Todas las semanas, desde asumido este Gobierno, superan a la anterior en lo del regodeo con la crueldad.
No hay límites para la capacidad de asombro. Hay perversión, sí. Pero también muchas acciones de las que no queda claro si tienen coordinación o son infantilismos de un chiflado. El resultado es el mismo.
Decenas de miles de despidos a la bartola en el Estado que no quieren reformar, sino desaparecer. Definición caída en desuso: el Estado es una herramienta que las clases dominantes usan para acá o para allá, con sus puntos intermedios.
El Estado nunca desaparecerá. Favorecerá a unos u otros. Lo que jamás se había visto entre nosotros, con excepción del terrorismo estatal, es la intensidad y velocidad para servir a la casta de mafias y negociados. Javier Milei no es el máximo representante de esa casta que hayamos conocido. Es el más pornográfico, al punto de que varios o muchos de sus mandantes tienen incertidumbres.
Las bestialidades con que Milei refiere a la educación y Universidad públicas. La masacre en todos los organismos estatales. La animalada contra los jubilados, que el propio Fondo Monetario advirtió en público como una de las llaves maestras para dibujar equilibrio fiscal. Reducir la inflación por obra recesiva, y una lista de etcéteras inagotables, son implementos que supo anunciar como panelista televisivo, y candidato, con todas las letras. Lo de la estafa electoral, vamos, suena a autoindulgencia. Para ser suaves.
Hay en marcha una reconfiguración del dominio absoluto del capital, con actores aplastantes rumbo a lo que el colega Alfredo Zaiat compendió del trabajo de Eduardo Basualdo y Pablo Manzanelli (“La teoría del ciclo del eterno retorno”, en este diario, domingo pasado).
No está en juego la rentabilidad inmediata, sino las relaciones de poder de largo plazo. Las corpos tienen aguante de sobra para afrontar caída del consumo y recesión extendida. Energía, minerales y alimentos, más Vaca Muerta y la producción de litio, son los bienes primarios con que cuenta el país. El saqueo de esos bienes y el ocaso de los procesos de industrialización son el objetivo.
Hasta ahí, el Milei mandatario encuadra en la lógica. De ahí en más, las cosas se complican por aquello de la crueldad infinita y las incógnitas sobre las posibilidades de gestionar el experimento.
¿Cuál es, por ejemplo, no el objetivo sino las chances de que salga bien pelearse con Brasil, China, México, Colombia, Rusia, en la etapa de un mundo multipolar de características inciertas?
La respuesta, como siempre, no está en la economía. Está en la política.
La monumental manifestación del domingo pasado -al igual que las del 24 de enero y 8 de marzo- ratificó dos cosas complementarias.
Primero, que las reservas de resistencia están intactas con una potencia movilizadora de la cual Argentina puede jactarse como caso único, ejemplar, emocionante. No hay ningún lugar en el mundo donde se salga a la calle de esta manera. Ninguno. Menos que menos, al haberse tratado, otra y otra vez, de condenar el genocidio y convocar a memoria y justicia. Y menos aún, al comprobarse la sumatoria de tantísimos jóvenes y de los testimonios que dieron cuenta de participar por primera vez.
Segundo, que semejantes multitudes están huérfanas de conducción política. Y que el panorama, en ese sentido, parece desolador porque ni siquiera asoman alternativas. O, peor, porque la dirigencia opositora sigue diletando en chiquitajes, enconos de egos, ausencia de muestras de grandeza.
Sin embargo, perdidos entre esa oscuridad surgen gestos que no dan pie a una esperanza firme. Pero sí a expectativas módicas.
Los dan en tanto y cuanto se acuerde que lo urgente es frenar de alguna manera a esta monstruosidad que gobierna. Eso requiere de una amplitud enorme.
No es cuestión de que se acepte a cualquier oportunista, está bien. Pero si vamos a insistir con los exámenes de virginidad, a los que son tan afectos los guapos con mentalidad de secta y los militantes del teclado, se continuará dando vueltas alrededor del mismo sitio. Todos felices con su volumen denunciador. Todos acusando al “posibilismo”. Y todos impotentes.
Si algo enseña la derecha es que, en su visión estratégica, tiene aptitud y actitud extraordinarias para achicar sus disidencias y agrandar sus acuerdos. El “campo popular” -como si esa derecha no estuviera nutrida desde allí mismo, hasta llevar a Milei de Presidente con el concurso de sectores “bajos” y de clase media- opera exactamente al revés. O así procede gran parte de la dirigencia que dice representarlo.
En y frente a la marcha del domingo pasado, a más de declaraciones que van acentuándose, hubo referentes otrora impensados que quisieron estar. Radicales de la franja de Martín Lousteau y gente de la Coalición Cívica, no importa si como sellos o corrientes minoritarias. Hasta Horacio Rodríguez Larreta posteó que tenía 30 mil razones para adherir. Son un síntoma político, por fuera o a pesar de antecedentes y apreciaciones individuales.
Un síntoma significante de que, entre lo que se llama la derecha moderada, o el gorilaje clásico (aquello y aquellos que no entran en nuestra cuadratura ideológica, pero a los que no calificaríamos de neofascistas), también empiezan a espantarse por el gobierno de Milei.
¿Es por razones de sensibilidad personal? ¿De cálculo político? ¿De negocios que ven en riesgo? ¿De temor a algún estallido que se los lleve puestos?
Por lo que fuere, ¿qué se hace, desde ese consabido “campo popular”? ¿Rechazar sin más ni más toda coalición justo ahora, cuando lo que está llevándose puesto al país es la ultraderecha gobernante?
Volvamos a hacer este ejercicio. Supongamos que Milei implota, porque para que explote haría falta una fuerza de sentido contrario que tenga el deseo, el consenso, la organización y la dirección necesarias.
Pasaría eso por sus horrores. Porque no podría resistir, bajo la ilusión de una “macro” acomodada con la que la gente no come, ni consume, ni produce. Porque ni el Fondo Monetario ni los factores financieros internacionales le ponen un dólar. Porque no le bastará con que lo apoye Techint, ni Eurnekian, ni los gobernadores pusilánimes con el cordobés a la cabeza, ni su ruta. Porque asimismo no le alcanzará su ejército descomunal de las redes. Porque “reducirá” la inflación a costa de un cementerio social, que le pondrá límite a las fantasías experimentales. Porque, en algún momento que ya comienza a ocurrir en el sector privado, se descubrirá que la crueldad indiscriminada contra el sector público me tocará “a mí”, que soy gente de bien que paga sus impuestos (notable esa pancarta que aludió a “son todos ñoquis” como hermana de “por algo será”).
Muy bien. ¿Con qué fuerza se canalizaría esa implosión? ¿Con cuáles efectividades conducentes? ¿Qué habría? ¿Un consejo de soviets surgido de asambleísmo popular? ¿O debería haber que se haya intentado -al menos- un consenso antibrutal, digamos que con algo de patriotismo básico, de “frente de salvación” o como quiera rotulárselo?
El peronismo, entendido en lo global y como expresión mayoritaria de la oposición, está acéfalo por completo y sumergido en un debate ya promovido.
Es cierto que Axel Kicillof emerge, por ahora y exclusivamente, como la figura capaz de proyectarse a mediano plazo. Sólo la espalda de su honestidad, sin mácula, pudo resistir una estocada como la de Insaurralde. Y sin liderazgo es improbable hallar condiciones de alternativa alguna.
El gobernador hace malabares para salir indemne de la interna peronista, tironeado por las tribus que la conforman. Las chicanas y operetas están a la orden del día.
Pero, a poco de hurgar, salta el denominador (casi) común de ampliar todo lo que se pueda y deba.
Es a lo que convocó Cristina en su documento: pongámonos de acuerdo, incluyendo a quienes están afuera del peronismo, en unas líneas de desarrollo y ejecución elementales. La que está corriendo a Cristina a un lugar de “populismo” duro, intransigente, sectario, es la derecha. No Cristina, quien, en lo que dice, se cansó de dar muestras de amplitud.
Después, claro, viene la discusión en torno a distancias entre dichos y hechos. Que si Máximo y si La Cámpora, básicamente.
Pero no hay dudas de que la aceptación generalizada y expresada es el concepto de ampliar.
Y por algo debe empezarse, salvo que se trate de seguir dando vueltas alrededor de ese mismo lugar que no conduce a nada.
O mejor dicho, que condujo a Milei.