Poco antes de morir, en 2012, ya con 95 años, Eric Hobsbawm manifestó la voluntad de publicar un volumen con sus artículos y ensayos sobre América Latina. No tuvo tiempo de hacerlo, pero el historiador británico Lesley Bethell recogió la tarea y organizo’ un volumen, al que le dio el titulo de Viva la revolución, publicado el año pasado en Londres.

En su autobiografía Tiempos interesantes, publicada en 2002, Hobsbawm afirmo’ que la única región fuera de Europa que el consideraba que había conocido bien y donde se sentía plenamente en casa, era América Latina. 

Sin embargo, en sus obras clásicas, la presencia de América Latina es marginal. En La era de las revoluciones, hay solo referencias de paso a nuestro continente. En “La era del capital” hay solamente media docena de paginas sobre América Latina, en el capítulo titulado Perdedores. En La era de los imperios hay pocas referencias y cuatro paginas dedicadas a la Revolución Mexicana. Sin embargo, en La era de los extremos América Latina pasa a ocupar lugar de destaque en el surgimiento del Tercer Mundo, con referencias a varios acontecimientos históricos de importancia, de la Revolución Mexicana al Chile de Allende. 

Este libro que empieza con sus primeras impresiones sobre el continente, que significativamente son de su primer viaje a Cuba, en octubre de 1960, abre con la afirmación: “Salvo si hay una intervención armada de los EE.UU., Cuba será muy en breve el primer país socialista del hemisferio occidental”. Hobsbawm volverá varias veces a Cuba, que será una referencia permanente del continente para él. Pero será un crítico sistemático de la vía cubana, expresada en los movimientos guerrilleros.

Su interés en América Latina se enfocó en su movimientos campesinos, por ello concentra sus viajes y sus análisis en Colombia –país que le fue presentado por el gran intelectual colombiano Orando Falsa Borda– y Perú. La temática de andinismo social lo llevó a volcarse incluso sobre Sendero Luminoso. Hobsbawm analizó muchísimo más los movimientos campesinos que a los movimientos de los trabajadores urbanos latino americanos.

De todas maneras Hobsbawm no se consideraba un historiador latino americano. De hecho, él nunca logró liberarse de la impronta europea, que fuertemente marca su obra, para comprender las particularidades latinoamericanas.  Sobre las relaciones sociales en el campo, tiene siempre como referencia el feudalismo, no incorporando el amplio debate de los años 60, que protagonizó, antes que nadie, Rodolfo Stavenhagen, y que posteriormente fue incorporado por gran parte del pensamiento social del continente.

Hobsbawm siempre mantuvo sobre el nacionalismo la marca del fenómeno en Europa, refiriéndose a Perón y a Vargas, así como a otros lideres “populistas” del continente como fascistas. Su libro sobre los nacionalismos no incorpora las particularidades del fenómeno, con el tono antiimperialista que asume en nuestro continente. Los rasgos antineoliberales del nacionalismo latino americano aparecen para él siempre análogos al fascismo y al nazismo.

Sin embargo, América Latina fue para Hobsbawm un gran laboratorio de experiencias políticas. “Así como para el biólogo Darwin, para mí, como historiador, la revelación de América Latina no fue regional, pero sí general.  Era un laboratorio de cambios, en su mayor parte cambios distintos a los que se podría esperar, un continente hecho para minar las verdades convencionales. Era una región donde la evolución histórica ocurría a la velocidad  de un tren expreso y que podía ser realmente observada durante la mitad de la vida de una única persona”.

Cuando hace un balance, en su ultimo texto general sobre el continente, escrito en 2002, 40 años después de su primera visita,  Hobsbawm constata que “la revolución esperada” no había ocurrido. Pero él ya había convivido con los nuevos gobiernos progresistas, manifestando sus simpatías por Hugo Chávez, pero mucho más hacia  Lula y  el PT. (“Llevo su distintivo en mi llavero para recordar simpatías antiguas y contemporáneas  y recuerdos de mis momentos con el PT y con Lula.”

En su conjunto, el libro de más de 500 paginas, desde sus primeras impresiones, pasando por el análisis de las estructuras agrarias y del movimiento campesino, así como los intentos revolucionarios –México, Cuba, Chile–, hasta sus reflexiones finales, es un gran mosaico de interpretaciones del mas grande historiador del siglo XX, sobre un continente en constante ebullición, de revoluciones y contrarrevoluciones.