El 29 de diciembre de 1976, quince o veinte días antes de irse de la Argentina, Silvia Labayru estaba embarazada de cinco meses. Tenía veinte años y andaba “con una pistola en el pantalón y una pastilla de cianuro en el bolso”. Silvia desempeñaba tareas de inteligencia en la organización guerrillera Montoneros.

Ese día, fue secuestrada y trasladada a la ESMA, donde viviría un cautiverio infernal de año y medio. En los sótanos húmedos y oscuros de la escuela militar de avenida Libertador padeció descargas de picana eléctrica en los pezones, parió a su hija Vera en la misma mesa donde la torturaban, rodeada de militares y de dos compañeras también secuestradas, que ella pidió que la acompañaran. Allí, el mandamás de la represión en el centro clandestino, Jorge “Tigre” Acosta, le dijo que para demostrar que no odiaba a los militares y que se estaba “recuperando” debía tener una relación con algún oficial.

Acosta le adelantó que “me iban a violar y que me tenía que dejar violar”. Esta es parte de la historia real, con aristas y sombras, que la excepcional cronista Leila Guerriero armó durante un trabajo periodístico de un año y medio, en Buenos Aires y en Madrid, acerca de la vida de esta mujer que sobrevivió a la dictadura. El relato completo se encuentra en el libro La llamada, que salió en enero en España, agotó cuatro ediciones, y en Buenos Aires, en apenas un parvde semanas ya vendió completa la primera edición.

Silvia, hija de un militar, dio uno de los primeros testimonios por los crímenes sexuales. Sus victimarios, Acosta y Alberto González, fueron condenados. La esposa de González también abusó de ella. La llamada retrata la atmósfera y los estados de ánimo de Silvia durante los encuentros que mantuvieron en la casa de la entrevistada o en distintos bare sde la ciudad. Guerriero alumbra una historia compleja en la que se amalgaman una constelación de recuerdos con retazos del presente, desde la escucha disponible de una periodista que no juzga, sencillamente está atenta.

Así, el lector se entera de que Layburu fue forzada a hacerse pasar por la hermana de Alfredo Astiz, durante la infiltración del marino en la organización Madres de Plaza de Mayo, hecho que tuvo como consecuencia el secuestro, la tortura y la desaparición de tres de las Madres fundadoras, de las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet, y de otros siete activistas y familiares de desaparecidos. Durante su cautiverio, Silvia tuvo permiso para salir de la ESMA y permanecer varias veces en casa de su padre; viajó a Uruguay, Brasil y México a encontrarse con el padre de su hija, en alguna circunstancia vigilada por su violador. 

En junio de 1978 la liberaron y viajó a España para criar en el exilio a Vera, que había sido entregada a su familia. “Montoneros hijos de puta, ustedes son los responsables morales de la muerte de mi hija”, gritó Jorge Layburu cuando el 14 de marzo de 1977 recibió una comunicación telefónica. Era desde la ESMA y quien fue confundido e insultado, un represor. Layburu estaba convencido de que había sido esa fuerza guerrillera la que tenía a su hija secuestrada. Esa llamada fue clave: le salvó la vida. Y fue el origen del título del libro. Pero, además de la pesadilla tenebrosa del secuestro, Guerriero indaga en una segunda victimización: la que efectuaron muchos de los compañeros de militancia de Silvia, quienes la acusaron de traidora y la maltrataron por el “delito” de haber sobrevivido. 

Fue el “algo habrá hecho” en boca de los del mismo palo.“… había mucha gente que no me quería escuchar, que me condenaba. Porque habíamos sobrevivido, teníamos que ser traidores. ¿Qué habíamos hecho para sobrevivir?”. En el exilio español, le negaban el ingreso a reuniones de exiliados, el acceso a algunos bares, le pedían explicaciones a su pareja sobre qué había hecho Silvia para salir viva de la ESMA y le decían -él también lo hizo- que su compañera era una traidora. Se alejaban de ella personas que habían sido sus amigos o compañeros. Incluso un psicoanalista le pidió que le dijera si era un servicio de inteligencia, para decidir si la atendía. 

Fue la publicación de una entrevista hace tres años, hecha por Mariana Carbajal, la que disparó la idea del libro. El reportero gráfico Dani Yako -secuestrado, torturado, exiliado- leyó la nota y se ofreció para ser el contacto entre sus dos amigas, Labayru y Guerriero. La idea inicial de Yako se convirtió en La llamada, un libro de más de cien entrevistas, trabajadas a lo largo de cuatrocientas páginas. Con más de 25 mil ejemplares vendidos en España, Anagrama ya lo considera un éxito editorial en la Argentina.

La llamada no se queda solo con la experiencia traumática de Silvia en la ESMA, ni se remite al dolor que le produjo la actitud de sus ex compañeros cuando fue liberada, sino que suma la actitud resiliente de una mujer que pudo reconstruirse, amar, crear, viajar, vivir, ser feliz y multiplicarse.