Figura mayor del pensamiento del siglo XX, en su larga vida el filósofo argentino Mario Bunge (1919-2020) desplegó a lo largo de décadas una obra que anuda el rigor conceptual propio de las ciencias con la reflexión de los más alzados problemas del conocimiento.
Hijo del diputado socialista Agusto Bunge, miembro de una familia encumbrada de la literatura y el pensamiento nacional (Carlos Octavio, Alejandro, Delfina Bunge y Manuel Gálvez eran sus tíos), forjó su inteligencia crítica en las disciplinas científicas -desde la física y la matemática a la lógica, la epistemología, la reflexión social y la medicina- a las que colocó como matriz de un pensamiento que se concibe emancipado de toda tutela, ya teológica, ya ideológica, en pos de alumbrar verdades de forma prístina e irrecusable.
Nacido en Florida, al oeste de la provincia de Buenos Aires, se crió en la quinta El Ombú, donde vivió hasta los 20 años bajo la inspiración de su padre y en contacto con los chacareros italianos de la zona; allí aquirió una libertad de criterios junto a una acendrada cosmovisión política ungida por una gran sensibilidad social. Desde niño asistió a las visitas que figuras como Alfredo Palacios, Alicia Moreau de Justo y su padrino el economista Raúl Prebisch realizaban a su padre, con los que sostenían largos coloquios que Mario -Marucho para los íntimos- considerará una de las claves de su formación. La pasión por el pensamiento y su natural inclinación lo llevaron al estudio de los más variados asuntos, pero fueron las matemáticas las que lo dotaron de un modelo de razonamiento riguroso y a la vez creativo.
Don Augusto era socialista, traductor, escritor, diputado nacional y fundador del Partido Socialista Independiente; por su casa de desfilaban las grandes figuras nacionales y latinoamericanas con las cuales Mario sostenía diálogos que serían centrales en su amplitud de miras y en la forja de un pensamiento crítico sin concesiones. El fundador del APRA Haya de la Torre y el mexicano José Vasconcelos (“me expuso la doctrina nazi de que lo más importante era lo telúrico”) convivían con José Ingenieros, Manuel Sadoski, Roberto Giusti, los comunistas Emilio Troise y Rodolfo Puiggrós, que será su gran amigo, y hasta personalidades de las antípodas ideológicas como el caudillo de Avellaneda Alberto Barceló.
Egresado del Colegio Nacional Buenos Aires, donde apenas cursó un par de años, se inscribió en la Universidad de La Plata. En sus Memorias publicadas por Eudeba en 2014 narra con gran naturalidad su descubrimiento del comunismo -militó un tiempo en el partido portador del nombre, no sin chocar rápidamente con las formas esclerosadas de pensamiento que lo reglaban- donde descubrió en la obra de Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, un eje sobre el cual girarían gran parte de sus preocupaciones filosóficas ulteriores. Su aprendizaje fue lento, y no exento de desvíos que enriquecieron su visión. En largos viajes en tren a La Plata compartía conversaciones con el por entonces científico Ernesto Sábato que tenía a cargo el área de experimentación científica. “Era abordable, alentador y generoso, y siempre estaba dispuesto a conversar sobre una multitud de temas: literatura, pintura, tango, política e incluso física…, con excepción del magnetismo, que parecía odiar. El Sábato enemigo de la ciencia, amigo del ocultismo y en permanente estado de indignación vino después que abandonó la física”.
En 1938, con solo 21 años, Bunge fundó la Universidad Obrera Argentina que gestionó y dirigió, donde congregó un equipo de docentes de izquierda entre los que colaboraban el gran jurista socialista Carlos Sánchez Viamonte, el futuro presidente Arturo Frondizi y su hermano Risieri, Juan Atilio Bramuglia, que sería Canciller de Perón, también de origen socialista, Puiggrós y Troise, la anarquista y feminista Emma Barrandeguy y el escritor Gerardo Pisarello que dictaban clases para un millar de alumnos. El golpe de Estado del 43 dictaminó su clausura. Pero eso no lo arredró. Mientras estudiaba en La Plata comenzó a escribir artículos en la prensa comunista, e incluso tradujo en el número 1 de Argumentos de 1939 la que acaso sea la primera versión argentina de Lukács titulada “Nietzsche, precursor de la estética fascista” y trabajó en la corrección de Dialéctica de la Naturaleza de Engels para la editorial Problemas.
Sus batallas, en las que persistirá toda su vida, eran a varias bandas. Por un lado contra las corrientes irracionalistas de la filosofía, particularmente alemana -por entonces en auge a través de la fenomenología, la axiología y el existencialismo-, en las que cifraba el origen del autoritarismo nazifascista, y por otro contra la teología y demás saberes que consideraba ajenos a la determinación de la filosofía como ciencia estricta, a las que llamaba “Esfinge sin enigma”. Ya desde entonces incluía en esa categoría al psicoanálisis, al que llamaba “psicocharlatanería” -y a Freud “ese divertido fantaseador”- uno de sus blancos predilectos sobre el cual escribirá diatribas tan enojosas como jocosas. Y no dejaba de apuntar contra las variantes hegelianas del marxismo, del cual propuso extractar las gemas del materialismo y el realismo.
Hacia 1944 editó Minerva-Revista de Filosofía Continental, en la que colaboraron figuras como Rodolfo Mondolfo, Alfred Stern, Maximiliam Beck, Julio Rey Pastor, Risieri Frondizi y Francisco Romero. Nacida en plena dictadura militar eclesial, estuvo orientada a intervenir en contra de las filosofías vitalistas, inspiradas en Nietzsche, que consideraba el huevo de la serpiente, a las que opuso las novedades desplegadas por el Círculo de Viena. Quienes no siguieran esa senda eran rápidamente descalificados por Bunge como “charlatanes de feria, ilusos entusiastas”.
“Por entonces yo amaba la ciencia sin saber aún qué era”, confiesa. Acabó de decidirse por estudiar Ciencias Físico Matemáticas en la Universidad de La Plata. Pero como su pasión era -también- la filosofía, Bunge fundó el Círculo Filosófico de Buenos Aires, que funcionó desde 1945 hasta su ingreso a la universidad en 1956, junto a los compañeros de ruta comunistas: el matemático Manuel Sadosky, el escritor y editor Gregorio Weinberg y el militante Hernán Rodríguez, además de ingenieros y científicos, donde, emulando el Círculo de Viena, se ponían en circulación los textos del llamado positivismo lógico. De todos modos, en su formación le cupo en suerte la guía de Richard Beck, exiliado del nazismo en Argentina -tras un paso por Brasil, estuvo radicado en Córdoba y luego en Bariloche, a cargo del Instituto Balseiro- que había trabajado con Werner Heisenberg, Niels Bohr, Louis De Broglie y Ernest Rutherford: la cima de la física de entonces. Bajo su dirección, Bunge escribió su tesis que reformularía bajo el título Fundamentos de la Física.
En 1951, durante la huelga ferroviaria, fue encarcelado durante un mes: la experiencia resultó marcante para Mario, que comprendió la fragilidad de la vida social y las ambiguedades de la política que lo llevaron a una comprensión de las virtudes que los obreros encarcelados con él encontraban en el peronismo, visión que con los años fue matizando hasta llegar a ver con buenos ojos a su último avatar, el kirchnerismo.
Doctorado en Física y Matemáticas por la Universidad de La Plata, quedó pronto cesante por sus adscripciones políticas, lo que paradójicamente le amplió el espectro de inscripción institucional internacional. Invitado a dar clases en San Pablo (“en Brasil repensé mucha física, pero no hice ninguna”) por David Bohm, figura descollante de la física que derivaría hacia el holismo irracionalista, místico, volvió al país donde trabajó como traductor, asesor de seguros y empresario del cemento para mantener a su familia, ya con dos hijos. Se trata del momento de maduración de sus concepciones filosóficas. “De esa época datan algunos de mis mejores articulos, como mi tentativa de refutar el subjetivismo de Berkeley, que consideraba irrefutable, y mi trabajo sobre una nueva imagen del electrón”. El físico y militante por los Derechos Humanos Federico “Pipo” Westerkamp, su gran amigo, con el que habían fundado la Asociación de Física Argentina, sería su socio en emprendimientos de escaso éxito económico para parar la olla. “Pipo” fue quien primero me habló de Bunge cuando yo era adolescente, durante la dictadura, antes de haber leído siquiera una sola línea de él.
Mario Bunge fue profesor de física teórica y filosofía en la UBA, también en Chile y Bolivia y, convocado por Vicente Fatone, intentó fundar un instituto de Física Teórica en la Universidad Nacional del Sur de Bahía Blanca, que quedó sin respuesta. Desde 1966 se radicó en Montreal, en la Universidad McGill. Las décadas siguientes harán de él una figura central del pensamiento científico mundial; publicó decenas de libros y artículos en todos los idiomas, brindó cursos y conferencias magistrales en los cinco continentes y conoció personalmente a grandes figuras de la filosofía y la ciencia con las que sostuvo trato amistoso y una nutrida correspondencia, en particular con Karl Popper -con quien cursó un centenar de cartas-, Rudolf Carnap, Willard Quine, Robert Merton y Francisco Miró Quesada, entre otros.
Uno de sus últimos gestos fue donar su biblioteca y archivo personal a la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, que hace un par de años su viuda, María Bunge, poco antes de fallecer, envió por su cuenta y cargo. Esa impresionante colección actualmente se encuentra en proceso de catalogación, y este año se realizará una exposición curada por este cronista. “En la Biblioteca Nacional de calle México leí partes del Le système du monde, el enorme tratado de Pierre Duhem, el famoso teórico y físico positivista y L'Aristote perduto e la formazione filosofica di Epicuro. Utilicé ambas obras en mi proyecto sobre la causalidad, en particular el capítulo sobre la determinación. Una década más tarde ese libro sería mi pasaporte para Canadá”.