Alejandro Grimson dijo a este diario que “la antropología no es la única disciplina que ve al importancia de no perder jamás la determinación de cuál es el punto de vista de los actores sociales”. Admitió que lo mismo hacen muchos sociólogos o historiadores. Pero aclaró que “los antropólogos buscamos ese punto de vista obsesivamente, porque si te olvidás de la subjetividad de los demás dejás de ser antropólogo”.

–No tengo relativismo ético, moral o político –dijo a PáginaI12 este investigador del Conicet y la Universidad de San Martín–. Pero como antropólogo debo comprender incluso lo que no comparto. Y, ya que estamos, no sería una mala cosa para la política, ¿no? O para analizar las elecciones.

–¿Por qué triunfó Cambiemos?

–A mi juicio, no ganó porque pudo resolver los problemas sociales y económicos que se agudizaron en los últimos años. Ganó porque pudo resolver la interpretación de la causa de esos problemas y, para sus electores, consiguió quedar fuera de la responsabilidad. Una gran parte de los votantes de Cambiemos no considera que está mejor que antes. Pero piensa que los problemas actuales no son culpa de Cambiemos. Y sigue teniendo una expectativa alta de que las cosas mejoren en el futuro. Hace más de un año que existe una brecha entre personas con altas expectativas hacia el futuro, que son alrededor del 50 por ciento, y personas que dicen estar mejor y son una franje mucho más chica: alrededor del 20 o 25 por ciento. Néstor Kirchner dijo una vez que la política es cash más expectativas, Cambiemos no ganó por cash sino por expectativas. En algún momento esa brecha entre los dos grupos puede cerrarse. 

–¿Cómo?

–Una posibilidad es que la gente esté mejor y lo sienta así. Otra es que esté peor y las expectativas se diluyan. Muchos de nosotros pensamos que esa brecha se resolvería pronto. El logro de Cambiemos es haberla mantenido mucho tiempo. No se cerró en su favor, pero tampoco en su contra. 

–¿Los votantes tienen intereses objetivos?

–Hay un problema de concepción de la política y de lo social que parte de una presunción muy polémica: la de suponer que alguien sabría con certeza absoluta cuáles son los intereses de los votantes. Como si fueran intereses totalmente objetivos. Por ejemplo, es probable que todos querramos ganar salarios más altos y pagar menos de luz y de agua. Pero la gente tiene ilusiones, confianzas, desconfianzas. A veces puede identificar su propio interés con el interés del personal jerárquico de su propio trabajo y no con sus pares. Puede querer por sobre todo una inflación baja porque prefiere cierta previsibilidad a situaciones que considera inestables. Y podría seguir. 

–¿Los intereses son fijos? 

–No. Se van desplazando a lo largo del tiempo. Si las personas consiguen ciertos objetivos en términos económicos cambian sus demandas y pasan a tener otras, por ejemplo vinculadas a la transparencia, al transporte público o a la seguridad ciudadana. Es erróneo tener una concepción objetivista de la política, que pase por alto los imaginarios o el deseo.

–Sin ser objetivista, ¿no hay un terreno objetivo? 

–Tomemos la ciudad de Buenos Aires, donde el índice de aprobación de Horacio Rodríguez Larreta, de alrededor de un 70 por ciento, supera inclusive la votación de Elisa Carrió. La gestión no hizo subtes pero sí cumplió con otras cosas o cositas que las personas perciben como concretas y en su beneficio. Y para hablar a nivel nacional, la inflación de 2017 es altísima pero menor que en 2016. El desempleo todavía no se disparó a las  cifras a las que podría llegar sin el famoso gradualismo del Gobierno. O quizás la percepción sobre Cambiemos fue buena porque el Gobierno recién hará desde hoy lo que hasta ahora postergaba porque buscaba una legitimación electoral de medio término. 

–Sin embargo el Gobierno no prometió un tarifazo pero no escondió que subirá tarifas o practicará una reforma laboral. 

–La campaña de Macri en 2015 se enmarca en la famosa frase de Menem: “Si les decía lo que pensaba hacer no me hubieran votado”. La elección del último domingo 22 fue distinta. No solo fueron anunciando lo que vendría sino que resultaron efectivos en cargar las culpas de la inflación de 2016 sobre el kirchnerismo, sobre muchos de cuyos funcionarios pesan cuestiones judiciales. 

–Pero hubo procesos de movilización.

–Sí, con una intensidad pocas veces vista en una situación que no es terminal como en 2001 o 2002. Hubo marchas por temas científicos, educativos, sociales y de derechos humanos. Pero se trató de heterogeneidades políticas que no pudieron ser sintetizados por ninguna fuerza política por sí sola. Cambiemos pudo imponer su interpretación sobre los problemas de la realidad y al mismo tiempo hubo fragmentación de las oposiciones al proyecto político del Gobierno. 

–Los grandes medios jugaron a su favor.

–Sin duda. Y no menosprecio su enorme poder pero tampoco lo absolutizo. En la Argentina y en América Latina triunfaron y se mantuvieron en el Poder Ejecutivo procesos políticos que no coincidieron con la visión de los grandes medios. Cuentan las oleadas, los ciclos o los momentos. 

–¿Lo mismo pasa con las redes sociales?

–Es una dimensión diferente. A veces incluso sirven para fenómenos de democratización. Hay grandes movilizaciones convocadas a través de las redes. 

–La marcha contra el dos por uno sentenciado por la Corte Suprema, en mayo último.

–Sí. Una marcha que fue posible porque reflejó el rechazo visceral de la sociedad argentina ante el fallo. 

–¿Todo es visceral en política?

–En el voto se juegan emociones, identidades, relaciones entre emociones y bolsillo, entre emociones y casa propia, entre emociones y derechos... Ahora está de moda decir que todo es nuevo. Pero el voto de febrero de 1946, cuando Juan Perón le ganó a la Unión Democrática, también puede ser analizado como un voto visceral. Si pensabas que Perón era nazi votabas visceralmente a Tamborini-Mosca. Si estabas convencido de que la Unión Democrática era la oligarquía votabas a Perón. No existe la política sin pasión, aunque uno de los problemas de la cultura política argentina es si existe la chance de construir una escena política que se parezca un poco menos a un partido de fútbol donde aplaudimos al árbitro solo si se equivoca en favor de nuestro equipo. 

–¿No hubo una cuota alta de racionalidad en el triunfo de Raúl Alfonsín en 1983 o en el de Cristina en 2007, después de que Kirchner se fuera con una popularidad de más del 60 por ciento?

–Sí. Ésos y otros fueron momentos en que la sociedad logró acuerdos importantes. Recién hablamos del dos por uno. Bueno, el rechazo al dos por uno para los represores tiene un consenso amplio. os adversarios en función de la peor versión que tenemos del adversario, se corre un riesgo: que se erosionen algunos acuerdos. Por ejemplo contra el dos por uno. Por ejemplo derechos humanos. Tengo el temor de que haya acciones del Gobierno de Macri que erosionen el consenso sobre derechos humanos. Otro acuerdo: la sociedad argentina es saludablemente intolerante ante la violencia política, y en especial a la que viene del Estado. Ojalá que el Gobierno de Macri no quiera romper ese acuerdo.

–¿Lo quiere romper?

–Hay una serie de acciones, como la represión de manifestaciones, que tornan razonable preguntarse si no hay una voluntad activa de erosionarla. En Chile no hay movilización estudiantil que no termine con gases lacrimógenos. En la Argentina las movilizaciones eran, al menos hasta ahora, un sitio pacífico donde hasta podían ir familias enteras. ¿Seguirá siendo así o lo que viene necesita una cuota de miedo?

–¿Qué sería lo que viene?

–No creo que venga el fin del gradualismo. Supongo que se mantendrá el proyecto original de ajuste con búsqueda de votos. El gobierno va a apretar el acelerador mientras mantiene el escaneo de la sociedad a través de Jaime Durán Barba. Para que sus reformas avancen necesitan que baje la movilización. Puede bajar por desazón (porque los que se movilizaron no lograron sus objetivos), porque el Gobierno se legitimó o porque hay miedo. De todos modos, al menos hasta ahora el Gobierno mantiene un nivel de gasto social que le permite seguir ganando elecciones y un nivel importante de obra pública. Macri hace ambas cosas mientras busca un incremento claro de la desigualdad y favorece a los sectores concentrados. Y además, hoy el precio de la soja le sirve. ¿Seguirá todo así? No lo sabemos. Pero tampoco pensemos que, en caso de una crisis profunda, inexorablemente será el fin. El capitalismo sufrió la crisis de 2008 y se reconfiguró. Perú, Colombia y Chile tienen modelos neoliberales sin una crisis terminal. 

–No hay nada inevitable.

–No. Es equivocado hacer política creyendo que lo que no te gusta se vendrá abajo solo, sin que construyas una alternativa superadora y convenzas a una mayoría. Si no la política sería totalmente religiosa. 

–¿No lo es?

–Si digo que sí quedará como una crítica desmesurada. Si digo que no me habré olvidado de que para los antropólogos existe lo religioso en un sentido amplio, de las creencias y los rituales, como diría Emile Durkheim. El kirchnerismo, por ejemplo, no tiene problemas por el hecho de sustentar creencias. Los tiene cuando no logra desplegar una política eficaz porque sus creencias pueden no estar contribuyendo a tu fortaleza política.

–¿Por ejemplo?

–Veo a muchos preocupados más por tener razón que por persuadir. Si buscás tener razón por sobre todas las cosas no serás una mayoría. Lo mejor es tener un carácter reflexivo para ir modificando las propias prácticas, porque el reflujo internacional no te permite muchas recetas salvo una: unir toda la diversidad que está en contra del modelo hegemónico. Ésa sí es una receta que vale siempre para todas las etapas defensivas.

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