto por razones ideológicas, actores, directores y productores del más variado arco político explican una y otra vez, en todas las redes y formas posibles, que la cultura por supuesto hace a la identidad de un país (algo que a Milei, Sturzenegger & company les tiene sin cuidado) pero también genera trabajo y trae divisas, un tema que se supone les debería interesar.

A esta altura, es obvio que el Poder Ejecutivo no quiere escuchar ningún argumento racional, porque si lo hiciera no se hubiera ido orgulloso de los Brics, por poner uno entre tantos ejemplos. Pero los diputados nacionales que ahora deben tratar esa afrenta al Poder Legislativo que es la denominada “ley ómnibus” tendrían que prestar atención no solamente a los grandes temas que hacen a la esencia de la más básica convivencia democrática – el rechazo a las facultades delegadas, la defensa de las economías regionales, la custodia de los derechos de trabajadores y jubilados- sino también leer con mucho detalle la letra chica del mamotreto, allí donde suele amucharse eso que ahora el oficialismo suele llamar despectivamente “cultura”, así, entre comillas, como si fuera una mala palabra. Las noticias que llegan de nuestro vecino Brasil son ejemplares para ratificar, una vez más, por si hacía falta, cuál es el camino correcto.