La tiradora Caitlin Clark, llamada a marcar un antes y un después en la historia del básquet femenino, fue elegida como número uno del Draft de la WNBA por el Indiana Fever y ahora la prodigio de 22 años a la que se compara con Stephen Curry intentará replicar su histórica carrera universitaria en la liga profesional estadounidense, que espera records de audiencia nunca antes registrados con su nueva súper estrella.

"Me encanta jugar al básquet desde que era una niña y eso no va a cambiar. Lo más importante es ser yo misma y pasarla bien. Si hago eso, el resto irá todo sobre ruedas", aseguró una sonriente Clark al escuchar su nombre como número uno del Draft, tal y como preveían todos los pronósticos.

Clark, de 1,83 metro de altura, viene de romperla en su cuarta temporada en el básquet universitario yanqui (NCAA), llenando todos los estadios a los que fue a jugar y con promedios de 31,6 puntos, 8,9 asistencias, 7,4 rebotes y, sobre todo, la friolera de 5,2 triples convertidos por encuentro (con 37,8 por ciento de efectividad).

"Soñaba con esto desde que estaba en segundo grado. Siempre he creído en mí misma. Fui a Iowa con la meta de llegar al Final Four y fuimos dos veces a dos campeonatos nacionales (perdió la final en ambas ocasiones). Mis padres siempre me dieron mucha confianza desde que era una niña y eso es algo que las niñas pueden aprender", añadió quien, a base de triples, se adueño del récord de puntos de la NCAA, tanto femenino como masculino.

La WNBA espera que Clark sea la revolución marketinera -las camisetas de Indiana se agotaron en casi una hora- que hace tiempo busca para dar el salto de calidad, como alguna vez lo fueron Magic Johnson, Larry Bird o más tarde Michael Jordan en la NBA. La crack viene de marcar récord tras récord a nivel amateur, siendo una de sus marcas más sorprendentes la audiencia televisiva de la final femenina de la NCAA: según los datos de ESPN, se convirtió en el evento deportivo en inglés más visto en EE.UU. desde 2019 excluyendo al fútbol americano y los Juegos Olímpicos (18,9 millones de espectadores de media con un máximo de 24,1 millones).

Por eso no extraña que Indiana -viene de ser uno de los peores equipos de la temporada- vaya a tener la mayor exposición mediática en la WNBA, aún por delante de Las Vegas Aces, campeonas de los dos últimos años. 36 de los 40 partidos de Indiana serán televisados a nivel nacional (en EE.UU., las transmisiones son generalmente estaduales).

Para tomar dimensión del fenómeno Clark, el primer partido de Indiana en la temporada 2024 de la WNBA tendrá lugar el 14 de mayo frente al Connecticut Sun en Connecticut. La entrada más barata para ese partido disponible hasta el Draft costaba 96,83 dólares. Como comparación, el boleto más "barato" para el segundo encuentro de Connecticut (frente a las Washington Mystics) se vende a 24,87 dólares.

Eso sí, lo que Clark no tendrá en la WNBA es un salario acorde a lo que producirá. Serán "apenas" 75.000 dólares anuales para la tiradora, quien ya firmó contratos con empresas como Nike, Gatorade o StateFarm, por un valor estimado en más de tres millones de dólares.

La WNBA es foco de críticas, como la mayoría de las ligas femeninas, por los salarios que ofrece: según su convenio, el sueldo máximo de las jugadoras en esta temporada no llegará a los 250.000 dólares anuales, mientras que en la NBA el promedio salarial de este año es de 9,7 millones. Pero todo puede cambiar en 2025, cuando finalice el acuerdo televisivo vigente y, ya con Clark como abanderada, las cifras se disparen.

Claro que Clark no será la única nueva gema de la futura WNBA. La de Iowa lideró un Draft soñado para la liga, donde se destacan la atlética Cameron Brink (número 2, elegida por Los Angeles Sparks; promedios de 17,4 puntos, 11,9 rebotes y 3,7 tapones), la gigante brasileña de 2,01 metros Kamilla Cardoso (3º, Chicago Sky; 14,4 puntos, 9,7 rebotes y 2,5 tapones para campeonar con South Carolina) o la histriónica Angel Reese (7º, también con Chicago Sky; 18,6 puntos, 13,4 rebotes y 1,9 robos), quien además protagonizó con Clark una atrapante rivalidad deportiva y verbal en la NCAA.