Hurgando como una rata en un sótano abandonado del siglo XV, se encontraba frente a un libro de Historia Argentina y su desenlace siempre trágico. Sentado sobre una pila de vinilos húmedos de música clásica, con una linterna alumbraba cada página, la botella de Bols a la mitad y el embrujo de la noche que en su silencio espectral atraía a fantasmas recién nacidos de cadáveres ardiendo en hogueras comunitarias.

Las repeticiones en la historia de los sucesivos jóvenes gobiernos democráticos caían frente a su mirada crítica como bolsones de cemento en el cráneo de un bebe recién llegado a la tierra.

Cuarenta años de gobiernos democráticos y ningún cambio fundante que se sostuviera en el tiempo. Hasta por la apariencia te detenían en la ciudad y te pedían el DNI sin ningún tipo de explicación. El apriete policiaco frente a movilizaciones populares. El nuevo desguace del estado, sus bienes históricos y representativos de la identidad que nos define.

La fiesta que sucede frente a nuestras narices de cómplices obscenos disfrazados de funcionarios. Todo justificado por haber surgido de la vagina de la democracia. El nacimiento popular de una masacre social tan visible como tanática.

Mientras seguía hurgando en aquel libro olvidado, la botella de ginebra ya relucía su vacuidad. Al llegar al capítulo sobre la conducta del pueblo frente a estos nuevos sucesos y arrebatos de la clase gobernante, no dejo de sorprenderse.

Ningún filósofo, ni historiador, ni pensador, ni desde la psicología, pudieron determinar un perfil que encuadre el comportamiento del pueblo argentino ante tal tragedia humana, económica y social. Un enigma. Con un palo en el culo, el pueblo seguía andando justificando ya lo ilusorio y dramático. Se podría pensar en un masoquismo aceptado en términos populares. Donde las personas siguen funcionando con todas las limitaciones que este gobierno decadente, lisiado y arrodillado ante los gendarmes del universo material propone: llevarnos hacia un cadalso tan proximo como tétrico.

Al fin, hurgando, su linterna se apagó, la botella de Bols había quedado en el recuerdo. El alba estaba naciendo como una manada de búfalos desesperados. La noche, en su retirada cautelosa, dejaba las huellas para el nacimiento del dios dorado, que al mostrar su luminosidad sobre las islas, ya inundaba el nuevo dia con su indescifrable imagen, solo para regresar en la matemática función cósmica.

Osvaldo S. Marrochi