¡Lo que son las cosas! Hace más o menos un año (me gustaría escribir exactamente pero no es verdad: fue en el ventoso mes de agosto de 2016), le escribía desde nuestra graciosa aldea y le ponía al tanto de cómo venía la mano entre ajustes, desabastecimientos de aceites y manteca, toles toles y carpetazos. Poco tiempo antes, cuando nos vimos con ocasión de las fiestas patrias, le había manifestado mis pesares por la angustia que habrán sentido hace ya doscientos lejanos años, nuestros emprendedores patriotas al declarar la independencia de la Metrópolis. ¡Lo que son las cosas repito! Ahora se le independizan a vuestra merced y poco menos que en la cara, esos catalanes cejijuntos y algo peleados con el idioma (¿hablan el español o es otra lengua, me sabrá usted informar?), comandados por ese Manuel Puaj o Puig Demont. Yo no sé si andarán angustiados estos independentistas suyos, querido rey benemérito, pero tome el consejo de este Virrey tozudo y mano firme: no ahorre sangre de revoltosos. Ni una uña de diálogo. Si votan, palos. Y si no quieren votar ahora para hacerle la contra, palos. Que el interventor intervenga y a los que huyen como lo hizo otrora ese virrey de Sobremonte, no les dejen que se lleve la tarasca, que se hagan cargo de los platos rotos que dejan tirados. Hagan la estrategia que aquí se aplicó mucho y bien contra nuestros enemigos cuando eran hegemónicos y que nos terminó dando muy buenos resultados. Un suponer: si el señor Manuel Puig saca 54% de los votos, usted dice: “Eso significa que el 46 está en contra”. Y lo deja ahí, como quien dice, enfriando la compota. Cuando ineludiblemente el señor Puig o el señor Marsé o el señor como se llame baje al, por ejemplo, 40, usted retoma y contrataca: el 60 está en contra. Y así, despacito como reza el himno, lo va arrinconando: si gana, pierde; si empata pierde y si pierde ¡pierde! En cualquiera de los casos Usted gana. 

Lo único que le recomiendo es que manejen con extremeño cuidado eso del equipo de fútbol del Niño Mimado (ese muchacho que supo pertenecer a nuestra aldea en remotos tiempos y entendió que el futuro estaba en no malquistarse con la metrópolis aunque tuvo la mala suerte de ir a parar en medio del autonómico bolonqui) porque aquí, al populacho le sacamos de golpe la mamadera de la boca y la cosa no salió tan bien. Casi nos quedamos afuera de la contienda mundial y como si fuera poco, los abonados andan medio remolones en eso de suscribirse a los canales privados que transmiten pato criollo y golf, parece como que no les apetece cuando uno les da un alimento de mejor calidad que el anterior ¡y con alta definición! Prefieren seguir apiñándose en las puertas de las fondas para mirar sus goles (¡como si todos los goles no fueran uno solo y el mismo repetido hasta el hartazgo!) desde la calle mientras adentro comparten una miserable mazamorra entre una familia numerosa.    

Ahora, querido rey, quiero tocar un punto delicado, que no deja de ser de mal gusto el sólo insinuarlo y por el que le pido la mayor de las discreciones. Como quinientos años atrás (¡cinco siglos igual!) hemos vuelto a tener problemas con los indios. Así como le oye. Usted tiene problemas con los catalanes, y nosotros con los indios o, como se denominan a sí mismos, pueblos originarios. (Le voy a confesar que ni yo creo en lo de los terroristas de la capitanía general de nuestro vecino país, promocionada por la guardiana de la seguridad ciudadana, Periquita Sanchez de Bullrich. Como le digo el tema es tan delicado que ni yo mismo me animo a hacerle un comentario irónico al respecto). Esas papas queman por más que se lo quiera tapar. Pero como sucede en estos casos: el tiempo y el olvido estarán de nuestro lado si sabemos hacer las cosas bien. Igualmente, tengo la misma incómoda sospecha que tuve de comienzo, cuando la Corona de otra potencia extranjera nos la recomendó para tan alta misión: la de que nuestra guardiana de la seguridad ciudadana terminará de abollarnos el carruaje.     

Todo comenzó hace quinientos años cuando ustedes vinieron a civilizarnos. Una vez que le dan todo lo que tienen que tener, y les riegan las tierras, y les crecen los latifundios, y le declaran ciudad ilustre y esto y el otro, los ingratos vienen a pedir la autonomía, la independencia y la originalidad con ese argumento tan absurdo como que me siento hombre o me siento mujer, que si se sienten españoles o catalanes, o borgoñeses o flamencos.  

Ahora, querido rey, lo dejo que me voy a leer Zama a la luz de las velas, pues pronto habrá que volver a ahorrar en energías.