Desde que Guido Anselmi atravesó su abismal crisis creativa en Fellini Ocho y medio, las películas sobre cineastas contrariados, siempre al borde de un ataque de algo tan palpable como indescriptible, no volvieron a ser las mismas. El personaje interpretado por Marcello Mastroianni, alter ego sublimado de Federico Fellini, se transformó en el símbolo más acabado de un sujeto desconocido hasta ese momento: el director de cine que, a diferencia del arquetipo hollywoodense imperante –el macho alfa con sus pantalones anchos, sentado sobre una silla a su nombre, con sombrero o sin él, cigarro entre los dedos, siempre en control de la situación–, se devoraba a sí mismo en un marasmo de inseguridades, dudas existenciales y timideces artísticas. El nuevo largometraje del francés Michel Gondry, en algún momento enfant terrible de la cinefilia cool y ex niño mimado por los productores de la soleada California, retrata a un director cuya crisis es más grande que el cine y la vida combinados, y que por esa misma razón decide aislarse junto a sus colaboradores más cercanos en una casa de campo, transformada en centro de operaciones para el montaje de una nueva película.

El libro de las soluciones tendrá estreno comercial en salas de cine el próximo jueves 28 y parte de experiencias personales del propio Gondry, quien luego de varias incursiones en los Estados Unidos, donde se puso al frente de títulos como The We and the I, Rebobinados y la celebérrima Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, regresó a su país natal para gestar dos largometrajes, La espuma de los días y Microbe et Gasoil, seguidos por un período de inactividad cinematográfica de casi una década, aunque nunca dejó de dirigir cortometrajes, videoclips y varios capítulos de la serie Kidding, protagonizada por Jim Carrey. Ese extenso silencio en la gran pantalla lo rompe ahora El libro de las soluciones, posiblemente su película más autobiográfica, al menos en lo que refiere a las emociones. Protagonizada por Pierre Niney y con un papel secundario de fuste encarnado por la veterana Françoise Lebrun –la Veronika de La mamá y la puta, el legendario film de Jean Eustache–, el último Gondry se acomoda en el estante de las comedias con temática cinematográfica en las cuales el corolario creativo de la ficción dentro de la ficción importa mucho menos que los roces, rasguños y choques frontales del camino.

El cine, yo y mi otro yo

A Marc Becker (Niney) se lo nota algo nervioso, aunque confía en los resultados creativos que surgirán eventualmente del material que está filmando. Quienes lo rodean, luego de ver un primer corte de más de cuatro horas, no piensan lo mismo: el grupo de productores y agentes entiende que el proyecto de Becker no está yendo hacia ninguna parte, puro exceso de metraje e ideas visuales que no logran comprenderse. Ni siquiera Max, productor de toda la vida, está de su lado en esta ocasión. Sin demasiadas vueltas, Marc recibe un “No se entiende lo que querés contar”, rematado por un “Se acabó, vamos a contratar a otro director para que intente salvar lo que se pueda”. El terremoto impacta y el joven cineasta pide permiso para salir a fumar al pequeño balcón, aunque no fuma ni nunca lo hizo. En cambio camina un par de metros, vuelve a ingresar por otra puerta, corre por los pasillos y activa el Plan B: desconectar los cables, secuestrar los discos rígidos y, junto a sus colaboradores más cercanos –la asistente, la montajista y un sonidista de ocasión–, escapar con el material lejos de París y de las miradas y las garras de los accionistas. Así comienza El libro de las soluciones, con ese particular grupo en la ruta, en camino hacia la casa de la tía de Marc, una señora mayor que disfruta de un excelente estado de salud (Lebrun), comprensiva y abierta a la imprevista cohabitación. La pequeña casa de campo de Denise se transforma en un auténtico búnker en el cual se llevará a cabo la Operación Montaje, esto es, organizar el material filmado de la mejor manera posible y terminar la película según el designio de su creador. ¿Según su designio? Eso está por verse, ya que la crisis de Marc es mucho más honda de lo que parecía, y sus problemas comienzan a ser cada vez más complejos y arduos de resolver. ¿Tal vez sea de ayuda un cuaderno en el cual se anoten algunas máximas, soluciones posibles para todos los problemas, los del cine y los de la vida en general? Marc deja de tomar las pastillas recetas por el psiquiatra, incluso contra la voluntad de su tía, y comienza a garabatear ideas en el cuadernito, legado de una infancia seguramente mimada, al tiempo que la depresión y la hiperactividad se alternan sin solución de continuidad, amenazando con alterar el precario equilibrio de aquellos que lo conocen bien y, por eso mismo, le tienen más paciencia.

Según le confesó al medio especializado The Hollywood Reporter durante los días de estreno de su último film en el Festival de Cannes, en el vida real Michel Gondry llegó a escapar con las tomas en bruto de La espuma de los días antes de que estuviera terminada “para no tener ningún tipo de sugerencias de parte de los productores”. No casualmente existen dos versiones de esa película, la original de 130 minutos y una cuya duración es de media hora menos, aunque esta última también fue supervisada por Gondry. Respecto de la inspiración en esa realidad para crear su obra más reciente, en la cual el protagonista es capaz de cualquier cosa con tal de no sentarse en la mesa de edición –desde construir una silla sin saber bien cómo hacerlo a dedicarle días enteros al registro de los paseos de una hormiga con una camarita digital–, el director admitió que “el origen de la historia proviene de mis propias experiencias, aunque algunas cosas que se ven en la película las hice y otras no. Fue algo bastante personal. Debo decir, sin embargo, que esa cosas no fueron al azar, fueron hechas con el corazón y creía que eran novedosas. No me la pasé perdiendo el tiempo y todo eso fue súper importante. Así que me pareció que sería gracioso mostrar esas cosas. En cuanto a la hormiga... en la vida real fue una cucaracha. En realidad, una suerte de escarabajo. Y lo cierto es que perdí esa cinta, y estuve totalmente devastado por ello. Fue una catástrofe, porque en cierto momento sentí que estaba haciendo historia. En El libro de las soluciones todo es cómico. Pero desde el punto de vista de Marc, el protagonista, no lo es. De hecho todo se siente muy serio para él”. Marc puede ser bastante insoportable: egocéntrico, ciego a la incomodidad y el sufrimiento de los demás, caprichoso como un chico malcriado a pesar de su evidente adultez, cruel e incluso violento. Marc es el arquetipo del cineasta imposible, para los propios y los ajenos, alguien cuya toxicidad es soportada, al menos hasta cierto límite, cuando se la contrapesa con su talento. El guion, escrito en solitario por el propio Gondry, está basado “en un momento de mi vida en el cual tal vez no era demasiado amable. Pero a Marc sí le importa la gente que lo rodea. El problema es que cree que todas las cosas que él hace son de una relevancia mucho mayor”.

Ideas no tan brillantes

En cierto momento de la peculiar interacción entre los miembros de esa “familia” empujada a la convivencia, con Marc escupiendo ideas no tan brillantes a las tres de la madrugada y despertando a todo el mundo para detallarlas, queda en evidencia que Marc desea, al menos inconscientemente, sacarse de encima el peso de la responsabilidad de llevar a buen puerto la película. Por esa razón deja en manos de su montajista, interpretada por la actriz Blanche Gardin, la titánica tarea de darle sentido a todo el asunto, aunque en una ocasión le pide que edite el material exactamente al revés. “Un flashback dentro de un flashback dentro de un flashback dentro de un...”, en sus propias palabras. Ni siquiera tiene ganas de ver la película una vez que el trabajo ha avanzado un buen trecho, optando por asistir a su visionado durante la función de estreno en una sala comercial. Mientras tanto se decida a escribir ideas en el cuaderno y a inventar artilugios tan disparatados como un camión-moviola, que es exhibido en funcionamiento en una de las escenas más graciosas de la película, con la palanca de cambios haciendo las veces de teclas para la detención y el corte de imágenes y el volante como guía ideal para el rebobinado y el avance rápido. Y, cuando no está pergeñando alguna invención estrafalaria o grabando la vida de los insectos, se dedica a calcular el tiempo que le llevaría trasladar a su tía al hospital durante una emergencia o revolear platos llenos de fideos en un ataque de locura narcisista. Es imposible saber cuánto de catártico o de auto acusación, de expiación de males provocados hacia los demás, late en el interior de El libro de las soluciones, aunque la evidencia está presente en cada escena. Como contrapartida, durante una tarde inspirada Marc decide que el film tendrá un intervalo justo a la mitad de la proyección, durante el cual se exhibirá un cortometraje animado cuadro por cuadro de su propia autoría, una historia acerca de un zorro que abre una peluquería. Nuevamente, los rastros de la autobiografía: Gondry ha declarado que, durante la pandemia, comenzó a realizar breves películas de dibujos animados junto a su pequeña hija. Tal vez la del zorrito estilista sea una de ellas.

“Mi mente estaba trabajando de una manera diferente. Cada idea que tenía, no importaba si era importante o minúscula, se transformaba en algo de vida o muerte. Cada pequeña cosa era súper importante. Sentía que estaba a punto de llegar al punto máximo de creatividad posible”. Las palabras de Gondry, referidas al proceso creativo de La espuma de los días, podrían perfectamente trasladarse a la mente enfebrecida de su criatura, Marc. Y si El libro de las soluciones es su propio Ocho y medio también es un acto de desagravio y redención. Hacia los demás y hacia él mismo. Tal vez en su mente orbite también el recuerdo de El avispón verde, su paso fugaz por el cine de superhéroes, destrozada por la crítica y escasamente valorada por los fans del género. Aunque, como afirmó en la mencionada entrevista, “una cosa es fallar cuando la idea no es tuya y otra bien distinta cuando es algo personal. Esto último es mucho más doloroso”. Es indudable que, más allá de sus virtudes evidentes, El libro de las soluciones no es la mejor película de Gondry, pero es imposible no interpretarla como una suerte de borrón y cuenta nueva. Una tormenta perfecta que, al terminar, empuja los nubarrones, despeja el cielo y limpia el aire de impurezas. Un juego catártico del cual se sale agitado y un poco malhumorado pero, con algo de suerte y buena voluntad, rejuvenecido.