Por 3 de Febrero llegando a la esquina de 1º de Mayo, es inevitable que las reminiscencias de un barrio tan propio no floten tan lejanas como inminentes. En el bar frente a la Pinturería visualizo a una adolescente tomando un café y sobre la mesa un libro que me llamo la atención visual. Flash. Me acerqué cauteloso hacia el vidrio que separaba mi cuerpo del interior del reducto urbano para corroborar el autor, pues resulta un titulo, hoy popular, para diversas interpretaciones. Veo asombrado gratamente el nombre de su autor, Charles Duchaussois. Uy, me dije, esto es un autentico acto de rebeldía y búsqueda imprescindible. Golpeo cuidadosamente el vidrio llamando la atención de la joven y al levantar su mirada le hago un gesto de aprobación con cierta admiración. Levanto las manos afirmando lo interesante que me resulta ver que esté leyendo ese libro misterioso. Nos miramos sonriendo y en lo efímero de una brisa sutil seguí por 1ª de Mayo hacia Mendoza.

Ese libro de culto se transformo en nuestra guía para drogarnos poéticamente a principio de los ochenta. Un viaje del autor francés hacia Katmandú, donde luego de las aventuras existenciales que le deparo el camino, queda preso de la heroína como un junkie y llega a las cumbres del Himalaya para partir en ese último pinchazo en un desenlace místico, desesperado y mortuorio. Regresa milagrosamente a París, mientras sus amigos hippies junkies quedan como cadáveres inertes en ese limbo terrenal donde solo las flores frescas relucían en sus vidas jóvenes perdidas.

Los últimos versos del libro lo encuentran a Charles ya repuesto de su travesía química con cierto bienestar clínico. Aunque estaba procurando conseguir en una farmacia parisina unos supositorios que contenían codeína. Esa compulsión y deseo de resistir una lucidez tan cruel como privilegiada.

Por J. M. Rosas camine hacia Av. Pellegrini en busca del Bar Blanco, mi reducto urbano predilecto en este tiempo. Pues los bares van cambiando según las etapas de nuestra vida. Mientras escribo este texto en mi mesa, veo como la tarde sucede como una película donde el final nunca llega. Pues la vida, esa efímera experiencia traumática, aun nos guarda alguna que otra sorprendente aventura urbana.

Osvaldo S. Marrochi