50 en vuelo, está cumpliendo Víctor Heredia. Son sus cincuenta años de carrera, contando desde aquel Festival de Cosquín de 1967 que lo consagró “Revelación Juvenil”. Fue “cuando todo empezó”, recuerda ahora el cantautor. O en realidad, fue antes: cuando su padre contador le dejó a mano su biblioteca,  sin más indicaciones que un “mirá, fijáte”. O le acercó un diccionario, sugiriéndole que escribiera primero lo que sentía que significaba cada palabra. Aquel joven “lleno de fe en sí mismo, pero también de fatuidades”, según lo recuerda hoy Heredia, está cumpliendo hoy cincuenta años de escenario. Ya no tiene el cabello negro que lucía en la foto de Cosquín, pero asegura que guarda las mismas ganas. Y por eso lo celebra. Con dos discos en los que repasa su carrera, junto a una larga lista de amigos. Y con dos conciertos que dará en el teatro Opera, los próximos 25 y 26 de noviembre. 

Los 50 en vuelo de Víctor Heredia suenan como un repaso de su carrera, pero a la vez como un redescubrimiento. En el primer capítulo, que Sony lanzó unas semanas atrás, sorprende el clásico de clásicos “El viejo Matías”, esta vez con la voz y la guitarra de Ricardo Mollo y la armónica de Franco Luciani (alguna vez estuvo aquí la de Hugo Díaz, y el “recambio” en este caso hace honor al lugar). Bien al rock luce “Vuelve al campo” con Juanse. Bien folklórica, “Ay, Catamarca”, con Raly Barrionuevo. En “Dulce Daniela”, Axel conecta con su paternidad. El gran acierto que se puede identificar concretamente, sonando en las canciones, es la decisión de “entregar” cada tema a los artistas invitados para que ellos los encaren sumando sus ideas y arreglos. En este punto se destaca la labor de Babu Cerviño, tecladista de la banda de Heredia y también encargado de los arreglos generales, que fueron capaces de albergar toda la diversidad de los invitados sin apartarse de la marca del autor. 

León Gieco en “Sobreviviendo”, Joan Manuel Serrat y Lito Vitale en “Razón de vivir”, Pedro Aznar en “Parte del cielo”, Rolo Sartorio de La Beriso en “Ojos de cielo”, Juan Carlos Baglietto y David Lebón en la inédita “Potosí”, también son parte de 50 en vuelo. Y Tania Libertad, Soledad, Marcela Morelo, y los colombianos del Grupo Suramérica. La última canción del disco es una exquisita versión de “Deja un poco de luz al partir”, con arreglos de Dospuntos, dúo integrado por Joaquín Errandonea y Daniela Heredia, hija de Víctor. En el segundo disco, que está por salir, se suman participaciones como las de Silvio Rodríguez haciendo “Mandarina”, Teresa Parodi, Liliana Herrero, Lila Downs, Miss Bolivia, Abel Pintos, Peteco Carabajal y Jairo, entre otros. Algunos entre todos ellos –”los que puedan, porque por suerte hay compañeros que están con mucho trabajo y eso siempre hay que priorizarlo”– acompañarán a Heredia en los conciertos del Opera. Pero antes, el cantautor viajará a Las Vegas para recibir el Premio a la Excelencia Musical que le otorgará la Academia Latina de la Grabación en los Grammy Latinos, el 15 de noviembre.

“Yo sabía que estas versiones iban a poner en un lugar distinto a mis temas, porque la mirada del otro sobre la canción siempre produce eso. Yo puedo cantar un millón de veces ‘Vuelve al campo’, pero llega Juanse, la canta a su manera y produce otra cosa”, dice Heredia sobre la apuesta de este disco doble. La actitud, por lo que cuenta, fue la de “entregar” la canción a cada invitado. “Quise que cada uno sintiera la comodidad de versionar a su manera, desde su propuesta artística. Hubo una guía, por supuesto, pero a partir de ahí cada canción creció, y después configuramos el arreglo sobre la propuesta de cada uno. Hubo invitados que fueron arregladores, como el caso de Lito Vitale. Yo le había dicho al Nano: si estás cómodo, hacela con Ricardo (Ricard Miralles, su arreglador histórico. El me dijo: no, es una canción demasiado argentina. Y ahí trabajó Lito”, recuerda. Cuenta también que Axel le “pidió” “Dulce Daniela”. “Para él era especial porque se la canta a la nena. Desde el punto de vista afectivo y emocional, cantar una canción que sentís que se la estás dedicando a tu hija, le agrega un plus. Y de hecho aparece la vocecita de su hija, es algo absolutamente tierno. Cuando la canté me emocionó porque me remitió al momento en que se la escribí a Daniela. Ese es el sentido de la canción, es una canción de agradecimiento”. 

–Y hay toda una vuelta, porque también aparece la Daniela “de verdad”.

–¡Y encima Daniela me cierra el disco! Con su pareja hicieron una versión de “Deja un poco de luz al partir” tremenda, de una valoración melódica y armónica muy grande. Es uno de los mejores temas del disco porque tiene un trabajo de trío muy fuerte. Me quedé tan orgulloso y emocionado de escuchar esta visión que tiene mi hija sobre una canción mía... No es que la canta como el padre, para nada: la dieron vuelta, revisaron, rearmonizaron, y me devolvieron esto, que es un regalo muy grande. 

–¿Cómo se lleva con las elecciones artísticas de sus hijos?

–Cuando son más chicos y tienen que definir su vocación, uno siempre tiene el temor de que sigan un camino que a veces puede ser erróneo, porque tratan de imitar o acomodarse a lo que los impusieron sus padres. En este caso Daniela me deja claro que lo que yo hago no le resulta cómodo, que quiere mucho más, porque voló altísimo. Eso me hace sentir muy bien, porque también habla de la libertad de que ellos disponen para ver mi propia música. Son chicos que han trabajado y estudiado mucho. Y no quieren saber nada de ningún tipo de apoyo paterno. Por supuesto que está, es inevitable, por el solo el hecho de que yo los escuche, que tenga ganas de que les vaya bien. Pero hay apoyos paternos que son nocivos. Entonces lo que logren, si en algún momento alguien les presta atención, va a ser por lo que hacen y no porque yo haya dicho “¡eh, miren, mi hija Daniela canta!”

Cincuenta

–¿Cómo lo encuentran estos cincuenta años de carrera?

–Cuando me avisaron, fue como que me toquen el hombro y me digan: che, negro, guarda que viene tu cumpleaños. ¿Cuál? El de los cincuenta de música: tus cincuenta. Te da un escalofrío... Porque para nosotros, para el tipo que sube y baja de un escenario todos los fines de semana, y a veces todos los días, el tiempo no pasa. Es muy fuerte eso. Yo sigo pensando que tengo el cabello negro del pibe de la foto de Cosquín. Uno sigue subiendo al escenario, que cura todo, con la misma expectativa, la misma fuerza, las mismas ganas, y también con la esperanza de que te aplaudan. ¡La misma! (risas). Los cincuenta son para afuera, por dentro el tiempo no pasó. 

–Es un rasgo humano... 

–Es cierto, pero también está esa pregunta sobre los artistas: ¿qué edad tiene? ¿Por qué sigue haciendo esto? Hay algunos tipos que debieran bajarse del escenario hasta por comodidad, por haber cumplido con todos sus logros. ¿Por qué Frank Sinatra siguió cantando? O nuestra querida Mercedes, o Paul Mc Cartney, o Mick Jagger. Seguramente no tienen esta necesidad que la sociedad cree que se debe tener, que es la económica. Pero sí hay una necesidad: la de seguir expresándose. ¿Para qué venimos al mundo? Para eso. Algunos lo hacemos desde el escenario, y mientras podamos lo vamos a seguir haciendo. 

–Cuando ve al joven de pelo negro, a ese chiquito que ganó Cosquín, ¿qué ve?

–Veo a un tipo lleno de ilusiones, con tanta fe y esperanza en lo que hacía, que creo que andaba un poco con anteojeras. Porque tenía fe en sí mismo... pero demasiada, por momentos. Por suerte tuve amigos, gente alrededor que me ayudó a sacar esas anteojeras, y pude empezar a admirar. Y a entender... y a soportar. 

–¿Soportar qué?

–¡Lo bueno que hacían los otros! A los veinte uno se lleva todo por delante. Después empezás a encontrarte con tipos que enriquecen mucho. Por suerte esta profesión me dio la posibilidad de hacerme amigo de tipos mejores que yo en todo sentido, esos que te muestran el camino. Gente que me enseñó: Chico Buarque, Silvio, Ariel Petrocelli, tantos... ¡Andá a escribir una sola frase como la de Petrocelli en “El antigal”! Porque cuando uno tiene raíz le pasa eso, también resulta ser un antigal...  Así que lo veo así a aquel pibe de Cosquín: con mucha fe, pero lleno de fatuidades. 

–¿No es un rasgo que también necesita el artista?

–Sin dudas. Pero también, de vez en cuando, necesita que le avisen: negro, mirá lo que hay alrededor. Eso te hace ser mejor persona, y por lo tanto mejor artista. 

–Cosquín fue clave en su carrera. ¿Qué otros momentos clave identifica?

–Cuando empecé a conocer a estos poetas, a estos grandes. Al principio uno se siente lector de la poesía; después, con el tiempo, cuando empezás a compartir con ellos, sos algo más que lector. Pude trabar relaciones que también me ayudaron a profundizar en la palabra, en el pensamiento. El hecho de haber abrazado o haberle tendido la mano a Neruda fue determinante. Ese año, el 73, para mí fue sustancial. Recibir su aprobación fue muy fuerte como músico. El escuchó “Cuerpo de mujer” y me dijo: nunca pensé que un poema de esta naturaleza se podría musicalizar. Yo le expliqué: no es suyo, también es mío. Porque para mí ese poema era con esa música, lo tenía incorporado así. Sonaba así dentro de mi cabeza. O haber compartido con Nicomedes Santa Cruz, un hombre absolutamente sencillo pero de una potencia y una claridad totales. Chuparme con Tejada Gómez o con Hamlet, entender a estos hombres desde otro lugar, hasta sus pequeñas miserias, sus ambivalencias, sus dolores, sus penas, sus envidias, lo que causa ver en el otro lo que hubieras querido hacer y no poder, el tratar de superar es envidia con algo mejor... ese juego de escalones solo te lo muestra la cercanía. Y para mí fue un regalo que me dio esta profesión. 

–¿Y Yupanqui?

–Me admiraba mucho lo de Yupanqui, me sobrecogía. Yo siempre conté que tenía miedo de que se enojara cuando le fui a indagar los poemas, después de muerto. Parece chiste, pero no era chiste, para nada. Yo sentía que me golpeaban la ventana, la puerta, y yo decía, ¡es el viejo! ¡Me está cagando a pedos porque le fui a tocar los poemas, los que él tenía escondidos! Y encima jaraneo con que “El adiós” es un poema de amor que escribió a escondidas y nunca pudo musicalizar para no mostrar esa relación... En fin, yo era lector de todos ellos, después en muchos casos fui amigo. Pude entender que son seres humanos. Porque el arte es un acto superador, está siempre por encima de lo poco que somos.

En vuelo

–¿Lo primero, entonces, fue la poesía, por ahí llegó a la música? 

–Sí, y fue por mi viejo. Papá tenía esa biblioteca. Yo no hubiera pensado nunca, desde mi aburrimiento, en salir del D’Artagnan. Pero la curiosidad, antes que matar al gato, lo enaltece. Tuve esa posibilidad porque mi vejo leía toda esa poesía. No me lo decía, pero estaba ahí...

–Entonces todo empezó con una biblioteca. 

–Sí. Era muy gracioso porque durante años lo atormenté a mi viejo, hasta que descubrió el método para sacarse a su hijo preguntón de encima. Yo leía y en muchos casos no sabía lo que leía. Y entonces a cada rato acudía a ese papá contador, a quien recuerdo con su viserita, sus lentes y su lamparita, para preguntar:  ¿Qué quiere decir eso? ¿Y esto, qué quiere decir? El me explicaba, con mucha paciencia. Hasta que un día se aburrió de mis interrupciones y me dijo: mirá, acá está todas las respuestas. Me regaló un diccionario. Pero me regaló otra cosa. Me dijo: te sugiero algo, antes de recurrir a este librito, escribí lo que vos sentís que quiere decir la palabra. Y después fijate si acertaste. Fue un regalo para siempre.