iAunque el Mundial de Rusia 2018 arrancará oficialmente el 14 de junio, las federaciones clasificadas comenzarán a jugarlo seis meses antes. Es que el 1º de diciembre ocurrirá en Moscú un hecho fundamental para la logística y la estrategia: el sorteo que determinará los grupos de la fase inicial: los primeros partidos y también las canchas en las se disputarán.

Rusia dispondrá de doce estadios repartidos en once ciudades, ya que la capital aportará dos: el legendario Luzhkiní, sede de los Juegos Olímpicos de 1980 (y donde Argentina venció al local días atrás), y el moderno Spartak, casa del equipo más ganador del fútbol doméstico. A excepción del asiático Ekaterimburgo (al otro lado de los Montes Urales, la barrera intercontinental), todos los demás estarán en la fracción europea. El objetivo es claro: volver amigables las distancias en el país más grande del planeta.

Sin embargo, hay un estadio que rompió esta armonía y, además, encendió alarmas geopolíticas. Es el de Kaliningrado, construido exclusivamente para el Mundial en un terreno retirado del resto de Rusia. Sucede que esta provincia habitada por un millón de personas y gobernada por el joven Antón Alojánov, de 30 años, está encerrada entre Polonia y Lituania, países que la OTAN incorporó en 2004 para aislar a una región que dista 400 kilómetros de la frontera rusa más cercana.

Se trata de un histórico territorio alemán ocupado luego de la Segunda Guerra Mundial por la Unión Soviética, que a partir de entonces la erigió en un enclave militar atemorizante: si algún día el Kremlin decide romper la tensa calma con la OTAN e iniciar el apocalipsis bélico en el Viejo Continente, probablemente no lo haga desde su capital sino detonando los poderosos misiles que cobija en este peón ruso dentro del ajedrez europeo. Es que en Kaliningrado –además de sus playas sobre el Báltico adoradas por surfistas– se encuentra una de las bases nucleares más poderosas de Rusia.

¿Por qué la FIFA aprobó como sede mundialista una zona de tamaño conflicto? Tal vez por la seguridad que ofrece, ya que tan sólo el ejército de Kaliningrado dispone de 18 mil soldados. O acaso sea por el alojamiento, pues el alcalde de la capital provincial –donde estará el estadio– le hizo a los habitantes el insólito pedido de “abandonar la ciudad en días de partido para que los turistas tengan mayores comodidades”.

El problema, en todo caso, será otro: los hinchas gasoleros que se alojen en el resto de Rusia y deseen llegar a esta ciudad por tierra deberán inevitablemente salir del país, atravesar Lituania y, por último, completar un engorroso trámite migratorio que suele demorar horas. Eso es lo que le ocurrirá con un 50 por ciento de probabilidades a los argentinos que planean morar en Moscú: Kaliningrado será anfitriona del B, el D, el E y el G, la mitad de los grupos iniciales de Rusia 2018.