Las siluetas nacían desde la bruma de los barrios periféricos. Eran espectros animados por las fauces de una luna funesta. El elogio inconsciente, camuflado de preocupación, a la precariedad monótona, convertido en noticia y circo. Las miradas tan oscuras como un pantano. Los de arriba del escenario mediático con micrófono en mano y cámara vigilante.

Nadie quiere que esto cambie. Nadie quiere que se ilumine la ciudad. Las calles, arterias donde se viaja a vivir. Los dolores de lo perdido. La fragilidad de sentirse vulnerable. El hastío de una fatalidad propia.

En el Anfiteatro tocará Divididos. Estará repleto de gente. Habrá una organización, seguridad y miradas cómplices.

La discriminación comienza con fabular sobre la realidad. Armar discursos populares sobre una interesada obsesión por el bien comun. Falso como el devenir de las campañas políticas policiacas.

El moribundo con un agujero en el pecho por un disparo se cae frente a tu puerta. No lo atiende nadie. Sólo llaman a Emergencias. Al llegar, el moribundo ya es cadáver inerte. Palabras más palabras en un libro que ya está escrito.

El fervor y la pasión de una tarde de fútbol trasformará la inseguridad en un placebo efímero. La monotonía tecnológica quema las neuronas. Nos transfieren sus mensajes encriptados. Para incautar el dominio de nuestra conducta, de nuestros pensamientos.

Las siluetas morían hacia cementerios devastados. Ya nadie las recordará. Sólo se escucha un llanto lejano y disparos al aire. Códigos de una forma de existir. Un ángel deforme con sus alas mordidas cruza el cielo de la ciudad.

Osvaldo S. Marrochi