“Un instante que permites ver brillar. Una idea de vivir y nada más”. Hace ya un tiempo, a fines de 2011, llegó a mano de algunos afortunados un disco de bajísimo perfil pero alta sensibilidad. Y de una belleza extraña. El nombre de la banda: José Miel. Un dúo proveniente de Tucumán que tomó su nombre de un animé de los ochenta. En la portada: la venerada Virgen de Guadalupe –icono del sincretismo popular mexicano– en la clásica estampa religiosa, pero con las garras de una mantis religiosa en lugar de sus manos orando. Y adentro, una vez el disco echaba andar, frases como la que abre esta nota (o también “Una idea de morir o de vivir. Nunca pretendas demás”) y una música que alcanzaba la paz. Canciones acústicas hechas de guitarras, pianos, cuerdas, algunas percusiones y sobre todo silencio, mucho silencio, para conseguir eso que solemos dar por sentado pero que no siempre está. 

“Apenas llegué y me instalé en Buenos Aires empecé a darme cuenta de que no había mucho silencio en la ciudad. Entonces, tal vez instintivamente, empecé a buscarlos en la música que nos iba saliendo. Como una forma también de aquietar esa contaminación sonora”, cuenta Sebastián Díaz Romero, integrante de José Miel junto a su hermano Leandro, sobre la génesis de aquel disco, La mantis religiosa vol.3, que inauguró una trilogía “descendente” como una manera de ir para atrás, llegar hasta “el origen” de las cosas. Así, cuatro años después llegó en 2015, La mantis religiosa vol.2, otra vez con la virgen en tapa, pero ya sin las garras, y en una imagen mucho más colorida, casi pop (y la música con reminiscencias al Virus de Locura lo confirmaba). Y ahora, en 2017, el capítulo final, La mantis religiosa vol.1: una portada en blanco y negro con el trazo a lápiz de un glifo maya (en lugar de la virgen) y una música que recupera el espesor progresivo del rock más trascendental de los setenta con cameo del pionero beatnik Miguel Grinberg incluido.

¿Qué significan los tres discos en conjunto? Tantos años después y escuchados en fila, ¿pudieron plasmar lo propuesto? ¿Llegaron a un lugar distinto? Las preguntas se acumulan porque los discos de verdad lo valen (temas como “Quietud”, “Atornillando cenizas” o “Nahual” llegaron para quedarse; acompañan la vida si uno permite ser acompañado) y porque, en sí, se trata de una música que abre sensibilidades y genera nuevas preguntas a las ya respondidas. Un terminar para volver a empezar. “La idea fue mostrar a través de un personaje, en este caso la mantis religiosa, a lo que llegamos hoy como cultura. Desarmar ese sincretismo del final para alcanzar lo que estaba vivo en un principio”, señala Sebastián acompañado por su hermano Leandro. Ambos “víctimas”, cuando eran chicos, de ese dibujito japonés en el que una abeja llamada José Miel buscaba sin suerte a su madre reina, raptada por las avispas, y sufría toda clase de infortunios en el medio. 

“Sólo lo daban en Tucumán, no en el resto del país, y nosotros creemos que traumó a toda una generación de tucumanos”, cuentan con amarga sonrisa, todavía no del todo recuperados de esa experiencia que incluía, claro, la aparición recurrente de la temible mantis religiosa (también conocida como mamboretá o tatadiós en amplias zonas de la Argentina) que con su carácter predador solía martirizar al pequeño José Miel y a sus amigos (generalmente devorándolos) al final de cada capítulo. “Hace unos años conocimos a Mari Sano, charanguista japonesa devota de Jaime Torres, y en un momento le preguntamos por José Miel. Nos dijo que para ella era súper alegre y que en Japón también era percibido así. Se ve que puede llegar de distintas maneras”, observan, con una sonrisa agridulce.

De madre judía y padre católico, los hermanos Díaz Romero también tuvieron una infancia particular por el lado de la formación. Ninguno de sus padres era practicante pero ambos terminaron yendo a escuelas religiosas. Primero a una católica en la que eran vistos como bichos raros. Y luego a una judía donde también fueron los observados. “Por momentos nos sentimos como la manzana podrida, la oveja negra, los que habíamos venido a contaminar”, relatan sin tono de reproche, apenas describiendo. 

A fines de los años dos mil, cuando ambos hermanos se mudaron a Buenos Aires, el dúo ya existía: había grabado un primer disco homónimo que tuvo buena recepción en la prensa y que les permitió conectar con la escena independiente porteña (Rosal, Lucas Marti, Melero) y con otras bandas tucumanas como Klemm o el solista Diosque. “Compartíamos fechas e íbamos seguido al ciclo Lo Nuevo del San Martín. Pero en un momento también nos dimos cuenta de que necesitábamos hacer nuestro camino personal porque si todo el tiempo estábamos en el ambiente íbamos a terminar sacando un disco que se pareciera demasiado a eso que frecuentábamos”, comenta Sebastián, lo cual explica el relativo paso a segundo plano de la banda luego de aquel debut y hasta la publicación del primer disco de la trilogía. Un salto al futuro sin certezas. 

“Fue una época donde empecé a leer algunas cosas de Lacán, la castración, cuál es la imagen que uno cree que los demás tienen de uno mismo y cómo eso genera angustia”, recuerda Sebastián. “En eso, se me empezó a aparecer seguido la Virgen de Guadalupe. Imágenes al azar: en la calle, en la computadora, en otras situaciones. Y en medio un día me llama mi vieja y me comenta: ‘lo que pasa es que cuando viajé a México pedí a la Virgen por ustedes...’. Y ahí fue: ‘Ah... claro. Perfecto’”, sonríe al recordar el diálogo que terminó de impulsar el leitmotiv del proyecto. 

“Woody Allen dice que la cultura occidental terminó con el primer simple de los Beatles. Y en ese sentido vemos que aquel despertar se volvió medio quieto, se empezaron a adivinar muy rápido las cartas”, reflexionan. Y evalúan sobre lo que la trilogía, en su progresivo desembarazarse de garras, tiene para decir al respecto: “Hoy se da que no se valora tanto la experiencia sino el relato de esa experiencia: ver a través de los ojos de los demás. Entonces la apuesta es volver a lo que no está rígido ni sacralizado. Volver a eso que estuvo vivo y alguna vez nos cuidó”.