Tomados casi todos los hechos de lo sucedido esta semana, que no fueron precisamente pocos, se ratifica la impresión de que hay una única agenda. Es la fijada por el Gobierno, incluyendo aquellos aspectos que sin duda lo perjudican.

Fue el propio Javier Milei quien se encargó no ya de desmentir cambios ministeriales, sino de alentarlos. A la cabeza está el jefe de Gabinete, Nicolás Posse, cuya suerte parece echada desde que la hermana presidencial le picó el boleto.

Las versiones varían entre fuertes desavenencias de carácter personal, ineficiencia ejecutiva y encontronazos por motivos de negocios. Lo más probable es lo tercero, de acuerdo con varias fuentes que requirieron estricta reserva. Se liga a la cantidad de gente e intereses con que el mudo llenó organismos estatales. Entre ellos, la Agencia Federal de Inteligencia con andanzas de las que habrían sido víctimas miembros del equipo gubernamental.

La causa principal sigue siendo un Gobierno en manos de quienes jamás pensaron que lo serían y que, en consecuencia, tiene una gestión absolutamente improvisada. No es un juicio de valor, sino un dato de constatación pública.

La cantidad de funcionarios despedidos y renunciados, desde el 10 de diciembre, se cuenta por decenas. El miércoles pasado, Página/12 publicó una detallada crónica al respecto. La lista es abrumadora y comprende a las áreas más diversas. Pero no semeja afectar a nadie porque es un paisaje naturalizado, aunque estemos hablando de que eyectaron a unos 40 ejemplares sin haberse llegado a 6 meses de gobierno.

Por lo que fuere, medio mundo conoce o sabe que, cuando comienzan a circular reemplazos de ministros con peso y movimientos del dólar, algo no anda bien.

En el acting de Milei en el Luna Park hubo un pormenor que, de inmediato a producirse, pasó inadvertido o relativizado para la inmensa mayoría de los medios, redes y opinólogos.

Fue, quizás, porque la tela que dejó ese espectáculo surrealista se tejió alrededor de la escenografía. Del tipo de cánticos y reacciones, que comprendieron a “Keynes Ladrón”. De Yuyito González en primera fila, en la butaca que justamente debía ocupar Posse. O del remate lisérgico con el fondo de la Bersuit acerca de que se viene el estallido.

La cuestión es que Milei dijo cual si nada que Federico Sturzenneger será ministro, como si fuera a serlo en el escenario turístico o en una competencia por quién escupe más lejos. Manuel Adorno señaló que “no está definida la posición”. Es maravilloso. Puede ir de arquero, cinco raspador, falso nueve o bien de punta.

Llámenle increíble o cuanto prefieran: el Presidente de la Nación anuncia que se viene un reemplazo a nivel del manejo de la economía -en el espacio propiamente dicho, en rango súperministerial o alrededores- y no pasa nada. Por el momento, es cierto. Pero es un momento desconcertante que se proyecta mucho más allá.

Si mencionáramos a algo o alguien en las diez de últimas, producto de sus yerros y de que enfrente hay una alternativa relativamente eficaz o percibida como tal, es una cosa. Pero es otra al tratarse de una instancia epocal y con características locales que refuerzan el desconcierto.

No es que “no pasa nada” al cabo de Milei actuando de rockstar en medio de una situación social dramática. Y en lo particular, en una semana que concentró más y más índices recesivos. De Misiones. De haberse descubierto el depósito donde el ministerio de Sandra Pettovello tiene encanutadas miles de toneladas de alimentos, mientras el Gobierno sigue amparándose en la denuncia de “comedores fantasmas” que se reveló como otra fake porque no pudo presentar pruebas judiciales.

No es que Milei cantó, porque si es por eso todos cantaron o tuvieron raptos de show. Vamos. Esa chicana es barata. La política misma implica concepto de show, desde hace todos los tiempos. El tema es si ese dispositivo está contenido en un argumento mayor.

Como destacó el sociólogo Luis Alberto Quevedo, si es por actuación Cristina también impone decorados, frasea para la tribuna y muestra gráficos. Pero lo hace de manera pedagógica y encierra o desafía en marcos históricos que todos entienden, al margen de si se la denuesta o admira: la deuda externa, la cultura bimonetaria, cómo se produce qué para que se la lleven quiénes y cuántos, etcétera. O Alfonsín recitaba el preámbulo constitucional con un sentido de atención patriótica.

Milei, por el contrario, es el espectáculo por el espectáculo mismo. En un acto o en las parodias de entrevistas que concede a sus promotores, sin repreguntas siquiera bien ensayadas, es capaz de enumerar la secuencia del PBI planetario desde el comienzo civilizatorio que se le ocurra. O de citar autores que ni apenas sabe pronunciar correctamente, y que no le importan a nadie en ninguna parte porque no tienen lugar preponderante en la consideración científica, técnica, argumental.

Pero tampoco es eso, como no lo es haber llegado a la tapa de Time en una nota que lo destruye. Ni prevenir que el dólar empezó a moverse porque la casta no termina de aprobarle la ley Bases, mientras venía de reiterar que si el instrumento no sale le importa “tres carajos”. Ni subrayar alegremente que los salarios le ganan a la inflación. Ni mandar a responder que lo de Misiones es un asunto policial como si, a la par de ser veraz que los manifestantes se cuidan de criticarlo, pudiera aislarse del clima de protesta. Ni decir que ya se hubieran muerto los que dicen que no llegan a fin de mes (confesión personal sobre esto último: al recibir el primer posteo fílmico del episodio, el firmante pensó que era una ingeniosa artimaña de Inteligencia Artificial de las que tanto abundan).

A la hora de hablar de qué es, si no es únicamente eso, sería mejor mirar a lo que (no) se encuentra en la vereda adversaria.

Hay un asunto que se entiende fácil. Es el fracaso del gobierno anterior, que no abarca a todos los campos. Pero sí alcanza a la lucha contra la inflación, que en rigor no dio. O que no demostró que diera. Milei se cuela por ahí, para incurrir en una obviedad y aunque sea a costa de una recesión espantosa. ¿Acaso el Frente de Todos exhibió una ilusión o ilusionismo más potente?

Junto con eso, el presente de la ex Unión por la Patria sólo puede mostrar el mérito de sus bloques parlamentarios. Enfrenta a las brutales iniciativas oficialistas. No es un dato menor, porque el ómnibus de la ley Bases se convirtió primero en combi y ahora en triciclo. Incluso, permite registrar la aparición de figuras confrontadoras, sólidas, atractivas en lo mediático, que no estaban en el radar. Germán Martínez, por ejemplo.

Pero no pasa del mundillo politizado porque, encima, lo que sí trasciende es la interna desgastante del peronismo bonaerense (casi, o derecho viejo, se diría que del peronismo a secas). Y en eso queda insertada la falta de reflejos para responder a casos como el de Fernando Espinoza, intendente de La Matanza, que desató otra interna dentro de la interna. Una fiesta para el guión libertarista.

Entonces, no solamente puede responderse a los índices de popularidad que conserva Milei con la grilla de que baja la inflación.

Si enfrente no hay de qué agarrarse, ¿es justo el solitario mecanismo de putear a tanta buena parte de “la gente” que continúa confiando o resignándose a su verdugo? ¿Sí? Puede ser.

Pero más parece que la pregunta no es ésa. Sería con quiénes, cuándo, y cómo, la oposición podrá superar este estado de mera catarsis.

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