Primero fue una decepción amorosa, después fue un acto tan cotidiano como encontrar una muñequita manca y querer repararla para el hijo. Luego, fue una idea y desde entonces un tsunami de creatividad que se plasmó, primero en una muestra en Casa Brandon y ahora en un libro hecho a pulmón. Es que las historias lo valen, y con ellas las Heroínas que todxs conocemos que proponen modelos tan inalcanzables como imposibles, por eso Kletnicki les agrega realismo en forma de máquina de coser, plancha o bebés múltiples. Así, una Mujer Maravilla cocina, una Súperchica barre y una princesa Leia ve crecer su panza de embarazada. Son piezas pequeñas, que en la muestra invitaban a aguzar la vista para mirar en detalle: en la escala de los muñecos del famoso chocolate Jack, estas diosas del entretenimiento se calzaban algunas responsabilidades más que reportar malvados; nada más y nada menos que las que tenemos casi todas, puro malabarismo de vida pública y doméstica. Limpiar, planchar, lavar, criar y al mismo tiempo, y con el Cif en la mano, tener el traje impecable y la sonrisa bien dispuesta, como la de la Barbie que da la teta mientras lee, hace un huevo frito, juega al fútbol y pasa el escobillón. ¿Para volverse locas? Algo así, porque el pelo lo tiene tan planchado como en el packaging en el que viene y las medidas están intactas. Hay algo allí del mensaje que se trastoca, porque Barbie se llama Bárbara y Leia se llama Lidia, sacando un poco de glamour para poner sentido político. No somos las mujeres heroínas por la capa o el sable sino por todas las imposiciones sociales que nos dominan, aquellas que muchas veces nos hacen olvidar nuestros propios deseos, y que casi siempre tienen contradicciones enormes, como las madres-diosas que se recuperan en 15 minutos del parto en la tapa de las revistas o que recuperan el goce sexual a los cinco días de dar a luz. Por eso, Kletnicki, desde su formación como artista plástica y ceramista, pensó en estas criaturas y las acompañó con relatos de verdaderas protagonistas que no salen en ningún diario. Las historias de quince mujeres se trenzan para narrar otro plano de este relato que mucho tiene de perspectiva de género. 

“Gloria. Se dice que vendía droga en su kiosco. Se dice que se prostituyó. Se dice… Yo la conocí en el club, gritando indicaciones al equipo de fútbol donde juegan juntos su hijo y su nieto. Al rato me ofrecía sábanas y toallas a pagar en cuotas”. “Estela. Difícil saber su edad y otros datos de su vida. Hace 17 años, frío, lluvia, calor, la encontrás en la plaza vendiendo muñequitos de Mc Donald´s, consiguiéndole monitos a un cliente, transformers a otros, y a mí súper heroínas”.  “La idea del libro rondaba en mi cabeza. El día de la inauguración en Casa Brandon, varios amigos me lo sugirieron y me pareció un lindo cierre para el proyecto Heroínas y me animé. Consulté con Carolina Santantonín, la diseñadora del libro, me propuso el formato (pequeño, casi de bolsillo), me encantó y arrancamos. Caro diseñó un libro hermoso pero el libro no es el registro de la muestra: es una obra nueva” dice Kletnicki, que hizo viajar la muestra al interior, siempre con la devolución de la gente que reporta ese efecto poderoso del que se sorprende cuando algo de la vida diaria vuelve a la vista multiplicado. Al carro del supermercado lo llevamos todas pero sólo Anita lo hace volando y la montaña de chupetes la habremos soñado todas entre teta y teta pero solo Lea la pone en la dimensión exacta del vacío, esa bruma del puerperio donde la percepción habitual desaparece para que aparezca una dimensión desconocida, casi fantasmal, donde un chupete puede ser un objeto adorable o parecerse a una trágica pila de huesos. Y

Heroínas

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