La Historia del Arte de E. Gombrich es un libro hermoso y muy placentero de leer. Considerada la obra más prestigiosa, difundida y reeditada sobre historia del arte, sin dudas marcó mi formación y la usé en repetidas ocasiones para preparar clases.

Por eso, cuando me encontré por primera vez con la obra performática de la artista española María Gimeno “Queridas viejas”, sentí fascinación y una gran sorpresa. Sorpresa de no haberme percatado antes de que en toda la historia del arte de Gombrich (toda: desde las cuevas de Altamira hasta el siglo XX) no aparece una sola artista mujer. El trabajo de Gimeno comienza por acá, por este “descubrir” algo que estaba bien enfrente de nuestros ojos. En su conferencia-obra-performance, interviene la obra de Gombrich y, siguiendo el orden cronológico y geográfico del libro, incorpora capítulos de artistas mujeres, mediante cortes a cuchillo en su interior, incluyéndolas en el lugar que les corresponde dentro de “La Historia del Arte”. Gimeno interpreta su rol vestida con traje antiguo con chaleco y corbata, mezcla de explorador del siglo XIX y Gombricha. Con un enorme cuchillo y afilador de carnicera, precisa como cirujana, con una oratoria clara y apasionada, nos cuenta la obra de artistas maravillosas.

Lo que está delante de tus ojos y no lo ves. Esa sensación de sorpresa cuando algo invisible cobra forma. En verdad las cosas estaban ahí, en el mismo lugar, pero yo soy la que me reposiciono y las veo completamente distintas. Acciona una transformación que comienza en mi mirada. Todo esto que me genera esta obra me interpela profundamente.

“Queridas viejas” me hizo comprender que el pasado es siempre cambiante y amorfo, como una bolsa sin fondo de cosas por descubrir. El pasado cambia tanto como el futuro. Es una fuente de creatividad en la que puedo moverme y transformar las cosas para el presente, un lugar en el que paseo, tomo y dejo, pateo y desparramo, reordeno.

Esta obra marcó el inicio de una búsqueda propia que encontró su expresión en mi proyecto “Contraimagen”. Comenzó con el descubrimiento de que en la historia del arte no aparecen padres relacionándose con sus hijxs. En un momento personal atravesado por el tema de la maternidad y lo que sentí como una exacerbación de discursos sobre lo femenino y el ser madre, quise buscar a los padres. Mi sorpresa fue no encontrar representaciones visuales de padres, salvo contadas excepciones como Saturno devorando a sus hijos. Esta ausencia se contraponía a infinitas madonnas y madres de todo tipo que inundaban las historias del arte, desde el románico europeo al arte político latinoamericano de los 70.

El tema de los padres abrió lugar a muchos otros. En la bolsa sin fondo del pasado encontré un recuerdo de mi niñez en los 80. En la mesa ratona del living estaban los fascículos de “La Pinacoteca de los Genios”, otro clásico del canon del arte. Recuerdo mirar horas el cuadro “Almuerzo sobre la hierba” de Manet y la sensación de perplejidad total, de no poder entender por qué había una señora desnuda entre hombres completamente vestidos. Luego ver, en la misma mesita, una Playboy traspapelada de mi viejo, mirar las fotos con esa fascinación infantil de descubrir por primera vez y de saberlo prohibido, de no entender por qué sí podía ver los otros desnudos, los de los cuadros, y no estos. Lamentablemente. no recuerdo cuándo vi un desnudo masculino por primera vez.

Los años pasaron y esas sensaciones de extrañamiento y perplejidad desaparecieron: simplemente naturalicé todas estas imágenes, como lo hacemos todxs. El gran problema es que a lo habitual se lo termina considerando natural.

Se ha criticado a “Queridas viejas” por los sesgos que reproduce al ser una selección blanca y europea de artistas. Como pregunta Andrea Giunta en su libro Contra el canon: “¿Por qué tendríamos que reinventar el canon o proponer uno nuevo?” En este libro maravilloso ella propone ver la historia del arte por fuera del tradicional modelo evolutivo y, en su lugar, observar simultaneidades, influencias recíprocas y desarrollos paralelos, creando un panorama más horizontal, plural y con equidad de género. Creo que la propuesta de Gimeno no es una historia corregida, sino es un desacomodamiento de esta. Hacer tajos para que por ellos se sigan colando más y más cosas, todo lo que sea necesario, todo lo que queramos meter por ahí.

Tuve la suerte de ver a María Gimeno en la conferencia en vivo el año pasado, en el Museo de los Inmigrantes en el marco de Bienalsur. Fue la primera vez que se realizó en Latinoamérica. Fue emocionante cuando ingresó los capítulos de Raquel Forner y de Lola Mora. Esa mezcla entre arte, pedagogía, investigación y activismo la siento tan afín. Y es que no se propone como una obra-objeto, sino como una práctica.

María Gimeno nos ofrece el cuchillo para cortar con lo habitual y devolvernos la sorpresa ante el mundo. Es fascinante verla diseccionar la historia del arte, no para decirnos cuál es la verdad de la milanesa, sino como ejercicio posible para enfrentarnos a cualquier arte y a cualquier historia.

Flor Capella es ilustradora, artista visual, diseñadora gráfica y docente. Co-directora del posgrado de Ilustración Profesional y del Archivo de Ilustración Argentina (FADU-UBA) e integrante de la colectiva Hay Futura. Su muestra Contraimagen se puede visitar hasta el 6 de abril en microgalería, Loyola 514, Villa Crespo, los jueves, viernes y sábados de 15 a 19. @microgaleria @flor.capella @contraimagen