“No podemos decir `no hay un plato de comida para vos`" dice Andrea Lobo. Está en la asamblea de feminismo villero en el barrio Zavaleta a pocos días del 8M y a tres meses del gobierno de MIlei. El hambre está en el centro, en un aire de voceros matutinos y presidentes tuiteros que desprecian la necesaria organización del cuidado para que la vida exista. Andrea rompe en llanto cuando recuerda la muerte de Ramona durante la pandemia, ella tampoco quería decir “no hay un plato de comida para vos”. Por eso seguía parando la olla, que no es solo servir un plato de comida sino activar un engranaje de cuidado comunitario. Antes de morir a causa de Covid, había salido en la televisión denunciando que en la Villa 31 no había agua para lavarse las manos. Ramona se convirtió en una referencia para las cocineras comunitarias y hoy Andrea está a cargo de la Casa de Mujeres y Diversidades que lleva el nombre Ramona Medina. Una vez que el llanto se corta y se repone, le dice a sus compañeras: “Cuando nos dicen que no la vemos o no entendemos de política, lo que no entienden ellos es que todo lo que hacemos es política”.

“Yo voy a atender uno por uno a la gente que tiene hambre” decía Sandra Petovello hace un mes cuando todavía no se había desfinanciado el FISU (Fondo de Integración Socio Urbana) y la segunda del Fondo Monetario Internacional no advertía que “el ajuste no recaiga desproporcionadamente sobre las familias trabajadoras”. La ministra, que sin ninguna experiencia en la administración pública es la expresión de la no metáfora en el gobierno,  se balancea en uno de los ministerios que va mas a contrapelo de los derechos sociales. “¿Vos tenes hambre?” le preguntaba en la misma secuencia a un grupo de personas que le reclamaba porque el Ministerio de Capital Humano no estaba entregando alimentos a los comedores.

El ajuste no solo va en dirección opuesta a la casta, si no que apunta a los lugares en donde se cuece la vida con otres: quienes sostienen los cuidados y la reproducción de la vida sienten en el cuerpo cómo la exigencia se incrementa, el esfuerzo se multiplica y el dinero no alcanza.

¿De qué hablamos cuando hablamos del cuidado de la vida? Se trata de la atención, la interdependencia, el tiempo, las mentes y el cuerpo haciendo trabajos indispensables para que la vida ocurra. Trabajos tan esenciales como invisibilizados encabezados por mujeres o femeneidades: que haya comida en la heladera, que la ropa esté limpia, que quien tiene que tomar una medicación y no pueda acceder por sus propios medios, disponga de ella. Que haya un plato para cenar. Colgar la ropa, lavar los platos,  jabón en el baño. Asistir a una persona discapacitada para que pueda vivir de la mejor manera posible, cuidar a las infancias, contener a les estudiantes en la escuela. La enumeración podría seguir por un largo rato, la pregunta que interrumpe la lista infinita es ¿Cómo el ajuste recae y afecta directamente en esas tareas? ¿Cómo se multiplican los trabajos de cuidados al mismo tiempo que se incrementa la precariedad y el hambre? ¿Cuáles son las estrategias comunitarias e interdependientes que se utilizan para contrarrestar esta manera de poner la vida en riesgo?

Primeras líneas: las trabajadoras de casas particulares

Fanny tiene 51 años, vive en Nueva Pompeya y trabaja cocinando y limpiando en una casa en Recoleta de lunes a viernes. Aclara que es justo frente a la casa de Cristina Kirchner, pero el dato pasa inadvertido. En total gana 250 mil pesos por 25 horas semanales. Además tiene un hijo en la facultad y un marido taxista. Se hace cargo del alquiler y del cuidado de una hermana con discapacidad y una madre de 75 años, ambas viven a 20 cuadras de su casa. “Me cuesta horrores conseguir la medicación para mi hermana, me hice cargo toda mi vida y ahora me pesa más. Hago malabares para llegar a fin de mes: no compro repelente y solo cocino con ofertas” dice.  Sus desesperación es evidente, no hay manera que den las cuentas. Sin embargo pertenece a la ATHA (Asociación de Trabajadoras del hogar y Afines) que se conformó en 2021, se trata de un espacio de organización y de producción de estrategias para sortear los embates de quienes desconocen sus tareas como trabajo.

La Asoociación de Trabajadoras de Hogar y Afines se creó en el 2021 para poder abordar las problemáticas del rubro

Matilde tiene 54 años y también es trabajadora de casas particulares, durante 8 horas diarias está cargo de una adulta mayor: cocina, va al supermercado y mantiene la casa limpia y ordenada: “Mi sueldo es de 270.000 pesos, con la inflación no me alcanza para nada. Para llegar a mi trabajo necesito 2 colectivos y un tren, eso me significa un gasto aproximado de 45.000 pesos al mes” explica y agrega “es evidente que este ajuste nos está afectando terriblemente, especialmente a los que menos tenemos. Corre peligro la vida de algunos, por no tener con qué alimentarse o medicarse como corresponde, principalmente niños y adultos mayores. Eso es una realidad” dice Matilde que también está a cargo de su madre que tiene pensión por invalidez: “Si no fuera por la ayuda que le brindamos sus hijos, ella no llegaría a fin de mes con la comida y con las compras de medicamentos que tiene que tomar por una enfermedad crónica que tiene hace años”. Pero la cadena de cuidados no se termina ahí, Matilde tiene una hija recién separada con tres chicos en edad escolar: “Y así no existe descanso alguno. Personalmente termino la semana exhausta, y no se cuando empieza y termina mi semana laboral”.

Tierra, trabajo sin pan

En el ruralidad para las mujeres no hay una línea divisoria entre el trabajo productivo y el trabajo de cuidado, al igual que las trabajadoras de casas particulares, el trabajo se desdobla y el descanso es una utopía: “Entras a la chacra y laburas. Salís de la chacra y entras a la casa para laburar. El espacio productivo y el espacio de cuidado del hogar está todo en el mismo lugar” dice Rosalía Pellegrini de Mujeres de la Tierra, una organización que viene construyendo feminismo popular, campesino y agroecológico. Acceso a la tierra, leyes de agricultura familiar y banco de tierras son iniciativas que encabezaron y que hoy quedan muy lejos de poder articularse a nivel estatal con un gobierno que arremete todo lo que pretenda cimentarse en lo comunitario.

Las mujeres trabajadoras de la tierra se encuentran entre los surcos, politizan su experiencia cotidiana.

Las familias campesinas vienen siendo afectadas por el ajuste, en la producción de alimentos hay que elegir lo más barato, como pasa en otros sectores: “Tienen que optar por plantar lo más barato: lechuga o acelga. Eso hace que el mercado vaya a estar inundado de ese producto y solo los productores más grandes puedan producir otras variedades: “Con todo lo que sale comprar una garrafa para cocinar o una semilla para seguir produciendo lo que está sucediendo es un empobrecimiento total. Estamos frente a un gobierno en alianza con sectores predatorios” explica Rosalia para quien el desprecio es a la capacidad de profundizar el análisis de los mecanismos de dominación del sistema: “Parece que los dos grandes enemigos del presidente hoy son el Estado y los feminismos, esos feminismos que pudimos plantear que las tareas de cuidado son un trabajo indispensable para poder producir un cajón de zapallitos. Y que, detrás hay todo un sistema de cuidados dentro de una economía cada vez más precaria” explica.

Carolina Rodriguez es del cordón fruto orticola de La Plata y tiene 43 años

Carolina Rodriguez es referente del cordón ortícola de La Plata y también pertenece a Mujeres de la Tierra. Ella insiste en que el alquiler de tierras y los insumos para poder producir son cada vez mas cotosos y de esa manera se están perdiendo productoras: "Hoy hay compañeras que pagan de luz 105 mil pesos y de alquiler 300 mil pesos por 3 hectareas y poder trabajar con sus familias para la producción de alimentos. Hoy tal vez pueden alquilar solo una hectarea porque no llegan a otra cosa" explica. ¿Quienes van a producir ese alimento indispensable para la reproducción de la vida? Carolina recuerda que su abuela -que también se dedicó al trabajo de la tierra- vivió hasta los 114 años: "Nuestros viejos antes no se enfermaban, hoy en día vos ves muchas enfermedades, gente joven enferma y eso sin duda forma parte de la mala alimentación

Juntarse

“Las ideas liberales, de ajuste y de hambre para hoy y abundancia para el futuro, solo pasan si estamos desorganizades” dice Cecilia Segovia, profesora de Lengua y Literatura que conoce la escuela pública y sabe que es un lugar al que se apunta, porque allí también se crean lazos comunitarios, de acompañamiento, de cuidado y de producción de conocimiento: “La escuela es un lugar para contener a las familias y también es un lugar de encuentro. Para las ideas individualistas es un problema que les pibis se encuentren y descubran que es con otrxs con los que es posible crear posibilidades vidas vivibles” dice.

Cecilia Segovia trabaja en nivel secundario de la  EEM 4 de Nueva Pompeya y el Comercial 4 en la Ciudad de Buenos Aires

El ajuste también incrementa el trabajo de les docentes que intentan amortiguar los embates hacia los sectores más vulnerados: “El gobierno de la Ciudad de Buenos Aires les exige a las familias que se inscriban en una beca alimentaria para que les manden la vianda a la escuela. Lo que sucede es que en la escuela resulta imposible hacer una diferenciación entre quienes se inscribieron y quienes no, porque las viandas las necesitan y las quieren todes. Cuando te digo vianda, te hablo de un sandwichito” explica Cecilia. La tarea entonces es buscar la manera de que ningún estudiante se quede sin merienda: “Lo que brinda el Estado es en este caso a través de la virtualidad y de poder llenar un formulario, hay familias que tal vez no tienen el dispositivo o el conocimiento para llevar adelante ese proceso. La escuela entonces cumple el rol de intermediario para poder facilitar ese tipo de trámites” .

Para Cecilia una de las estrategias que hay a disposición es la memoria del 2001 y la memoria del pandemia: “Fueron momentos en los que las familias y todes la estábamos pasando muy mal y sin embargo buscamos formas de conseguir bolsones de comida, articular con las organizaciones del barrio, es ahí donde el colectivismo se transforma en resistencia”. Para ella la escuela va a tener que seguir siendo un espacio de contención y solidaridad:  "Sabemos que lo tienen que garantizar los gobiernos pero que en definitiva somos nosotrxs quienes estamos en contacto directo con les estudiantes y ya estamos pensando un montón de estrategias para intentar que el paso por la escuela sea lo más amoroso posible en un contexto de violencia y deshumanización”

El trabajo no dignifica, se multiplica

“Vida o muerte” son las palabras que utiliza Florencia Chistik para hablar de los cuidados que involucran a personas discas. Tiene 32 años y es usuaria ambulatoria de silla de ruedas: “Si la integridad física, económica o social de las personas que realizan esas tareas de cuidado está en riesgo también está en riesgo la vida de la persona que cuidan”. Se refiere a situaciones cotidianas que para muchas personas pueden resultar obvias: bajar una escalera, subir a un auto o ir a comprar el pan. Eso si se no se cuentan los tratamientos, traslados a instituciones de salud y medicamentos: “Nuestras vidas dependen de las tareas de cuidado que puedan realizar otras personas que en general son mujeres y femenidades, madres, abuelas, hermanas o tías”. La pregunta que se hace Florencia es crucial: “Si hay personas que necesitan cuidados 24 x 7 ¿Cómo hacen esas personas para realizar las tareas de cuidado, ser jefas de familia y además salir a buscar tres trabajos porque no alcanza para el alquiler?

Florencia Chistik tiene 32 años y es Activista Disca y parte del colectivo LGBTQNB+

Florencia todavía conserva una prepaga y se considera privilegiada, pero aclara que es un porcentaje muy chico el que aún sostiene las prestaciones privadas: “Hay gente haciendo trueques para poder conseguir medicación que antes era prevista por el Estado, y estoy hablando de cuestiones de vida o muerte, por ejemplo anticonvulsivos para personas epilépticas”.

La desregulación de las prepagas y las obras sociales le sigue sumando complejidad al tema, ya de por si una persona con discapacidad requiere gastos extraordinarios en relación a la salud: “En un contexto de ajuste brutal, en donde no se tiene en cuenta que sin una estructura económica y social que acompaña a esas personas que realizan los cuidados, se convierte en algo insostenible”

Florencia es activista disca y parte del colectivo LGBTQNB+ y en estos tiempos viene pensando mucho en la cuestión de la incertidumbre, algo que pareciera común para todo el mundo pero que explica porque ella habla se arriesga a hablar de vida o muerte: “Nosotres nunca sabemos que va a pasar con nuestra salud, ya sea porque falten las personas que se encargan de nuestro cuidado o si vamos a poder acceder o no a medicamentos que básicamente nos permiten seguir viviendo o no”

Interdependencia

Judith Butler explica el proceso asambleario para hablar de la interdependencia entre las personas. Toma las experiencias de asambleas feministas, migrantes y antirracistas que acuden a la organización siendo conscientes de la necesidad política de actuar conjuntamente. Lo hace en el libro “Sin miedo, formas de resistencia a la violencia de hoy” y explica que “cuando reconocemos que nos necesitamos unos a los otros, estamos reconociendo también los principios básicos que conforman las relaciones sociales, democráticas, de una vida vivible”. ¿No es a esos lugares a los que apunta la política de arrasamiento, shock y crueldad del gobierno que encabeza Javier Milei? ¿No busca pulverizar esos lazos de interdependencia a través de una economía que justifica el abandono hacia ciertas poblaciones en nombre de un individualismo que ve un camino hacia el bienestar y confort en la destrucción del otro?

“Poner la vida en el centro” es lo que Andrea en la asamblea feminista villera llamaba “hacer política”, es no dejar a nadie sin un plato de comida, es estirar los fideos, juntar la plata entre les docentes para una canasta de útiles. Es conseguir la tierra para plantar aunque las leyes de mercado te digan que vas a perder plata. Es juntarse como Matilde y Fanny para exigir un descanso. Es con otres donde el cuidado y las condiciones materiales para vivir hacen mella, ponen en estado de alerta a quienes quieren propagar el “sálvese quien pueda”. El cuidado construye resistencia y rabia. Produce también, un cruce perverso con otres, brotes de colectivismo, señales de resistencia y pánico a una revuelta que desborde de ollas en las esquinas.