“Me enamoró con cada palabra, me destrozó con cada acción”. Frida Kalho

A pesar del contratiempo que tuvo que enfrentar, ella estuvo a la hora acordada en el bar “El Cairo”, el lugar elegido para el encuentro. El aroma a café todo lo envolvía. Los amplios ventanales le permitían ver en perspectiva la convergencia de las calles en la singular ochava. Llegó empapada por una llovizna inesperada que comenzó a precipitarse silenciosa sobre la ciudad. Tímida pero persistente y envalentonada por la ventisca mojaba en todas las direcciones. Las veredas se tornaron irremediablemente hostiles y ni un solo taxi libre acudió en su auxilio. Ella había sugerido la hora y él estableció el lugar aduciendo que, cada vez que pasaba por Rosario, de regreso de sus viajes de negocios, hacía una parada allí.

Si bien ella no estaba tan distante del sitio convenido, el súbito cambio de clima hizo que también se altere su estado de ánimo. Tuvo que batallar contra mil demonios para poder llegar puntual a la cita, contando con la única fuerza de sus piernas. Exhausta y mojada de pies a cabeza abrió la puerta con firmeza y entró. Se secó como pudo. Se sentó. Y esperó. Pausados pero decisivos transcurrieron todos y cada uno de los minutos que completaron casi una hora de plantón, sin recibir ni la más mínima señal, nada que le indicara que valía la pena seguir esperando.

Para calmar sus nervios y producir el exorcismo a tan hondo desencanto, como una autómata de torpes movimientos, sacó de su cartera un papel y un lápiz y comenzó a escribir. Siempre resultaba, ella lo sabía, y no detuvo el ritmo de los trazos hasta que el mozo le insistió si iba a tomar algo. Sí, una lágrima, tráigame una lágrima, le dijo sin mirarlo, y siguió poniendo en palabras el fluir de su conciencia. La lluvia había amainado, los peatones ya andaban sin paraguas. Guardó el papel en su cartera, pasó las manos por sus cabellos todavía húmedos, se puso de pie con decisión y cuando volvió a tomar conciencia de sí ya estaba llegando a su departamento de calle Corrientes.

Necesitaba darse un baño urgente, pero antes repasó lo que había escrito en la mesa del bar: “...y hubo un confuso pacto sin palabras” pero también demasiadas palabras confusas como si no llegaran de mí hacia vos con la misma semanticidad aún así increíblemente construimos caminos de palabras puentes de palabras abrimos ventanas de palabras nos ahogamos en un mar de palabras y tuvimos sed de palabras “algo en mí que no es mi yo despierto” te espera en la pseudo vigilia de esa hora como si fuera un ritual que no puede dejar de repetirse día tras día tras día sin saber exactamente a qué deidad nos estamos consagrando a qué forma amorfa le estamos dando entidad a quién le estamos entregando el tiempo de nuestro tiempo el amor de nuestro amor la nada de nuestra nada los signos se repiten infinitamente siempre con identidad de letras y palabras y quedamos a merced de ellos de su abundancia y de su escasez de su obviedad y de su ambigüedad la pregunta y la respuesta el signo y el silencio el zumbido y su vaguedad el lado de acá y el lado de allá la proximidad absoluta y la más absoluta lejanía y el patetismo de la espera constante de las palabras cautivas del cautiverio de lo inexpresable y de la obstinada voluntad de persistir en un país sin territorio. 

Cuando terminó de leer, le agradeció a Cortázar las frases entrecomilladas, dobló el papel y lo dejó, al descuido, sobre la mesita del living. Ya bajo la ducha, dejó que el agua se deslice sobre su cuerpo abatido hasta sentir que, poro a poro, también quedara exorcizado.

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