Cuando Joaquín Lavado llega en taxi a su casa, lo primero que hace es lavarse las manos prolijamente. Y no es por el taxi: otras veces lo toma sin que necesariamente deba recaer en estas medidas higiénicas. La explicación es más de fondo, más trágica: hace años su padre llegó en un taxi víctima de un infarto y murió pocos minutos después. Era empleado de comercio, republicano español, joven, alegre. Tres años antes había muerto su mujer y Joaquín Lavado –Quino– quedaba a cargo de su tío Joaquín Tejón que ya a los 2 años lo iniciara en los secretos del dibujo. Desde ese día “tengo bastante terror a la muerte, cualquier cosa me relaciona con eso”. Hubo otras cosas dramáticas: un zanjón en Mendoza “lo arrastró” y lo sacaron medio ahogado. Y la timidez que subsiste aunque “ahora estoy mucho mejor”; “se me ha ido pasando: cuando adolescente, antes de entrar a comprar un lápiz, me paraba delante de la vidriera y daba vueltas. Hasta que al final me decidía y entraba”. En la escuela “conducta diez”: “la escuela me angustiaba tanto que los tres primeros meses tenía malas notas, pero después terminaba el año con notas altas, aunque no era el primer alumno y eso me daba bronca”. Actualmente le pasa algo parecido; no se considera el mejor dibujante: “están Oski, Brascó”. A Landrú le envidia “la guita”. Otro trauma fue: “la colimba: pensaba que nunca iba a salir de allí y tenía ganas de matar a todos. Tenía las armas en la mano, pero uno no se anima”. Hubo cosas buenas: “Eduardo, un hijo que el tío Joaquín tuvo cuando ya era grande”; “lo quiero mucho, fue para mí una especie de hijito”. Después de “la colimba” se vino a Buenos Aires, seis años después se casó con Alicia y con ella vive: “prácticamente es mi única amiga”. Su maestro fue Sergio Sergi, “como artista me gusta muchísimo” aunque el estilo grotesco del maestro se conecte un poco con el de su alumno: “le pedimos la receta de las cebollitas en vinagre, que hace magníficamente, pero no la quiere largar”.

Quino en una fotografía publicada en el semanario Juan, 1967

MUNDO QUINO

–No tengo hijos ni los pienso tener. No quiero porque soy un amargueta; veo las noticias éstas de ahora, lo que dice U-Thant de que la guerra de Vietnam es el comienzo de la Tercera Guerra Mundial y ya con eso no quiero. Aparte no sé, no creo que valga mucho la pena vivir; ya que uno está, no se va a pegar un tiro, pero traer tipos, así, y meterlos en este bodrio...

–¿Y su mujer que opina?

–Opina más o menos lo mismo. Es más, a mí me interesan los chicos, pero ella ni siquiera les da bolilla.

–¿No le parece un poco romántica su posición?

–¿Romántica? A mí no me parece. La parte romántica seria el miedo a no saber cómo educarlos, si uno los va a educar bien; pensar que uno se va a morir y quién sabe qué va a ser de su hijo.

–¿Una nueva versión de la timidez o el miedo?

–Sí, en el fondo es un miedo, una timidez muy agrandada. Además, nos cambiaría la vida completamente y no tengo ningún interés.

–¿Es un problema de comodidad?

–Claro, imagínese: yo trabajo en casa, si tuviéramos un chico, ella no podría irse a trabajar en todo el día o yo tendría que atenderlo: no podría pensar una sola idea.

–¿No es un planteo burgués, convencional el que hace? Más concretamente, ¿no hay contradicción entre esto y la no convencionalidad que expresan sus dibujos?

–No; me parece que no, porque para resolver el problema tendría que caer en un esquema más burgués: tomar una niñera, por ejemplo, y llamarla con una campanita: "Fulanita, ¿dónde está el nene?".

–¿Ustedes no tienen ninguna persona que los ayude con las tareas domésticas?

–Tenemos, por horas.

–¿La llaman con una campanita? Quiero significar si no es un pretexto para no tener hijos eso de la niñera: tener a una mujer por horas, es lo mismo que tener una niñera.

–Sí, podríamos tener una niñera. ¿Usted quiere convencerme?

–No, no quiero convencerlo. Quiero saber si hay una contradicción o no. Le gustan los chicos, sus personajes son niños y por otro lado no quiere tenerlos.

–Bueno, otra causa es que yo pienso que los chicos joroban el matrimonio en cuanto a los problemas de celos que se crean. Yo, al menos, soy un tipo muy celoso.

–¿Tiene una relación muy edípica con su mujer?

–Sí, un poco. Podría ser.

–¿Ella es muy maternal?

–Sí, sí, bastante...

–¿Y a usted le gusta?

–Preferiría que no fuera así, pero...

–...ya que está...

–...me resuelve todos los problemas y se preocupa por todo; si hay que hacer los réditos, me junta todo; yo de esas cosas no entiendo un pito.

–Ella es el hombre de la casa.

–Es el hombre de la casa.

–Y su rol es el del huerfanito; todavía.

–El del huerfanito genio que dibuja.

–¿Y eso le hace gracia o le da rabia?

–Las dos cosas.

–Así que ustedes no tienen hijos porque ya tienen el nene en casa...

–Yo vengo a ser el nene.

Portada de la antología La hermosa gente

DONDE APARECE MAFALDA

–A Mafalda me la pidieron en una agencia de publicidad para promover una heladera; la idea era ofrecer gratuitamente a los diarios una tira cómica que mostrara una familia; los diarios tenían que publicarla gratis, pero se avivaron de que era propaganda y quisieron cobrar: nunca se hizo. Después me llamaron de la revista Primera Plana y posteriormente de El Mundo. La idea de la nenita muy lúcida se inspiró en la tira Peanuts del humorista norteamericano (Charles) Schulz, sus chicos reaccionan como adultos.

–¿Johnson le parece un tipo siniestro o un tipo gracioso?

–No, no; gracioso no. Y Westmoreland, por ejemplo; no sé si vio una foto de él que salió en rotograbado en La Nación...

–¿Con ese material no se puede hacer humor...?

–No, porque el humor es una manera de tomar a broma lo que a uno le angustia, pero hay cosas que angustian tanto, que no hay manera.

–¿Así que el humor vendría a ser una especie de manifestación de impotencia o la única forma de actuar?

–Sí, sí. La única forma civilizada, en mi caso. Supongamos que pudiera hacer un chiste con Westmoreland; el arma mía es ésa. Otra sería agarrar una ametralladora.

–Pero es tímido...

–Sí, pero una cosa que me impresionó mucho fue ese tipo que se subió a una torre en la Universidad de Texas y empezó a matar gente. Esa fue una de las cosas que varias veces se me ocurrió, claro, no tirarle a cualquiera.

–Una torre donde curiosamente desfilaban señores a quienes se la tiene jurada...

–Claro. Pero no soy un tirabombas, me da miedo.

–Tira las bombas con Mafalda...

–Una cosa que cuando la dibujé se me caían las lágrimas fue el Mafalda que apareció al día siguiente de la revolución. Diez días antes soñé que había un golpe de estado. Entonces yo decía: “Voy a hacer durante una semana la tira en la que aparezca Mafalda llorando”. Esa mañana me levanté; yo no estaba enterado de nada, hasta que puse la radio y me enteré. Entonces me acordé del sueño: “Bueno, pero hacer Mafalda llorando una semana entera es identificarse mucho con los Radicales del Pueblo y no tengo ganas”. Mi intención es que la gente leyendo Mafalda o lo que diablos sea, se avive de cómo es el asunto, pero estoy seguro que de que no se aviva porque hay tipos que opinan abiertamente lo contrario que yo, y les gusta Mafalda. Esto me deprime bastante; es lo mismo que deben sentir David Viñas o Vargas Llosa cuando una señora gorda les pondera una novela.

Quino en una fotografía publicada en el semanario Juan, 1967

CUANDO APARECE PROSPITTI

–Al fútbol me gusta escucharlo por radio; también me gusta el espectáculo dentro de la cancha, pero el espectáculo de la gente no me gusta nada. En realidad, de fútbol no entiendo un pito. Conozco el nombre de algún jugador; Prospitti; a mi mujer le digo Prospitti; en cualquier momento voy y le digo Prospitti, o Mono.

–Eso de que en el fútbol no le gusta el espectáculo de la gente me suena un poco aristocratizante. ¿Eso y el temor de que el público no entienda es lo que quieren decir sus tiras cómicas?

–Sí, lo que sean masas desatadas me joroba muchísimo. Les tengo miedo. Igual que a los borrachos. Como tengo miedo de agarrar un insecto dentro del puño. Todo lo que no sé cómo va a reaccionar me asusta.

–Usted vendría a ser un típico intelectual de izquierda que dice una cosa y actúa sin relación a eso que dice.

–¡Es que yo no soy de izquierda! Yo nunca leí a Marx. Tengo más que ver con el socialismo que con el comunismo...

–Si esto que usted me ha dicho, al salir publicado produce reacciones y lo viene a buscar la fuerza de choque de algún sector político y le da un escarmiento...

–Sí, me da mucho miedo.

–¿Para qué dibuja? ¿Para qué cuestiona en sus historietas si es tan riesgoso?

–Bueno yo creo que muy de a poquito la Humanidad va progresando y en una de esas no se arma nada la guerra que uno se ve venir y bueno...

–¿No le va a dar rabia leer estas confesiones que me ha hecho? ¿Me va odiar toda su vida?

–No sé. Haciendo una linda nota...

–Pero en la nota van a salir sus confesiones... Usted se ha mostrado bastante.

–Haga una mala nota, entonces...

–Donde no diga lo que usted dijo...

–Claro.

–Una cosa bien convencional, por ejemplo.

–No, no sé. Mientras no diga cosas así que obligue a que vengan a pegarme...

La hermosa gente recién se distribuirá en librerías a fin de mes. El link de preventa se puede encontrar en la página de Deux Studio.

> La historia de una revista olvidada

¿QUIÉN ES JUAN?

Por Lautaro Ortiz

El 17 de mayo de 1967 se encendió la luz de una pequeña oficina ubicada en el entrepiso del edificio de la Avenida Córdoba 1114. Era miércoles. En el suelo, apilados, estaban los flamantes ejemplares del número 1 del semanario Juan que acababan de distribuirse en los kioscos de diarios de Buenos Aires. Su valor: 100 pesos moneda nacional. Su formato: 35 cm de alto x 27 cm de ancho. 36 páginas en blanco y negro, con amplias fotografías y con un diseño que no desentonaba con las revistas de la época: Panorama, Confirmado, Primera Plana o Siete Días Ilustrados. Pero apenas 20 semanas más tarde, es decir, luego de 20 ediciones, la pequeña oficina que funcionó como redacción volvió a quedar a oscuras. Juan dejó de salir el 29 de septiembre de ese año, era miércoles. Acaso la temprana desaparición de Juan y su exigua tirada (no más de tres mil ejemplares) atentaron para que esta revista quedara fuera del radar de los historiadores y los investigadores pese a que en su staff figuraban nombres como Quino, Landrú, Francisco Urondo, Roberto Cossa o Enrique Silberstein.

La publicación consignaba como director a Carlos Alejandro Infante, personaje vinculado a la izquierda radical y dueño por entonces de Radio Rivadavia y el diario El Mundo, del grupo Haynes. Una lectura atenta de las 20 ediciones de Juan permite establecer algunas de sus coordenadas políticas: impulsaba el regreso del líder y la unidad del peronismo; se declaraba enemiga del vandorismo; agitaba la figura de Raimundo Ongaro; daba lugar destacado a las nuevas voces de la CGT con entrevistas a Lorenzo Pepe, Luis Raúl Roca, y Julio Guillán, entre otros; prestaba particular atención a los acontecimientos políticos y sociales en África y Medio Oriente con una visión tercermundista; y dirigía sus cañones contra la jerarquía eclesiástica desde la óptica de los curas postconciliares (Concilio Vaticano II).

Juan, como ya se dijo, no desentonaba en cuanto a diseño y a estructura periodística del resto de los semanarios políticos. Tampoco lo hizo en el terreno del humor a cargo de Siulnas (posible diseñador del semanario), Quino, Geno Díaz, Cilencio y Landrú. Ni siquiera la inteligente sección “The Financial John” del economista, narrador y dramaturgo Enrique Silberstein marcaba diferencia. Su rasgo distinto estaba sin dudas en las páginas finales dedicadas a los jóvenes y al mundo cultural de entonces. Allí se podían encontrar secciones como “Las cosas y el delirio” firmada por Alfredo Andrés, la columna “Monólogos de tinta y sangre” dedicada a la televisión y al teatro escrita por Norma Dumas, periodista de larga trayectoria. Pero la figura central de la revista era, sin dudas, la sección de entrevistas publicadas bajo el título de “La hermosa gente”. Esa sección estaba dividida en dos: reportajes dedicados a jóvenes de la cultura porteña y conversaciones con figuras de renombre. El encargado de “La hermosa gente 1” era el periodista Lalo Painceira quien formaba dupla de trabajo con el fotógrafo Eduardo Giménez. Y el plato principal era, sin dudas, la entrevista que llevaba la firma de Francisco “Paco” Urondo.

Francisco "Paco" Urondo

Aquel año de 1967 fue clave para el poeta: viajó por primera vez a Cuba; anduvo por España; escribió guiones de cine; le puso punto final a su libro Adolecer, que saldría en 1968; publicó los relatos de Al tacto; se conoció Del otro lado (selección de poemas de 1960 a 1965); y se estrenó La noche terrible,con guion suyo y dirección de Rodolfo Kuhn. Su nombre aparecería impreso con frecuencia en publicaciones como Adán, La hipotenusa, Todo es Historia y Extra. Su producción periodística de esa época fue intensa y constituía un medio de subsistencia. ¿Su llegada a Juan responde a esa lógica? A partir del número 2, Urondo se hace cargo de “La hermosa gente 2” y la revista parece estructurarse en función de las conversaciones que el poeta mantiene con creadores de relevancia nacional, incluso, algunas de las tapas llevan como foto central la de los personajes entrevistados por Urondo. El trabajo del poeta en Juan será de 10 entrevistas repartidas entre el número 2 y el número 13. En la mayoría de ellas, realizadas en la oficinita de la Avenida Córdoba (las fotos retratan a un Urondo con y sin bigotes), Paco fue acompañado por el notable fotógrafo William Fredes. Luego de conversar con su amigo Roberto “Tito” Cossa, ambos, poeta y dramaturgo, harán dupla como entrevistadores. La elección de los entrevistados no parece azarosa. Si bien la mayoría eran amigos o conocidos del poeta, salta a la vista que Urondo buscó mantener charlas con hombres y mujeres con fuertes contradicciones políticas. Los diez reportajes giran, en algún momento, en torno a esa cuestión. Hay otros denominadores comunes de las charlas: el matrimonio, la sexualidad, la fe, la iglesia, la familia, los hijos, el amor, la amistad y, sobre todo, el sustento diario. Pareciera que Urondo buscaba presentar a esos creadores como trabajadores que se ganan la vida como cualquier hijo de vecino, como cualquier Juan de la Argentina. (“Se ve que sos gordito: estás hablando de hambre desde que llegué”, lo provoca Helvio Botana). Otro elemento, no menos fundamental de observar, es el carácter de transgresión que Urondo quiso imprimirles a estas conversaciones. De alguna manera estas entrevistas revelan mucho más de Urondo que de los propios entrevistados. Más allá del valor documental, estos escritos pueden leerse como un ensayo periodístico (en los inicios, tal vez, del periodismo más irreverente que se verá a partir de los años ‘70) sobre la cultura argentina a través del espejo de personajes populares en un contexto de altísima transformación política y cultural.

Las razones por las cuales Juan cerró definitivamente el miércoles 29 de septiembre de 1967 no están del todo claras. ¿Escasas ventas? ¿Fue arrastrado por la crisis económica del grupo Haynes? Todo eso es posible, incluso la idea de que el semanario no fuera más que un experimento que quedó a mitad de camino, producto de aspiraciones rupturistas (en el terreno de la comunicación periodística) no concretadas. Tras la salida de Urondo la sección “La hermosa gente” quedó vacía y las entrevistas posteriores no llevaron firmas. Ya por ese entonces, el encargado de “las finanzas”, el cura Juan Marcelo Soler, empezaba a pagar a los colaboradores con vales de comida. Consultado sobre su participación en Juan, el dramaturgo Cossa recordó que el trabajo en el semanario “fue una experiencia extraña”, para luego explicar: “Nosotros no trabajábamos en la redacción, las únicas veces que íbamos a la oficina era para coordinar notas, realizar, en alguna ocasión, allí mismo las entrevistas o para entregar el material. Infante no estaba en la redacción. El único que nos atendía y que en verdad hacía la revista, era ese personaje nefasto que después salió en televisión apoyando a la dictadura y a la guerra en Malvinas. Ah, sí, ése, José Gómez Fuentes”.