¿Cuántos nombres nos nombran a lo largo de la vida? ¿Cuántos elegimos y cuántos son elegidos por quienes nos nombran? Diminutivos cariñosos, apodos malignos, formas de decir, seudónimos, nombres en la intimidad, nombres familiares, nombres de ocasión, nombres falsos, heterónimos.
Margarita, la artista guatemalteca que amaba a los perros y pintó bolas naranjas cuando la maestra le pidió que dibujara unas zanahorias, eligió cambiar el suyo cada vez que renacía, cada vez que se reinventaba, un bautizo elegido que acompañaba y definía sus transformaciones, un modo de reconocerse en autonomía, un viaje a través de cuarenta años de creación, una irrupción radical del espacio, un movimiento.
Se llamó Margarita Azurdia, Margot Fanjul, Margarita Rita Rica Dinamita, Anastasia Margarita. Con cada uno de estos nombres elegidos fue pintora, poeta, escultora, performer y bailarina. Una mujer y sus propias mujeres, un campamento de identidades buscadas y encontradas donde el peso de deseo cae redondo sobre sí mismo y vuelve a ondularse en otro avatar.
Margarita la autora de Átomo, Tótem, Tríptico, Lotus y Persona, Homenaje a Guatemala, Rencontres, Iluminaciones y la serie de dibujos Recuerdos de Antigua entre muchas otras obras, creó formas geométricas de grandes dimensiones, recuperó los colores vibrantes de los tejidos indígenas, las máscaras, las plumas, las calaveras, la naturaleza y las liturgias mayas, pintó cuadros con palabras: “me habló la vida el día trece me dijo que hiciera yo que yo sabía”, anticipó el arte ecológico, evocó las formas de los altares del altiplano guatemalteco, le pidió al público en los años setenta que se sacara los zapatos para compartir experiencias sensoriales, construyó esculturas de mármol móviles que desafiaban la oscilación y reaccionaban ante las pulsiones de quienes se acercaban y bailó la danza de los rituales y los orígenes con el Laboratorio de Creatividad, un grupo experimental y colectivo que creó cuando volvió a Guatemala en 1982 después de vivir una larga temporada en París (casi ocho años).
Margarita también compuso collages autobiográficos con fotos de diferentes épocas de su vida, con la cara de Lorena Bobbitt, con la cabeza de un animal o con la sonrisa de una niña y lo hizo para celebrar deidades femeninas y renacimientos. Margarita y sus vidas con otros nombres ocupan el territorio, un territorio que siempre está más allá de los bordes del museo, y lo siembran con evocaciones y preguntas. Margarita y sus vidas cargan armas y bananas (como las mujeres de sus esculturas) en tradición sagrada. Sagrada y móvil.
“Creo que el arte es importante en momentos como el actual cuando no se sabe qué sucederá con el planeta, pienso que el arte es un camino para la toma de conciencia necesaria para respetar la vida”, dijo. Una búsqueda como percepción de la memoria presente del tiempo, una búsqueda en los intermedios de ausencia, un diario íntimo que vuelve a tener en blanco la primera página. Un inicio.