Camina por la Rural de Buenos Aires como si fuera una estrella de rock. Allí donde se desarrolla una de las 16 fechas del World Pádel Tour (el ATP de este deporte), tiene esa condición. Pero no lo es, ni se siente como tal. Es que a cada paso lo saludan, le piden “una selfie Bela, ¿puede ser?”, lo alientan. Casi que lo elevan al estatus de Dios del Olimpo. “El jugador de pádel es ídolo de club. Vos vas al club y no paran de saludarte, de felicitarte con adjetivos del tenor de “ídolo, genio, fenómeno”, pero cruzás la puerta del club y no te conoce nadie. Si no tenés en claro eso puede ser un golpe muy duro porque pasás de ser el ídolo a no ser nadie”, explica el número 1 del mundo hace ya 15 temporadas. No detiene su discurso que contiene un peso encantador. “El pádel es un deporte chico”. Sin eufemismos, Fernando Belasteguín agrega: “Se le exige al pádel cosas que son de deportes como el tenis que cuenta con más de 130 años de historia”.

Tras un andar sereno y pausado, Bela invita a Enganche a tomar asiento en la sala de prensa donde una ronda de mates ayuda a alejarlo de los compromisos del día. “Soy profesional del pádel un par de horas al día. Jugar al pádel es lo que yo hago, no lo que soy”, continúa la charla que durará más de una hora. “Es el deporte que me permite que coma, pero no es lo que me da la felicidad”.

–Con esta visión, dejás en claro que el pádel es tan sólo un trabajo.

–Es la forma en la que me gano la vida. La felicidad no pasa por ser exitoso en esta actividad. Si la felicidad de mi vida estuviera basada en este deporte significa que algo está mal. Esto es por un tiempo muy corto. Con esa lógica, si pierdo soy un infeliz. La felicidad me la da estar con mi familia, ver sanos a mis hijos, estar con mis amigos, ir a Pehuajó un mes y pico, donde dejo de ser un producto porque el hacer un deporte a nivel profesional te condiciona a tener que hacer muchas cosas que, a veces, no querés hacer. Te obliga a tener que cumplir.

Las respuestas de este argentino de 38 años no se detienen. Son un sinfín de municiones de largo alcance. Y su rostro también actúa en sintonía con su estado de ánimo: pasa de una sonrisa envolvente a una mirada seria seguida de una réplica de palabras tan contundentes como es su accionar en las pistas (como le dicen en España a las canchas). En todo momento, sin esfuerzos, se muestra tal cual es. No busca nuevos amigos Belasteguín. Limita su vida a un grupo íntimo formado por su familia y un puñado de “amigos de verdad”. Ellos forman algo así como su círculo rojo y son ellos quienes, desde siempre, lo ayudaron a mantener los pies sobre la tierra. Como si todavía fuese ese pibe que en 1998 vendía paletas aquí y allá para costear su primera excursión deportiva a España. Para Belasteguín las palabras sacrificio y trabajo son sinónimos que se complementan y lo definen. “Cuando estoy en Pehuajó me desintoxico. Creo que a los deportistas se nos magnifica mucho y desde que tengo hijos más lo siento. Mi hijo más chiquito tuvo un problema en el corazón cuando nació y al médico que lo atendió, al que le salvó la vida, yo no lo vi salir del consultorio y que le pidieran autógrafos, fotos”, describe. Y continúa: “Entonces, muchas veces, a personas verdaderamente importantes que, por ejemplo, salvan vidas no se les da bola y a flacos que le pegamos a un pelotita nos piden fotos y todo eso”.

–¿Y en todo esto, qué rol cumplen las redes sociales?

–Peligrosísimas. A mí me agarró de grande. Las empecé a usar hace 7 años, con la carrera armada. En cambio, para los jóvenes es un arma muy difícil de manejar. Por ejemplo, a un jugador equis, que se enfrenta con la pareja número 1 o 2 y hace el mejor punto del partido, porque saca la pelota por la puerta, le llegan 500 mensajes ponderándolo como “ídolo, fenómeno, ¡qué jugada hiciste!”. Y no importa si después perdió 6-1 y 6-1. Y ahí aparece lo complicado, porque si te quedás con eso y no con el global del resultado se te puede complicar. Corrés el riesgo de quedarte con algo mínimo y no con el sacrificio para conseguir las cosas. Hay mucho halago fácil ante un esfuerzo muy bajo.

Más allá del blíndex de una cancha, de la paleta y las pelotas, incluso de su nuevo compañero el brasileño Pablo Lima (hasta fines de 2014 jugó con el marplatense Juan Martín Díaz), cada año Bela, desde hace ya tiempo, inicia las temporadas con una frase diferente con la que busca enfocarse en su objetivo: mantenerse en la cúspide de este deporte. Siempre con una premisa: la máxima entrega. La misma que aprendió en Pehuajó y que desde 2001 despliega ininterrumpidamente en España, tiempo en el que consiguió su primer contrato que incluía casa, auto y dos clases semanales. Atrás empezaban a quedar las épocas en las que secaba al sol el grip de las paletas (en aquel entonces de madera, hoy de fibra de carbono) para iniciar en España, la meca de este deporte, una nueva vida sin desconectarse jamás de sus orígenes. “Mi viejo me decía siempre que no me podía dejar nada material, pero que me dejaba algo más importante: el apellido limpio. Y eso es impagable. Si cada día no entrenase como si fuera el último, sería irrespetuoso con los míos. Hoy me sigo tirando de cabeza por un punto y si no lo hiciese sería un desagradecido. Disfruto más de un día de entrenamiento a full que ganar un torneo. Disfruto mucho el proceso”.

–Hay un costado bielsista que pide la entrega plena pero choca con ese punto en el que Marcelo Bielsa dice que el fracaso es formativo. En tu caso, ganaste más de lo que perdiste…

–No. Yo he perdido mucho. Y aprendo más de las derrotas. En la vida de un deportista, el compañero cotidiano es la derrota. Son más los que pierden que los que ganan. Tuve la suerte de convertir lo excepcional, que es ganar, en algo habitual. El éxito sin autocrítica es mucho peor que todos los adversarios juntos. Necesito y me alimento de la crítica de la gente que me quiere. Entrás en mi casa y no hay un solo trofeo: no quiero que mis hijos vean eso. Dentro de casa soy su papá, no el jugador de pádel. Mi señora, que es odontóloga, no viene todos los días con una muela o un implante para lucirlo. Es su trabajo y el mío es el pádel. Y mis hijos tienen que acostumbrase a que soy jugador de pádel por un tiempo, pero voy a ser padre de ellos toda la vida.

–Tenés 38 años, decís que te quedan algunas temporadas más. ¿Cómo te gustaría que te recuerden?

–En lo profesional, como un trabajador. Lo mejor es haber sido la mejor versión de mí mismo como jugador. Y a nivel personal, como un tipo que voy siempre de frente. Eso hace que, tal vez, tenga más enemigos que amigos.

–Usás mucho una frase polémica: “O me querés o me odiás”, ¿por qué?

–Cuando era más joven llegué a pensar que debía ser más diplomático. Me decía “tengo que aprender de este y de aquel que siempre quedan bien”. Pero yo la diplomacia la asimilo con falsedad. Y ser falso va en contra de mis principios. Tengo la cualidad o el defecto de que cuando te quiero te lo hago saber. Con los que quiero voy a la guerra con cubiertos de plástico. Y tengo el defecto o la virtud de que cuando no te quiero también te lo hago saber. Me sale así, ¿cómo hago para exigirles a mis hijos que sean personas consecuentes con lo que piensan si yo no lo soy?

–¿Algo así como ser y parecer?

–Ser y parecer no me gusta. Son cosas que se contradicen. Cómo hacés para exigirle algo a tus hijos si vos decís una cosa y después hacés otra. Y esa mirada me preocupa un montón. A mí no me importa parecer algo. A mí me ves y ves lo que hay. No me esfuerzo en parecer algo. Soy como soy, no gasto energía en lo otro. No busco esforzarme en que alguien que no me conoce piense que soy un buen tipo. Cuido mucho a mi círculo íntimo. En la vida hay dos círculos, el interno que es el de uno mismo (familia y amigos) y el otro, el externo, que es el que no te conoce.

La pasión, la verdadera pasión de Bela, es el fútbol. Arropó desde muy chico la camiseta del Club Atlético General San Martín de Pehuajó. La roja y verde todavía lo cautiva tanto como San Lorenzo. Esos son los dos equipos que movilizan sus fibras más futboleras. Tanto que en 2004 se tomó un avión un viernes, llegó el sábado, comió un asado en familia y el domingo, enfundado con la camiseta de sus amores, vio a su equipo campeón por última vez de la Liga Pehuajense de fútbol.

–¿Qué diferencias hay entre el Nou Camp y el estadio Isidro Pujol?

–Muchas. En uno voy a ver a un club por el que simpatizo y en otro tengo el corazón. Una frustración es no haberme puesto la camiseta de Primera de San Martín. En 1999 jugué en la reserva porque me había aburrido del pádel. Eso fue hasta que Roby Gattiker (legendario jugador argentino) me llamó para ir a una gira juntos por España. Hacía 5 meses que no jugaba pero nos fue bárbaro. Ahí volví y no paré más.

En el estadio Nou Camp, justamente, el año pasado le rindieron homenaje por llevar de manera consecutiva, hasta ese momento, 14 años en lo más alto del ranking mundial. “Ahí lo pude ver a Lio [Messi] en el vestuario. La otra vez que lo vi y compartí un momento fue en un restaurante”, cuenta. Su lazo con el Barça tiene un responsable: Carles Puyol. “Con Puyi he roto la relación de deportista con deportista. Ya es algo personal que trasciende el deporte y compartimos cuestiones de familia”, dice. Otra de las personalidades del fútbol con las que tuvo vínculo cercano fue Johan Cruyff. “Con Johan he ido a comer varias veces. Jugábamos al pádel. Soy patrono de su fundación junto con Xavi, Puyol y Joan Laporta. Un tipo que en cada charla te dejaba un mensaje. Hablando siempre te dejaba algo y vos sólo tenías que escucharlo. Todas estas cosas todavía me cuesta asimilarlas. Como fanático del deporte es un privilegio que personas así te den espacio”, sostiene.

–Vivís en Barcelona, tenés una mujer catalana y tus hijos se crían allá. Como argentino, ¿cómo ves la crisis política por la independencia de Cataluña?

–Donde no se aplica el sentido común me cuesta mucho y la política tiene eso. Lo que está pasando en Cataluña es horrible, me duele muchísimo. Soy argentino y acá tenemos la pica entre los del interior con los de Buenos Aires, el de Córdoba con el de Rosario y así. Te puteás pero ponés una bandera argentina y nos unimos todos. Viéndolo desde afuera, allá hay 2 millones de personas que no se sienten españoles y hay otros 2,5 millones de personas que se sienten catalanes y españoles. Los 2 millones defienden su postura desde el sentimiento y los otros 2,5 millones defienden su postura desde la ley que no se puede romper. La relación de España con Cataluña quedó destrozada y a eso se agrega la ruptura entre los propios catalanes. Y eso es muy complejo y difícil de solucionar. Hay familias peleadas, amigos peleados. Allá es más grave que lo que pasa acá. Se llegó a un punto en el que no hay vuelta atrás. Este proceso arrancó hace 30 años y será muy complejo revertirlo.

Mientras observa cómo se apaga el grabador, toma un último mate casi lavado. Luego se despide para volver a meterse en la rutina, en su trabajo: el universo del pádel. Acaso, el que, parece, ya menos disfruta.