En el año 2021, Eduardo Orenstein (librero, pintor, actor, director de cine y, sobre todo, contador de historias), decidió fundar su propio sello editor “para que nadie le diga lo que tiene que hacer”. Así nació Rayo Rojo Editorial, nombre tomado de su ya mítica librería ubicada en la galería Bond Street de esta Capital.
Desde entonces Orenstein publicó -entre otras obras inclasificables- My Monster Movie Book, dibujos de infancia del baterista Joe Nothern inspirados en películas de horror; Cojer, recuperación de documentos, imágenes, cuentos y versos de la pornografía clandestina en el Río de la Plata durante el siglo XX y Agujero negro, una notable novela delictiva donde se describe el fascinante, sombrío y absurdo mundo del coleccionismo de juguetes. Bien. Ahora le llegó el turno a otro de los universos que Orenstein conoce en detalle: la feria de libros del Parque Rivadavia. Esa “cuna de libreros y malandrines” en el barrio de Caballito, nacida en la década del 80 del siglo pasado, es considerada desde entonces el punto nodal porteño del tráfico de revista, discos y libros; un sitio que suelen frecuentar investigadores, bibliófilos, coleccionistas, curiosos, y muchos de los acorralados por la siempre sinuosa economía argentina.
Mamíferos es una narración en modo de crónica periodística, escrita en primera persona, sobre el derrotero de vida de un matrimonio de puesteros (Santiago y Sergia) que, asolados por la pobreza, la vejez y cierto grado de locura, un día del año 2009, optan por vivir, ante la falta de techo propio, dentro de uno de los puestos de libros, del que Santiago es titular. “Estoy parado sobre libros, pero debajo de esos libros no hay un piso, hay un enrejado metálico y abajo... tierra. El parque Rivadavia".
La situación es delicada. Orenstein describe esos “sarcófagos de hierro” de esta manera: “Son cajones regulares de 2,5 metros de largo por 1 metro de ancho y 2,5 metros de alto” y se parecen por su color verde “a depósitos militares de un ejército movilizado o un misterioso cargamento de tesoros intangibles”. La vida allí dentro resulta inimaginable.
Ante una inminente inspección municipal (los puestos están otorgados a los vendedores, pero pertenecen al Gobierno de la Ciudad) que corroboraría la inaceptable irregularidad, Orenstein y el inefable librero, escritor y actor Yoel Novoa (recordarlo en, por ejemplo, Tiro de gracia de Ricardo Becher y Sergio Mulet) deciden por amistad hacia Santiago y Sergia (él, 76 años y ella, 72 años) hacerse cargo del problema de vivienda y subsistencia de la pareja. Para eso urden un plan aparentemente razonable: ubican al matrimonio en un hotel familiar del barrio de Flores mientras inician los trámites para que el Estado le asigne a la pareja un lugar en un hogar para personas de la tercera edad en situación de calle. El puesto de Santiago se alquila a otro librero del parque, y con el dinero de la renta, la dupla Orenstein-Novoa surfea los gastos de la pieza del hotel y de la alimentación de los desamparados.
Este hecho, real, tiene como fecha de inicio marzo de 2009, mes y año en que Orenstein (intuición de narrador) decidió comprarse una libreta y anotar rigurosamente, día por día, las alternativas de la aventura burocrática al mismo tiempo que en el ex Hospital Rawson, hoy asilo de ancianos, se daba apertura al expediente 6649.
Sin ahorrarle detalle al lector, Mamíferos describe las características del laberinto estatal en el que se ven envueltos Orenstein-Nova al querer ayudar a la anciana pareja: largas horas de espera para los turnos y vacunatorios; interminables test psicológicos; demoras para las placas radiográficas; las evaluaciones clínicas; los análisis de sangre, y otras derivaciones; todos trámites casi siempre entorpecidos por médicos y empleados que dicen una cosa y luego se desdicen. Mientras ocurren estos detalles exasperantes, las figuras de Santiago y Sergia crecen hasta convertirse en personajes desconcertadamente entrañables: él es uruguayo, llegó a Buenos Años en 1967, se inició como ayudante de librero atando paquetes para mudanzas. “No se puede decir que fuera un librero de estirpe, esa romántica visión del divulgador de cultura, el sabio conocedor de fuentes, descubridor de maravillas, cicerón de investigaciones. No, Santiago era un librero puro, como son los libreros realmente, un comerciante que con mayor o menor astucia trataba de hacer dinero con el mínimo esfuerzo”. A Santiago le gusta también el juego, la buena comida y creer que en sus cajas de libros hay joyas inhallables de la literatura mundial. En tanto, Sergia, paraguaya, residente en Argentina desde 1966, es una mujer silenciosa, a la que le gusta lavar la ropa en horas de la madrugada, revolver algunos tachos de basura, desaparecer cada tanto y, ante todo, no recibir órdenes de nadie. Santiago y Sergia se casaron en 1975 y tuvieron un hijo que mandaron a Montevideo. Como es evidente, el comportamiento imprevisible de la pareja (huidas del hotel y de los hospitales, peleas con colegas en el parque e infinitas disputas con la dueña de la pensión), le abre la puerta a otra de las aventuras que enfrenta Orenstein-Novoa: la contención emocional de los viejos.
Luego de seis meses de trámites, la pareja es aceptada en el Hogar San Martín. Allí, claro, surge otra dificultad: la libertad de entrada y salida de los internos. La sucesión de los infiernos burocráticos y personales que siguen a continuación, son demasiados reales, y sería injusto que esta breve reseña le ahorrara al lector la posibilidad de imaginarlos.
Para terminar, hay que advertir que Mamíferos es un libro desprolijo. ¿Qué significa eso? Que en tiempos de hipercorrección literaria, literatura al tamiz y de ediciones independientes gourmet, libros como el de Orenstein son una bocanada de aire fresco. Si bien el lector debe enfrentarse con asiduidad a ciertas dificultades de narración y de diseño, la escritura directa, sucia, nacida al calor de los hechos es finalmente literatura vivida, vívida y vital.