Al igual que aquellas canchas descriptas por Alejandro Dolina en el cuento “Apuntes del fútbol en Flores”, con árboles en el medio del campo de juego y canillas escondidas entre el pasto, el estadio Juan Antonio Arias también poseía extrañas propiedades que alteraban el desarrollo de los partidos. La prueba más evidente: si uno de los arqueros sacaba desde su área con rectitud, potencia y precisión perfectas, la pelota no acabaría en el arco de enfrente —tal como indicaría la lógica— sino desviada por la línea de fondo.

Las leyes de la física y de la geometría se veían desafiadas por una traza en falsa escuadra que distorsionaba las medidas del campo para despojarlo de todo criterio de simetría rectangular. Un área, por ejemplo, medía 37 metros de ancho, mientras que la de enfrente dos más. A su vez, una misma mitad de campo tenía 48 metros de longitud de un lateral, aunque casi 54 en el otro. De esa manera, los arcos quedaban torcidos respecto de los corners, invitando a hacer goles desde una de sus cuatro esquinas, aquella en la que el ángulo ofrecía el coto olímpico.

Pero la diferencia con las del célebre cuento de las Crónicas del Ángel Gris residía en que esta última no era la consecuencia de una creación literaria, sino de la decisión de un club que así la inauguró a fines de 1987 en Justo Villegas, entre Villa Palito, Ciudad Evita y el barrio Gas del Estado, al sur de San Justo. El estadio Juan Antonio Arias, con capacidad para 3500 personas y en donde Liniers será local desde este martes y durante todo 2024 en la primera temporada de su historia en la B Metropolitana.

Liniers había sido despojado en los 70’ de su histórica cancha en Ciudadela Norte, sobre Gaona y General Paz, adonde inicialmente se corrió en 1945 después de intentos previos en el barrio que le dio su nombre y en Lomas del Mirador. La trashumancia lo llevó a encontrar otra oportunidad en ocho hectáreas de tierras fiscales a la altura de Villegas, en La Matanza, que le compra al Estado nacional a fines de 1983.

Según aquellos que intervinieron en la creación del Juan Antonio Arias, el club del oeste porteño-conurbano hizo un esfuerzo enorme para poseer nueva casa tras los desplazamientos anteriores. Así, moneda sobre moneda y sudor sobre sudor, se consiguió financiamiento y mano de obra para volver a tener una cancha propia, ya que la AFA amenazaba con desafiliarlo. Solo el insistente trabajo de socios, simpatizantes y allegados hizo posible cumplir con todos los requerimientos necesarios para que el estadio pudiera ser inaugurado cuatro años más tarde, en diciembre de 1987, ante Flandria, por la Primera C.

Aunque hubo un detalle que pasó inadvertido en las inspecciones: el de las medidas del terreno de juego.

Muchas canchas del fútbol argentino suelen tener declives verticales, como las reconocidas “panzas” a la altura de las áreas para agilizar el drenaje en los días de lluvia. Pero las irregularidades topográficas del Arias rayaban el surrealismo, ya desequilibraban las medidas hasta interferir en circunstancias sensibles del juego como corners, dada la angulación despareja, o en orsais que los jueces de línea no lograban observar ante la falta de referencias paralelas. Una toma cenital del Google Maps permitía distinguir con claridad que el perímetro de la cancha no era precisamente un rectángulo de simetrías tolerables, sino más bien un trapezoide con su propia forma.

Lejos de ser secretos, los detalles del estadio de Liniers siempre fueron conocido en los círculos del ascenso, a tal punto que muchas personas la llamaban —más con cariño que ironía— “la cancha de los arcos torcidos”. Una nota de color en el folclore del fútbol criollo. Hasta que en octubre de 2016, la entonces denominada Comisión Normalizadora de la AFA intimó al club a enderezar las dimensiones desproporcionadas de su estadio, las áreas de tamaños diferentes, los arcos torcidos con respecto a los corners y la simetría ausente de una cancha torcida, montada sobre una falsa escuadra.

“Siempre tuvimos la intención de encuadrar la cancha, aunque la vorágine del fútbol hace que proyectes cosas a largo plazo y después se te superpongan otras, como el mantenimiento del estadio o nuevas exigencias de la AFA, entonces el tiempo y el dinero nunca te alcanzan”, dijo en su momento Marcelo Gómez, el presidente de Liniers, que estaba por esos tiempos en la D.

Gómez estuvo en aquel partido inaugural de 1987, contra Flandria, y atesora muchas anécdotas acerca de la cancha torcida. “Muchos centros sencillos se metían en el arco porque los arqueros perdían la referencia, y de hecho hubo un jugador nuestro que es recordado porque hizo goles olímpicos como loco. Se trata de Silvio Fuentes, un zurdo que en un mismo campeonato llegó a marcar cinco de esa manera”, describió.

“Conseguir en esa época, años '80, ocho hectáreas a veinticinco cuadras de la plaza de San Justo, en pleno centro de La Matanza, y encima con título de propiedad en mano, no era poca cosa. No sé cuántos clubes humildes como el nuestro poseen algo similar, así que, lejos de criticar, lo valoramos muchísimo”, defendió Marcelo Gómez por encima de todo.

Y, consultado sobre el origen de la falsa escuadra del Arias, alimentó el misterio con dos versiones posibles: “Una indica que fue para aprovechar las partes más parejas del terreno, ya que se trataba de siete hectáreas hechas con relleno; la otra es un poco más romántica: sugiere que está cruzada para que la salida y puesta del sol no encandilen a ninguno de los arqueros”.

 

Aquella intimación de la AFA en 2016 tomó por sorpresa no sólo a Liniers, sino también a toda la D, ya que el estadio era utilizado por Yupanqui y el Deportivo Paraguayo, entre otros equipos. Así que reordenaron las arcas y movieron voluntades para conseguir ochenta camiones de tierra, depositarla en el terreno, luego nivelarlo con máquinas y, finalmente, lo más sensible: demarcas las líneas de la cancha, esta vez de manera recta y correcta, para enderezar aquellos arcos del Arias de San Justo, que a partir de ese entonces quedarán torcidos únicamente en una leyenda del pasado.