El Nuevísimo Testamento responde uno de los grandes interrogantes de la humanidad de una forma tan imaginativa como disparatada, afirmando que no sólo Dios existe sino que vive en Bruselas y “atiende” en una oficina enorme y oscura desde donde, mediante una computadora de escritorio y una infinidad de fichas personales repletas de datos, opera los designios de todos y cada uno de los seres vivos de la Tierra. También le suma una esposa sumisa y fanática del béisbol, un hijo famosísimo al que crucificaron dos mil años atrás y una hija de apenas diez años de la que se habla poco y nada y cuyo espíritu contestatario amenaza con romper el delicado equilibrio familiar y, con eso, el del mundo entero. Todo esto sucede apenas en los primeros minutos del quinto largometraje de ficción del realizador belga Jaco Van Dormael, que después de su lanzamiento en el Festival de Cannes del año pasado llegará mañana a la cartelera comercial nacional. “Tengo una educación católica y en la escuela estudié la Biblia”, dice ante PáginaI12 el director de Toto, el héroe y Mr. Nobody, quien en estos días visita la Argentina para la presentación de su flamante trabajo, y remata: “Es asombroso darse cuenta que las mujeres sólo dicen dos frases en miles de páginas. Con mi coguionista Thomas Gunzig nos dijimos que si reescribíamos esa historia e incluíamos una mujer como protagonista, debía ser tan rebelde como su hermano Jesús”.

La jovencita se llama Ea y enfrenta a papá con tesón y valentía. Harta de su maltrato constante, decide tomarse una pequeña revancha enviando un mensaje de texto con el tiempo de vida que les queda a todos los hombres y mujeres del mundo. Una salida al exterior en busca de seis personajes dispuestos a convertirse en nuevos apóstoles marcará el cauce narrativo definitivo de este relato que, según su director, no es tanto una crítica al catolicismo sino una forma de tematizar la dominación “que existe a nivel religioso, pero también a nivel político, de género y familiar”. Van Dormael recuerda: “Empezamos a escribir en el momento de las manifestaciones contra el matrimonio igualitario en París, cuando en la televisión se veían niños que marchaban con cruces, y terminamos cerca del atentado a la revista Charlie Hebdo, así que el proceso creativo se dio entre dos momentos en los que la religión se mezclaba con lo social y trataba de imponer lo que se podía hacer con la propia vida”.

–Más allá de que no sea una película sobre religión, la iconografía cristiana tiene un rol central. ¿Tomó alguna precaución especial a la hora de utilizar esos elementos?

–No, de hecho ni siquiera nos lo planteamos, pero es cierto que decidí producirla yo mismo para estar seguro de que nadie me presionara y que iba a poder mantener una libertad total. Tengo muchos conocidos que creen en Dios y ninguno se sintió ofendido ni nada por el estilo. Incluso la Iglesia de Bélgica mandó una circular aconsejando a sus fieles ir a ver la película porque plantea cuestiones como el rol de la mujer o si existe un paraíso después de la vida, todos debates muy interesantes para ellos.

–En una entrevista dijo que Mr. Nobody era una previa a El Nuevísimo Testamento. Sin embargo, en el interin filmó una película mucho más chica y menos ambiciosa como Kiss and Cry. ¿Qué le motivó a volver a varios de los temas que ya había abordado ocho años atrás?

–Bueno, siempre trato de hacer algo que no se parezca a lo anterior, pero cuando la película está terminada me doy cuenta que tiene muchos puntos de contacto. Creo que en los dos casos la pregunta principal es si no estamos perdiendo nuestra vida pensando que existe un guión cuando quizás no lo haya y sólo se trate de años por vivir.

–Este guión fue el primero coescrito de su carrera. ¿Fue difícil el trabajo en conjunto tratándose de un proyecto con una mirada tan personal?

–Es una película personal para los dos. De hecho, lo más interesante cuando se escribe con alguien es que, al contrario de lo que pasa cuando lo hacés solo y no hay una buena idea en todo el día, igual pasás una buena jornada. Creo que la película terminó convirtiéndose en una comedia porque tratábamos de hacernos reír el uno al otro mientras escribíamos.

–Alguna vez dijo que no le interesa el cine que describa lo real, sino aquél que hable de la percepción. ¿Cómo aplicaría esa afirmación a El Nuevísimo Testamento?

–Creo que es aplicable a todas mis películas. Hay muchos cineastas que tratan de decir “créanme, es el mundo real” y otros que dicen “no me crean, es todo imaginación”. Pero lo que más me interesa como director es describir la percepción de mis personajes, es decir, no la descripción de un mundo sino cómo cada uno de ellos siente e interactúa con lo que los rodea, y esto es distinto para todas las personas. Creo que tanto el cine como la literatura son las disciplinas que tienen más fuerza para describir estas percepciones.

–En este caso se trata de la percepción de una chica de 10 años. ¿Qué elementos le aportaba al film ese punto de vista?

–Es que los niños son rebeldes incluso si no lo saben. Ellos ven el mundo de otra manera, entonces tienen que ensamblar esos sentidos con todo lo que los rodea. Quizás haya algo que haga sonreír a un adulto, pero quizás él no esté más cerca de realidad de un niño. Hay muchas cosas que creemos saber cuando en realidad lo mejor sería que dudáramos de todo.

–Todos los “apóstoles” están atravesados por la soledad y el desamparo. ¿Le interesaba indagar en esos sentimientos?

–Sí, pero hay que aclarar que me inspiré en las descripciones del Nuevo Testamento. Es gente que está atravesando una etapa de profundo desamparo, perdedores magníficos que al aceptar esa condición de derrota llegan a una especie de paz interior absoluta. El hecho de que sepan que son mortales les permite hacer que cada minuto de sus vidas se vuelva más valioso. Son hombres y mujeres que toda la vida hicieron “como si”, hasta que se dieron cuenta que van a morirse y que pueden elegir vidas distintas a las que creían.

–Varias críticas han señalado al cine de Terry Gilliam como una referencia visual. ¿Cómo se lleva con esa comparación?

–Es un cineasta al que quiero y respeto, y es cierto que El Nuevísimo Testamento es de la misma familia, del mismo color, que gran parte de su filmografía. Crecí con Brazil, y La vida de Brian tiene un humor muy parecido al de mi película, aunque nuestro punto de partida era que no hubiera signos religiosos pero sí elementos inspirados en imágenes religiosas. Es decir, aquí todo es frontal y lo más simétrico posible, tal como se ve en las iglesias. Creo que se puede reír de cualquier cosa con todo el mundo y no quise hacer una película chocante, pero tampoco intenté que no fuera provocadora. Me dije que el espectador, creyente o no, es inteligente.