Así como Leonardo Ponzio y Pablo Pérez estrecharán formalmente sus manos en el Monumental el domingo 5 de noviembre próximo, los capitanes de River y Boca también sortearon, el 24 de agosto de 1913, qué equipo daría inicio al partido y cuál elegiría el lado de la cancha que ocuparía en el primer tiempo. Como si hubiera sido enviado desde el futuro, un anónimo fotógrafo del diario El Nacional dejó testimonio del big bang de una pasión argentina, el origen del Boca-River, dos equipos entonces menores pero que 104 años después concentran el 60% (o un poco más) del país futbolero.

Gracias a ese puñado de fotos se pueden reconstruir detalles de un hito que debería enseñarse en los colegios, aunque fuera en alguna hora libre. Tribunas bajas, de pocos escalones, pero repletas. River vestido con la que fue su camiseta titular entre 1909 y 1931, la tricolor, blanca, negra y roja a bandas verticales. Boca enteramente de azul oscuro, aunque nada era demasiado formal: en los dos equipos algunos jugadores tenían pantalones blancos y otros, negros. Si en el kilómetro cero del superclásico no había cámaras de televisión que registraran el saludo entre los Ponzio y Pérez de la época ni el resto del partido era, simplemente, porque la televisión no existía (y de hecho faltaban 38 años para que se transmitiera el primer encuentro en directo del fútbol argentino, un San Lorenzo-River de 1951). Es probable, incluso, que todavía no existieran las palabras “relator” ni “comentarista”: la radio tampoco había sido inventada y faltaban 11 años para que pudiera escucharse en vivo el primer partido, un Argentina-Uruguay en 1924.

En aquel agosto de 1913, Boca ganó el sorteo y eligió jugar el primer tiempo con el sol a su favor. A River, entonces, le correspondió comenzar el partido. El delantero Alberto Penney fue el Neil Armstrong de los superclásicos, el hombre que dejó la primera huella. El River-Boca que se jugará en pocos días en el Monumental será el número 200 en torneos de liga del profesionalismo, pero entre copas nacionales, internacionales, amistosos y amateurismo, será el 365. El primero oficial fue aquel que inició Penney, ya con la camiseta de River, pero que había jugado el primer partido de la historia de Boca, en 1905. Si hubiese existido Twitter, en su bio tendría que haber escrito: “Especialista en puntapiés iniciales”.

Mientras el hemisferio norte estaba por entrar en la Primera Guerra Mundial, Argentina era un país que germinaba. Mucho estaba naciendo, mucho estaba por hacerse. Recién el año anterior se había establecido, a través de la Ley Sáenz Peña, el voto universal, secreto y obligatorio (aunque sólo para los hombres, porque las mujeres deberían esperar casi cuatro décadas para que pudieran votar: en 1951). Faltaban menos de tres meses para que el 1º de diciembre se inaugurara, entre Plaza de Mayo y Once, el primer subte de Buenos Aires, que además sería el primero del hemisferio sur, de América Latina y de los países hispanos. Argentina potencia, Argentina granero.

River y Boca eran clubes menores en lo deportivo pero con el contexto (y acaso el destino) tendiéndole un vaso de whisky para que comenzaran a disfrutar: en el fútbol argentino también bullía un comienzo y final de ciclo. En abril de 1913 se había disuelto Alumni, nuestro primer gran campeón, y su salida, junto a las de Belgrano, Lomas y CASI, otros clubes fuertes que en un puñado de años decidieron dejar el fútbol y dedicarse al rugby, dejaron un hueco que Boca y River comenzarían a aprovechar. También quedaba vacante un partido que despertara una gran rivalidad: hasta entonces el clásico, si es que había existido un clásico, había sido Alumni-Belgrano, muy british, repleto de apellidos ingleses, a contramano de la argentinidad que trasuntaba el nuevo fútbol, más criollo, más “nuestro”. El primer club que aprovechó la flamante acefalía fue Racing, el primer grande de los futuros cincos grandes (un concepto que nacería en 1937, cuando la AFA aceptaría el voto calificativo y sólo cinco clubes reunirían todos los requisitos), que en diciembre de 1913 ganaría el primero de los siete títulos seguidos que festejaría hasta 1919.

En su edición del 23 de agosto de 1913, el anuncio del diario La Argentina suena revelador, místico, como si a su (también anónimo) redactor se le hubiese manifestado que algo grande estaba por parirse: “Boca-River, los dos elencos poderosos de la Boca, se encontrarán por primera vez en esta temporada, y quizás también por primera vez en su vida deportiva como instituciones ya definitivamente instaladas. El match despierta un interés tal que no es exagerado afirmar que concurran a él un número de espectadores como posiblemente no hemos presenciado jamás en nuestros campeonatos”.

La duda de este texto, “se encontrarán quizás también por primera vez”, se explica en que Boca y River ya habían jugado, al menos, dos amistosos. El primero, según recapituló el historiador Diego Estévez en “320 superclásicos” (Ediciones Continente, 2007), había sido en 1908, con victoria 2 a 1 de Boca. El segundo fue en 1912, un partido informal organizado por la Sociedad de Asistencia a los Caldereros para juntar fondos para un compañero herido en el trabajo. Ese amistoso, sin embargo, no terminaría: los jugadores de Boca dejaron la cancha enojados con el árbitro y River se quedó con el premio económico que estaba en juego.

Con pocas cuadras de distancia entre los dos clubes, River había sido fundado en la Dársena Sud en 1904 (y no en 1901 como dice la historia oficial). Boca es de 1905. Si hasta 1913 no se habían enfrentado oficialmente fue porque (la historia es circular) River estaba en la A desde 1909 y su rival recién había podido ascender en 1912 gracias a una reestructuración. Boca ya convocaba mucho público, e incluso hay registros periodísticos que lo une a Alumni como los dos clubes más populares, pero no podía subir a Primera por méritos deportivos: al ascenso de River le siguió en 1910 el de GEBA, en 1911 el de Racing y en 1912 el de Estudiantes de La Plata, hasta que la AFA (que no era la AFA) dictaminó que todos los equipos de Segunda pasarían a Primera en medio de una reestructuración total.

Finalmente el 23 de agosto de 1913, y después de 45 minutos de retraso (el partido debía comenzar a las 14.30 pero el árbitro, un tal Bergalli, nunca apareció y fue reemplazado por Patricio Mc Carthy, que dio comienzo a las 15.15), River ganó 2 a 1 el primer enfrenamiento oficial, aunque el resultado fue lo de menos. Aun con menos espacio periodístico que otros partidos de la fecha, como el CASI-Estudiantes de Buenos Aires, las crónicas del día siguiente confirmaron que algo grande había nacido entre los “geneises” y los “darseneros” (el apodo de River pasaría a ser el Millonario desde 1931). El Nacional publicó: “El ansiosamente esperado primer partido del campeonato de la A de fútbol entre Boca y River, antiguos y fuertes rivales del sur de Buenos Aires, llegó ayer y todas las esperanzas buenas y malas se cumplieron. Las buenas de un match brillante, entusiasmo de los jugadores y del numeroso público que lo presenciaba, todo lo cual contribuía a hacerlo único en los actuales campeonatos argentinos”.

También La Nación sugirió que había nacido un clásico, aunque esa palabra no figuró en ningún diario: “El anuncio del match despertó en el público mucha expectativa por contar ambos cuadros con elementos de cierta valía, por sus posiciones en el torneo, y más que todo, por el conocido antagonismo que media entre ambos clubes”. Y un tercer diario, La Mañana, inició su crónica con una referencia a la convocatoria de público en el estadio de Racing, donde Boca, que había sido desalojado de la Dársena Sur, jugó como local: “Las 7 mil personas en el stadium de Racing quedaron estupefactas ante la derrota de Boca frente a River cuando los geneises con un cuadro tan poderoso atacaron mucho más que sus rivales”.

Cuando el periodista de La Mañana lamentaba las “malas esperanzas” que se habían cumplido, se refería a una pelea entre los jugadores en el segundo tiempo. Según ese diario, “la violencia degeneró en escenas de pugilato”, mientras que para La Nación “fue un borrón para el partido que hasta entonces había tenido una limpieza sorprendente. Fue un espectáculo ingrato, que demuestra que no se hallan depurada las malas prácticas”. Ya había desmanes, siempre los hubo, pero todavía faltaba mucho para que existieran el adjetivo barrabrava y el sustantivo barras bravas (recién en un superclásico de 1974, el número 100 del profesionalismo, se hablaría de “barritas bravas” en la revista El Gráfico).

También faltaba para que los dos equipos se consagraran campeones de Primera y para convertirse en los más populares de Argentina: Boca lo sería después de su gira por Europa, en 1925, y River a partir de 1931, con las compras de Carlos Peucelle y Bernabé Ferrerya. Pero el partido más esperado del país ya tenía su origen. El big bang de la pasión.