Con el objetivo de cumplir una promesa, Aldo sube a su moto y sale a la ruta. El rumbo es claro, pero los pensamientos y los recuerdos lo anclan al pasado. El viajero piensa en lo que deja atrás, mientras observa el trayecto migratorio de los pájaros. ¿A qué se debe esa fascinación? Los Pájaros, unipersonal dirigido por Juan Ignacio González y protagonizado por Marcelo Subiotto, propone una mirada poética acerca de un alma en crisis.

Con dramaturgia de Juan Ignacio González e Ignacio Torres, la obra puede verse en el Teatro del Pueblo (Lavalle 3636), los domingos a las 20. Estrenada inicialmente en 2019, la puesta recorrió un corto camino interrumpido por la pandemia y ahora finalmente desembarca en la cartelera porteña para hacer temporada. Allí, Subiotto es quien se pone en la piel de Aldo, un artesano que talla pájaros de madera y carga con la incertidumbre del que se lanza hacia una vida nueva.

“La obra ofrece un viaje al interior de este personaje. Aldo es una suerte de rockero viejo de los años '70, muy abierto al mundo. En algunos momentos, un poco ingenuo, y en otros un poco oscuro. Su subjetividad no está tan intoxicada de la velocidad de la contemporaneidad. Es como que vive en otro tiempo. Hay algo muy existencial en esta historia”, describe el actor que continúa cosechando elogios por la película Puan, donde interpreta al profesor Marcelo Pena, un hombre también en crisis.

-¿Qué te atrajo de Los pájaros?

-El proyecto me lo acercó el director Juan Ignacio González a fines de 2018. Y lo primero que me interesó fue trabajar con directores y dramaturgos más jóvenes que yo, porque hay en esa generación otra forma de narrativa. Cuando comenzamos con los ensayos, me llevé la sorpresa de que pudimos armar equipo enseguida y trabajamos mucho sobre el texto en función de la puesta.

-¿Cómo te llevás con el formato unipersonal?

-Como actor, me gusta transitar un lugar donde hay mucho despojo en lo escénico y en lo corporal. Me gusta que en la narrativa haya algo sutil que haga que uno contacte con el público en un lugar frágil sin tener nada asegurado. Y me gusta también la idea de invitar al espectador a ver un espectáculo, pero sin el objetivo de tener que conquistarlo. Y el unipersonal potencia todas esas cosas. Este material está muy vivo y todas las funciones encontramos cosas para seguir trabajando.

-Estamos atravesando un tiempo de ataque virulento a la cultura. ¿De qué manera se resignifica la tarea del artista en un contexto así?

-El trabajo del artista del teatro independiente tiene que ver con una necesidad de producir ese tipo de espectáculos. El Teatro del Pueblo, por ejemplo, que es un icono del teatro independiente, va a trabajar todo este año sin subsidios. No sé cómo se va a bancar, dado que a eso se suman los aumentos de tarifas. Esta es una época en la que pareciera que la propuesta política es la extinción de estos espacios, pero eso justamente hace que se resignifique la necesidad de que existan. Porque tenemos muy claro que el teatro independiente no es sólo entretenimiento sino que también es una actividad que habla de una determinada forma de sociedad y de una identidad concreta que interpelan al público. Pensar que eso puede dejar de existir y que sólo pueda quedar aquello que entretenga, y aquello que el mercado considere que es aceptable en sus términos de oferta y demanda, habla de una sociedad muy pobre.

-Esa es la idea que se pretende instalar: que la cultura es una actividad no redituable y por lo tanto es algo prescindible.

-Existe hoy una idea de mercado endiosado alrededor del cual hay individuos que se relacionan en tanto necesiten comerciar. Y para esa mirada ideológica del individualismo, la cultura estorba. Cuesta mucho generar políticas culturales y que después funcionen, y el daño de atacar eso puede ser grave e irrecuperable. Pero creo que hoy es más fácil hacerlo porque el costo político no es tan grande. En cambio, con las universidades no pasó eso. Hubo una movilización enorme y tuvieron que retroceder.

-Precisamente, venís de protagonizar Puan, una película premonitoria respecto del conflicto presupuestario con la universidad pública. ¿Esperabas la repercusión que está teniendo?

-Lo que pasa con la película es algo que nos excedió a todos. El guion tiene casi cinco años. Lo que cuenta era, en principio, algo un poco distópico, pero cuando se estrenó se volvió más realista, y ahora ya es casi un documental. Me parece que es un proyecto que tiene un montón de cuestiones interesantes. Pero es la coyuntura política que nos toca vivir la que hizo que tuviera la repercusión que tiene. Mucha gente se la apropió, en el buen sentido, en función de las problemáticas que existen hoy porque se siente representada. Y, por momentos, Puan se volvió una bandera.