Muchos hijos de desaparecidos que recuperaron su identidad o que tienen hermanos que fueron apropiados participan en Abuelas de Plaza de Mayo desde pequeños. Las Abuelas los llaman genéricamente nietos. Primero, sólo iban a jugar o a pasar el rato mientras sus abuelas se ocupaban de la búsqueda. Luego, comenzaron a “dar testimonio”: reportajes, charlas en escuelas y, de a poco, se fueron involucrando en el trabajo de la institución: recibían denuncias, hacían entrevistas y construyeron el archivo biográfico familiar, que es la historia de los padres de los niños secuestrados. Desde hace más o menos diez años, nietos y hermanos comenzaron a tener voz y voto en las decisiones que toman las Abuelas. Y ahora que rondan los cuarenta, el trabajo es cada vez más en conjunto, intergeneracional. “Nosotros las sobreprotegemos. Las cuidamos. Porque ellas son muy mandadas. Nadie nunca les puso freno. Pero deberíamos relajarnos más y confiar, porque nos faltan unos golpecitos de horno, ellas le pusieron el cuerpo a la historia, la posta la tienen ellas”, dice Lorena Battistiol. “En 2004, en uno de los primeros viajes que hice con ellas, ellas decían ‘acá están los nietos que nos van a reemplazar’, pero también dicen que mientras haya una Abuela, manda una Abuela. Y es así”, cuenta Manuel Gonçalves.

Lorena Battistiol, Leonardo Fossati y Manuel Gonçalves fueron los conductores del acto del jueves en el que Abuelas de Plaza de Mayo celebró sus 40 años y a la vez anunció en encuentro de una nueva nieta. Fossati , que nació en la comisaría quinta de La Plata y recuperó su identidad en 2005, está a cargo de la filial del organismo de derechos humanos en La Plata. Gonçalves trabaja en la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad, es el director de la Casa por la Identidad de Abuelas en la ex ESMA y fue el primer nieto en incorporarse a la comisión directiva. Battistiol, que busca a su hermano o hermana nacido en Campo de Mayo, también está la comisión, trabaja en la administración de Abuelas y en la Casa por la Identidad y es la representante de la institución en las reuniones periódicas con otros doce organismos de derechos humanos. Son solo algunos de los muchos nietos involucrados en el trabajo de Abuelas.  

“En 2008 hubo una asamblea anual complicada. Nos presentamos todos los nietos y hermanos que queríamos participar. Fue cuerpo a cuerpo con las Abuelas, porque había que enfrentarlas con el paso del tiempo. Queríamos tener derecho a voto. Y tuvimos respuesta positiva. En 2014 formalmente se incorporó un nieto en la comisión”, recuerda Lorena. 

Hasta ese momento, el estatuto decía que solo las Abuelas podían participar de las reuniones anuales y de la comisión directiva, pero eso se modificó para que las familias en las que la abuela había fallecido o no estaba en condiciones de ir pudieran ser representadas por los nietos o hermanos. 

“Las Abuelas tienen una enorme capacidad de adaptarse a lo que sea mejor para esta lucha. Cuando empezamos a entrar en lo que sería el lugar de decisión, empezamos a hablar de cosas que se inventaron hace pocos años, capaz 80 años después de que ellas nacieron. Hablamos de tecnología, por ejemplo, y es muy interesante cómo ellas se permiten no entender del todo algunas cosas, pero sí entender que eso es lo mejor”, señala Manuel. Los nietos dicen que todo el tiempo aprenden de las Abuelas, pero ellas, que promedian los 80 años, tampoco dejan nunca de aprender. La abuela Delia Giovanola y Buscarita Roa son las que más usan las redes sociales. Delia vive conectada desde que recuperó a su nieto, Martín, que vive en Estados Unidos.  

Es igual a la relación cotidiana de muchos nietos o nietas adultos con sus abuelas. Las cuidan, protegen y a veces las cuestionan. Ellas piden consejo, pero se guardan la última palabra. Aunque los ven grandes, enormes, ya tienen canas e hijos, siguen siendo “los chicos”. Sin embargo, saben que están preparados para tomar decisiones importantes. Es igual, solo que colectiva e institucional, la relación entre las Abuelas y los nietos que recuperaron su identidad y los hermanos que buscan hermanos que trabajan codo a codo con ellas.   

“Me parece que nosotros las sobreprotegemos, es increíble. Pensamos si está bueno o no que se expongan a alguna cosa o que algo salga en tal o cual medio. Las cuidamos. Porque ellas son muy mandadas. Nadie nunca les puso freno. Pero en realidad nosotros deberíamos relajarnos más y confiar. Este año hubo un tema en el que estábamos todos en desacuerdo y Estela dijo ‘confíen en mí’ y terminó teniendo razón. Parece que nos faltan unos golpecitos de horno, es como que nunca vamos a estar al nivel de ellas porque ellas le pusieron el cuerpo a la historia, la posta la tienen ellas”, dice Lorena. “Me asombra y aprendo cuando nosotros planteamos alguna duda sobre algo, en cuestiones políticas, por ejemplo, en esos momento aparece una lucidez que nosotros no tenemos; tiene que ver con un aprendizaje de muchos años de lucha, nosotros somos privilegiados en poder compartir eso con ellas que de la nada construyeron algo que es inmenso”, agrega Manuel. “En 2004, en uno de los primeros viajes que hice con ellas, ellas decían ‘acá están los nietos que nos van a reemplazar´, pero también dicen que mientras haya una Abuela, manda una Abuela. Y es verdad”.  

Lorena supo que tenía un hermano o hermana desaparecido en los primeros años de la democracia, cuando se creó el Banco Nacional de Datos Genéticos y la familia fue a sacarse sangre. Sus padres, Juana Colayago y Egidio Battistiol, fueron secuestrados el 31 de agosto de 1977. Su hermano o hermana debe haber nacido en Campo de Mayo. “Asumir la búsqueda nos pasó en simultáneo con mi hermana (Flavia). En el 2000 mi abuelo se enferma y mi abuela tiene que dedicar mucho tiempo a cuidarlo. Ella venía a las asambleas y a algún evento durante el año, pero las últimas veces volvía que muy hecha pelota, le afectaba mucho, era volver a revivir. Yo me fui un tiempo vivir a Tucumán y volví decidida a hacerme cargo. Y a la vez mi abuela quería ocuparse de mi abuelo. Empecé a ir a la casa de las Abuelas en la calle Corrientes. En 2001 trabajaba en una empresa de electricidad de obra como administrativa, pero se estaba yendo a pique y tenía mas tiempo de ayudar con el trabajo, hacer entrevistas para el archivo biográfico.  Después me echan del laburo y salió la posibilidad de un proyecto con la Comisión Provincial por la Memoria de hacer entrevistas en la provincia de Buenos Aires. El camino se fue dando solo. Pero había que remarla todo el tiempo hasta que apareció la ayuda del Estado”.

Manuel fue localizado en 1995 por una investigación del Equipo Argentino de Antropología Forense y recuperó si identidad en 1997. Su papá, Gastón Gonçalves, fue secuestrado el 24 de marzo de 1976. Su mamá, Ana María del Carmen Granada, fue asesinada en San Nicolás el 18 de noviembre de 1976, en un gigantesco operativo que incluyó gases lacrimógenos y granadas. Manuel tenía cuatro meses y se salvó porque, antes de recibir 14 balazos, su mamá lo envolvió en una frazada y lo escondió en un ropero. El juez de menores Juan Carlos Marchetti lo entregó en adopción sin hacer ningún tipo de gestión para dar con sus familiares. “Cuando me encontraron, tenía 20 años. Vivía en Guernica, me quedaba lejos venir, pero siempre que podía iba a la casa de las Abuelas,  porque era donde me sentía mejor, era donde todos sabían qué me estaba pasando, cómo hablarme, y eso me fue acercando. Pero elegí no estar dentro de Abuelas como mi trabajo. Primero trabajé en una productora en la que hacíamos contenido para Abuelas. Después participé en la producción de Nietos, de los institucionales de ese momento. Siempre trabajé en la difusión, iba a charlas. Pertenezco a Abuelas poporque sentí que tenía que hacer lo que esté a mi alcance para devolver lo que habían hecho por mi y por todos los nietos y nietas. Ahora trabajo en Conadi, estoy en la comisión directiva de Abuelas y dirijo la Casa por la Identidad”.

El acompañamiento de los nietos ya localizados es cada vez más importante para los nuevos que van llegando. Ellos no están enfocados en reconstruir el vínculo perdido, sino que empatizan con quien tiene que rearmar su propia identidad. “Muchas veces sé inmediatamente lo que va a pasar. Sé mucho de lo que les está pasando en su cabeza y de lo que viene después, sé algunas preguntas que van a hacer cuando reciben los resultados porque pasé por eso. Hay una situación de pares y generacional. A los nietos los quiero sin conocerlos. Y hay un montón de cosas que no tengo que hablar”, cuenta Manuel. 

Abuelas y nietos caminan a la par, aunque la posta está preparada. “Vamos a seguir buscando a los pibes hasta que seamos unos viejos. Cuando empecé con esto, pensaba que se resolvía en mi vida, en lo que durara mi vida, y estoy viendo que… no querría dejarles a mis hijos esta lucha. Y ya estoy viendo que van a terminar ellos buscando a sus primos también. Me da bronca. Las viejas se merecían resolverlo dentro de sus vidas”, dice Lorena. Y se le quiebra la voz.