“Decapitate le statua di Juan ed Evita Perón”. “Ordinata la decapitazione”. “Dovevano essere collocate a Rio della Plata”, publicaron en sus cabezales los diarios italianos entre el miércoles 4 y el jueves 5 de junio de 1958. Fecha rara. Casi tres años después del golpe del ´55, con Arturo Frondizi en la presidencia y Pedro Eugenio Aramburu fuera del Gobierno desde hacía más de treinta días. Sin embargo, era así. Antes de dejar el poder, Aramburu impartió lo que parece fue una de sus últimas órdenes: decapitar las estatuas de una marmolería de la toscana italiana en lo que las crónicas rioplatenses no tardaron en nombrar como crimen, producto de una cruel venganza.

Al parecer, el dictador le encargó la tarea al embajador argentino en Bruselas, Germinal Basso, que ya había terminado su mandato pero aún así encabezó la comitiva que entró a la marmolería Henraux de Querceta, cerca de Pietrasanta, con la orden de organizar y de presenciar eso que parecía era “preciso ritual sectario”, según publicó la revista Qué. Dicen que la orden incluyó la mutilación de la estatua de Eva y de Perón. Que hubo comandos civiles “pagados”, que entraron a ametrallar y a martillar las estatuas en las que dejaron vestigios de los balazos.

Revista Qué, junio de 1958.

¿Por qué hablar tantos años después de la historia? Las dos imágenes, enormes, de cuatro metros y medio de alto, labradas en mármol, eran parte de una serie de dieciséis figuras humanas que el peronismo había encargado para el fallido monumento al Descamisado. El escultor Leone Tommasi, responsable de la obra, no tardó en adjudicar todo aquel “crimen” al antiperonismo. “No suponía que después de casi tres años –dijo esos días–, el antiperonismo tuviese que llegar a este lugar para quebrantar dos trabajos que tantas horas de estudio y fatiga han costado”. El monumento había sido proyectado con lo mejor: el más grande del mundo, más alto que la estatua de la Libertad y el Cristo de Río de Janeiro, con un mausoleo para alojar el cuerpo de Eva y un espacio circular destinado a las enormes efigies blancas, casi sin vetas, moldeadas con un realismo de posguerra muy novedoso. En 1955, con el golpe y la desperonización, los militares frenaron el monumento pero también buscaron cada una de las estatuas para liquidarlas.

Santiago Regolo y Cristian Scollo reconstruyen parte de ese derrotero a pedido de Página/12. Regolo es investigador, “El Que Sabe”, según los que saben de peronismo. Scollo es director del Museo Histórico 17 de Octubre, en la Quinta de San Vicente donde hoy están expuestas dos de esa serie de estatuas, Los Derechos del Trabajador y La Razón de mi Vida, también descabezadas, mutiladas y tiradas al Río de la Plata donde permanecieron casi cuarenta años.


.Leone Tommasi mostrando las estatuas realizadas.

El atelier y sus piezas

“El monumento, obra de Tommasi, se hacía en dos lugares a la vez: Italia y Argentina”, rememora Cristian Scollo. “Acá en la quinta había unos talleres y también otros en el puerto de Buenos Aires. La obra, el bruto, venía de Italia y acá se hacía el pulido y el trabajo, todo en mármol de Carrara”.

Tommasi, efectivamente, alternaba el trabajo entre su taller en Pietrasanta y otro en San Isidro que le consiguió la familia propietaria de la Santería Pontificia. Aquí se hacían los modelos en arcilla y yeso y en Italia el trabajo en mármol, narró Darío Pulfer en el Diccionario del peronismo. Durante el proceso de trabajo, segundo gobierno de Perón, una comisión “inspectora” con integrantes del Congreso llegó a viajar para seguir los avances. Al final, continúa Scollo, unas piezas quedaron en Italia, otras en el puerto, otras llegaron a los talleres.

Hasta el momento del golpe, se habían ido entregando las obras de a poco, dice ahora Santiago Regolo. “Nunca llegaron a entregarse todas las piezas. Una publicación que se llamó Monumento Eva Perón de la Subsecretaría de Informaciones, de 1955, mostró todos los modelos. Hoy tenemos esa referencia para conocerlos. Algunas llegaron y se tiraron al Río de la Plata, otras fueron llegando después, y otras ni siquiera llegaron porque el monumento nunca se llegó a hacer, y nunca se emplazó”.

Los nombres, el río y la desaparición

Las estatuas medían 4 metros y medio y cada una tenía un nombre. “La idea original –dice Regolo– era que el monumento esté emplazado en Avenida de Mayo y 9 de Julio, pero rompía la armonía de la avenida que conecta el Congreso con la Plaza de Mayo". Finalmente cuando se produjo el deceso de Eva, el proyecto cambió para albergar el mausoleo. Emplazado frente al Palacio Unzué, iba a tener más de sesenta metros, se iba a extender por 137 metros, y sus diferentes imágenes harían referencia a cuestiones fundamentales del peronismo: el Conductor, la Independencia Económica, los Derechos del Trabajador, La razón de mi vida.

En contraposición al paisaje de la ciudad burguesa y liberal con sus monumentos al Progreso, el Comercio y la Libertad, las estatuas del monumento al Descamisado llevaban el nombre de los nuevos derechos consagrados por la Constitución del ´49, como escribió Oscar De Massi. La Razón de mi Vida y los Derechos del Trabajador eran los nombres de las dos estatuas que años después aparecieron en el Riachuelo.

“Estaban con las cabezas mutiladas y había una tercera, como una roca, que estaba en proceso y también quedó”, añade ahora Cristian Scollo, el director de la Quinta. “En 1992 fueron descubiertas durante una bajante en el Riachuelo”, dice. “Se estaban haciendo los trabajos de limpieza. Ubaldini, por obreros de la zona, sabía y tenía una ubicación posible de dónde podían estar las estatuas, entre la zona de Lomas de Zamora y de Lanús. Cuando se hizo la bajante, Duhalde, siendo gobernador de Buenos Aires, las saca del Riachuelo y la lleva a un depósito en un corralón de los talleres viales en Lomas de Zamora. Se contrató a un sobrino de Tommasi para la restauración, vino acá, se le pagó el pasaje y todo”.

Regolo agrega:. “Las estatuas que se tiraron al río y se rescataron en San Vicente tienen la particularidad: están descabezadas la imagen de Eva y de Perón. En una de las imágenes hay dos figuras: una está abrazando a un trabajador y ese trabajador no está descabezado. El que está descabezado es, obviamente, el más parecido a Perón. Y en la otra, la Razón de mi vida, la que está descabezada es Eva”.

– Mirá qué cosa –dice Scollo–: le cortaron la cabeza y las manos a la estatua, y 22 años después, iban a ir a cortarle las manos a Perón.


La imagen llamada La Independencia Económica, permaneció durante 25 años embalada en el puerto de Quequén.


La estatua que habla

Las dos de Italia. Otras dos en el Río de la Plata. En 1980, apareció otra más. Ese año llegó a Mar del Plata la estatua que se llamaba La independencia económica. Había permanecido 25 años en el puerto Quequén, dentro de su embalaje original. Después de muchos vaivenes quedó alojada en el predio de los elevadores de granos de Mar del Plata, donde estuvo otros siete años sin que nadie dijera nada. El 28 de febrero de 1987, finalmente, la estatua fue inaugurada pero con los orígenes borrados: en la zona del puerto, bajo la inscripción de Monumento al Hombre del Mar. Hace sólo dos años recuperó la identidad.

Por último, otras dos piezas aparecieron en Chaco. Una llamada San Martín permanece en los alrededores del aeropuerto y otra, La Nueva Argentina, con fechas emblemáticas del primer peronismo, quedó alojada en el puerto de Barranqueras. Llegaron a Chaco después de permanecer, también ellas, en el puerto de Buenos Aires hasta 1962. “¡El Ejército no iba a destrozar a San Martín!”, dice irónico Scollo. ¿Cómo llegaron ahí? ¿Y qué pasó con las piezas decapitadas en Italia? Hay más datos, también un documental y hasta una foto que alguna vez le regalaron a Felipe Pigna con restos de estatuas rotas en una mina del pueblo de Carrara. Pero todo será parte de alguna otra historia de la reconstrucción pendiente. En la edición de la revista Qué, de junio de 1958 y aún en el archivo de Roberto Baschetti, la crónica del “crimen” de las estatuas con la orden de Aramburo termina con dos líneas de escalofriante actualidad. “Para un analista de la sociología profunda --dice--, el gesto podría tener un simbolismo distinto: expresa la furia impotente abatiendo en efigie aquello que no se puede derribar con el espíritu”.