Ésta es la historia de Víctor Gigena, un vecino de Ezeiza que sorteó en dos oportunidades la muerte habiendo sido parte de dos tragedias. Alrededor de medio siglo después, explica lo difícil que resulta llegarles a las nuevas generaciones con su relato del horror y mucho más a quienes ponen en duda la importancia de los derechos humanos y la memoria.

Gigena fue uno de los primeros militantes en caer herido durante “La Masacre de Ezeiza” en 1973. Tres años más tarde tras haber sido despedido de la Agencia Télam fue secuestrado en la localidad bonaerense de Canning. Allí fue torturado con picana y golpeado, y si bien a lo largo de todos estos años fue contando su historia, asegura que en este 2024, con la presencia de un gobierno que “desprestigia a los derechos humanos”, el desafío “es como escalar una montaña”.

--¿Qué análisis hace de este 24 de marzo?

--Esta realidad me abruma y me supera por momentos, porque quieren colonizar las neuronas con el discurso antiderechos humanos como ya lo han hecho en TikTok. Al igual que la reivindicación total de los genocidas. Tengo más preguntas que respuestas, la verdad. Retrocedimos cinco décadas. Hay muchos jóvenes que lamentablemente no creen para nada en nuestro relato. Muchos de ellos tienen puesto un casete en la frente que habla del ‘curro de los derechos humanos’. Están convencidos de que el mensaje de palo y bala les calza muy bien. Fijate lo que acaba de pasar con la militante de HIJOS. Realmente es terrorífico.

--Mencionó a las redes sociales y a los jóvenes. ¿Cómo se les llega cuando hay un discurso que deslegitima los derechos humanos?

--Les haría ver que por el solo hecho de haber nacido y de estar vivos, los principales tres derechos humanos son salud, educación y trabajo. Justo todas las cosas que Milei les quita. Si eso los hace tener un principio de pensamiento crítico, ahí se podría empezar a hablar. Si no arrancan por entender eso, estamos complicados.

--¿Antes era diferente la recepción?

--Hace 10, 15 años atrás, en los gobiernos de Néstor y de Cristina, iba a dar algunas charlas a escuelas y los chicos hasta preparaban un cuestionario. Hoy las preguntas son irónicas e irrespetuosas. Los chicos de la sub 25, como les digo yo, pareciera que han sido tan colonizados intelectualmente que es muy difícil explicar. No encuentro los modos.

--Usa la palabra colonización en los jóvenes. ¿También aplica para todas las edades? ¿Qué ocurre con aquellos que tienen algunos años más?

--Si los de 50, 60, 70 años, que vivieron los gobiernos peronistas, radicales, de alianzas y las dictaduras militares, viendo toda la campaña de Milei aun así lo votaron y todavía creen en sus políticas después de estos 100 días, bueno, ahí ya es una causa perdida. De todas formas, hay que empezar de cero e ir reconstruyendo con mucha imaginación la concientización, teniendo como principal herramienta la importancia de los derechos humanos y la memoria de las atrocidades que padeció el pueblo argentino para que no vuelvan a pasar nunca más.

Su relato de lo vivido

El 20 de junio de 1973, más de un millón de personas se aglutinaron en la rotonda de El Trébol de Ezeiza a recibir a Juan Domingo Perón en lo que sería su vuelta definitiva al país. La jornada terminó con tiros y muertos.

Víctor Gigena era uno de los delegados de la Juventud Peronista que movilizaba a la gente y fue uno de los primeros heridos al recibir tres impactos de bala. Luego de su recuperación, gracias a un contacto de su padre, entró a trabajar en la Agencia Télam como publicista. Allí hizo carrera y, por su vocación de dirigente, fue propuesto como candidato a secretario general de la organización.

Sin embargo, el 24 de marzo de 1976 el golpe militar interrumpió los planes de Gigena y de miles de trabajadores. “Me presenté a trabajar y estaba todo copado por personal de la Marina. Nos apuntaban con ametralladoras y nos pedían identificación. Trabajé con incertidumbre 15 días más hasta que me llegó el telegrama de despido por la Ley de Prescindibilidad, que hacía que todo aquel que hubiese sido contratado en un plazo menor a los últimos tres años fuese despedido sin causa.”

Dos meses más tarde, el vecino de Ezeiza regresaba caminando de una reunión con amigos en Canning cuando fue interceptado por dos hombres a bordo de un Torino. Lo esposaron, le taparon los ojos y lo subieron al auto.

Gigena estuvo secuestrado por una semana. Fue golpeado y torturado con la picana. “Me vendaban los ojos, me esposaban para después golpearme brutalmente y torturarme con la picana. Aprendí algo muy importante que fue sostenerse los primeros 10 minutos porque después no estás en condiciones de nada, y mucho menos de pensar.”

Una semana después lo largaron en la entrada de Ezeiza. Luego de los abrazos en su casa junto a su madre llegó el momento de hablar con su padre, quien le dio directivas de cómo debía manejarse: “Me dijo ‘no te soltaron porque son buenos, lo hicieron para que los lleves adonde ellos esperan o creen que vos los podés conducir’". 

En agosto volvieron a buscarlo. “Estaba trabajando de mozo y cuando me vinieron a buscar de nuevo levanté los brazos con mi documento y grité mi nombre y apellido y por qué me querían secuestrar. Como había mucha gente no me llevaron y luego me escondí un tiempo en la casa de un familiar en Rosario.”

Regresó a su hogar meses más tarde, luego de que su padre hablara con la Policía Bonaerense del distrito. Mantuvo su perfil bajo hasta la vuelta de la democracia. Retomó su vida normal, formó una familia y en la década del '90 empezó a trabajar en la Municipalidad del distrito como empleado, hasta que se jubiló.

“Somos sobrevivientes que aprendemos a convivir con lo que nos pasó y a sobrellevarlo, pero jamás lo superamos", dijo. "En mi caso pude haber muerto dos veces, y por eso enfrenté a la vida y he llegado hasta aquí, porque yo creo que siempre me caracterizó una fuerza de voluntad bastante importante. Tal vez haya que atribuírsela al deseo de vivir.