Desde Río de Janeiro

El fenómeno de la extrema derecha en el mundo ya ha sido analizado ampliamente. El favoritismo de Trump para volver a ser presidente de Estados Unidos reafirma la actualidad del tema.

En América latina tenemos que explicar cómo fuimos – y somos todavía– víctimas de los fenómenos Bolsonaro y Milei -para limitarnos a estos dos casos más graves.

No somos pocos los que no creíamos que Milei podría ganar la elección y convertirse en presidente de Argentina. Los que pensábamos que el nivel político y cultural de los argentinos iba a ser un obstáculo suficiente para impedir que alguien con los planteamientos absurdos como los de Milei pudiera ganar el apoyo de la mayoría de los argentinos.

En Brasil también pasó algo parecido. Cómo, entre Bolsonaro y Fernando Haddad, la mayoría de los brasileños pudo escoger a aquél para ser presidente del país.

La izquierda en Brasil y Argentina, así como en otros países, tuvo siempre que enfrentarse con mecanismos de rechazo de grandes liderazgos y movimientos populares. Perón en Argentina y Getulio Vargas en Brasil fueron – y, de alguna manera, siguen siendo – fantasmas para la derecha y las elites de esos países. El antiperonismo y el antivarguismo – y sus continuidades – fueron siempre instrumentos de la derecha para resistir a liderazgos populares.

La diferencia entre los dos países está en la continuidad del peronismo – y del antiperonismo – y del paso del antivarguismo al antipetismo o al antiLula. Los mecanismos son similares. La derecha agita el fantasma del retorno del peronismo o de los líderes que lo representan como obstáculo para intentar impedir el regreso de líderes del kirchnerismo o aliados. 

Milei fue elegido como un supuesto obstáculo para que Cristina Kirchner u otro líder – Massa– llegara a la presidencia, con las políticas democráticas y populares que representan y que la derecha repudia sistemáticamente.

Las difíciles condiciones de vida de las personas en los gobiernos anteriores fueron factores que facilitaron la victoria de Milei. Así como el antiperonismo y el antikirchnerismo como ideología y como propuesta política.

Milei no decía lo que iba a hacer. Aparecía simplemente como el que podría impedir la continuidad del peronismo o del kirchnerismo. Decía apenas que terminaría con la inflación, con el argumento de que la inflación había sido producida por el kirchnerismo.

Sin la comprensión de esos mecanismos, no se puede entender la elección de Milei. Que no es un líder por sí mismo, con propuestas suyas. Es un instrumento de la derecha para derrotar a la izquierda.

En Brasil, fue un bloque jurídico-mediático que logró tumbar a Dilma Rousseff, mediante un impeachment, con una acusación que, en ninguna circunstancia, configuraría un caso de impeachment (un cambio de asignación de recursos en el presupuesto), como el mismo poder judicial lo reconoció posteriormente.

Ese proceso tuvo continuidad en el juicio contra Lula, su condena y su prisión. Ello impidió que Lula fuera candidato y facilitó la victoria de Bolsonaro sobre Haddad. El antipetismo y el antilulismo han sido mecanismos indispensables para la victoria de Bolsonaro.

Uno de los absurdos de esos argumentos es que durante todos los gobiernos de PT –de Lula y del Dilma – las condiciones de vida de los brasileños mejoró sustancialmente.

La derecha tuvo que apelar a las acusaciones de supuesta corrupción de los líderes y de los gobiernos del PT. Esa fue la imagen más grande manipulada por los medios para buscar aislar y derrotar a los petistas. El Poder Judicial tuvo un papel esencial, al lado de los medios, para derrotar al PT. Basta con decir que la sesión del Senado que aprobó el impeachment de Dilma fue presidido por el entonces presidente del Supremo Tribunal Federal.

America latina fue así víctima, casi simultáneamente, de dos fenómenos más o menos similares de extrema derecha. Que, de alguna manera, sobreviven. Bolsonaro ya como inelegible y como procesado, con grandes posibilidades de ser condenado y detenido.

Milei es todavía presidente de Argentina. Mientras que Trump puede volver a ser presidente de Estados Unidos.