Se conmemora el Día de la Tradición porque es el día del año 1834 que nació José Hernández, quien hizo muchas cosas importantes en su vida: periodismo, militancia y campañas políticas, actuación institucional, fue diputado, asesor de presidentes y gobernadores, participó activamente en las luchas federales. Pero si no hubiera escrito El Martín Fierro pocos lo recordarían. Sin duda es, de lejos, lo más importante que hizo, y es por ello que ha entrado, durable y firmemente, en la historia. Sin embargo, uno de los hechos de la literatura argentina que más sorprende y emociona es que el autor del poema nacional por antonomasia, el de nuestra Eneida, el de nuestra Chanson de Roland, termina sus días poco menos que despreciado por sus contemporáneos intelectuales y escritores y, sobre todo, desconociendo él mismo que ha entregado a sus compatriotas, presentes, futuros, una obra mayor. 

Es casi ignorado el conmovedor testimonio de don Joaquín Castellanos, poeta salteño en aquella época famoso y olvidado hoy, quien cuenta que, a principios de 1886 (el año en que muere José Hernández), el estado político de la sociedad era de relativa indiferencia y poca actividad de los partidos.”El de más movimiento –detalla–, porque contaba con mayor fuerza popular, era el que sostenía la candidatura del doctor Dardo Rocha para presidente de la República. Como representante de esa actividad política fue enviado a Salta a principios de aquel año don José Hernández. /…/ Las atenciones que se le dispensaron fueron dirigidas al hombre político. Al poeta no le tuvieron presente. La mayoría ignoraba, en aquel tiempo, hasta la existencia del poema Martín Fierro, cuya primera parte se había publicado diez años antes. Los pocos que allá conocían algo de la obra, la conocían solamente por los trozos popularizados y, sobre todo, por las frases criollas convertidas en dicho común, como aquélla de “va cayendo gente al baile”. /…/ A la hora de los brindis, el ministro y anfitrión (Avelino Costas) se levantó, y en vez del speach reglamentario, leyó, con entonación vibrante, una composición en verso que me estaba especialmente dedicada, y que él llevaba impresa en una hoja suelta. /…/ Después de leer sus versos, Costas habló en prosa en homenaje al otro obsequiado principal en la fiesta, a Hernández, pero sin mencionarlo sino de paso como poeta, y enalteciéndolo sólo como político y hombre de gobierno. Había sido un buen ministro de Hacienda de la provincia de Buenos Aires, y en aquel momento representaba el poder político más importante de la República en oposición a la influencia presidencial. /…/ El poema Martín Fierro no fue siquiera mencionado, como si se temiera ofender la susceptibilidad de un hombre serio, aludiendo a una debilidad de su juventud o a una futileza. /…/  Creían que los versos gauchescos de Martín Fierro eran una humorada de Hernández, como la improvisación de don Avelino Costas, que él denominó payada”.

José Hernández llevaba dentro este texto quizás desde la infancia, y él surgió, un poco casual, otro poco voluntariamente, en su exilio en Santa Ana do Livramento, tras la derrota de Ñaembé infligida a Ricardo López Jordán por las tropas nacionales dirigidas por el entonces teniente coronel Julio Argentino Roca. Allí, “a casa da rua Rivadavia Correa 262”, donde “era poeta e recitava versos de sua lavra”, fueron apareciendo las voces de sus connacionales, y él fue dejándolas hablar, cantar, contar, y también inventándolas a su modo. Es una de las causas principales de la alabada perfección del poema: recordó e incorporó el habla y las voces de sus “paisanos”, los modeló poéticamente y, en una transfusión y una amalgama que solo producen las grandes obras, el lenguaje común fue, después, tomando e incorporando el habla y las voces de El Martín Fierro. Hernández buscó y dio, así, con su propia voz, su tono, su escritura: un largo canto de más de siete mil versos, en el que se cuenta la vida de los campesinos gauchos en “la frontera” (el frente militar de lucha contra el indio nativo); la vida en las tolderías, donde los temores del poeta asoman, oscuros, desconcertantes, casi demenciales, y en La vuelta…, una vez en los alrededores de Buenos Aires, escenifica una payada construida en los límites de lo verosímil, que saca definitivamente al poema de una supuesta realidad y le insufla dimensiones metafísicas.

En los aspectos testimonial y social la intención alcanzó su objetivo, reveló implacablemente la situación del gaucho, esa carne de leva, y lo intolerable que debía ser para toda la sociedad que hubiese parias en su propia tierra, que para trasladarse de un lugar a otro en la llanura pampeana debieran tener un “pase”, carecieran de trabajo y paga fijos, perdieran su familia y sus pocos bienes a la primera trapisonda policial. El Martín Fierro, fue un poema escrito para denunciar la persecución del gaucho sin tierra, llevado a la guerra y la miseria por la fuerza, por los patrones y la policía, condenado a defenderse como un delincuente, despojado de su mujer y de sus hijos, de su solar y de todos los bienes materiales de este mundo. Justamente, a raíz de ello, el propio poema fue vapuleado y despreciado, y su autor, José Hernández, aunque muy popular, ninguneado como escritor de segunda categoría y, escribiente de “cosas del gauchaje”. Lo que, por su lado, favoreció la difusión, la admiración y hasta el afecto de los sectores concernidos, que eran una gran mayoría hacia la época.

Claro que no solo por sus intenciones tuvo eco el poema, y crecimiento y permanencia. Sino porque en su elaboración concurrieron la literatura clásica y la romántica, la española desde los orígenes y la gauchesca desde los primeros tiempos. Y lo que Hernández supo escribir y construir con eso. Porque amén de los clásicos, de la copla, del romance y las demás formas métricas de la poesía popular, están en el libro el cancionero, la novela picaresca y el teatro de los Lope, y respecto de la gauchesca es coronación, como contradicción y parodia, y como cierre. La más reconocida y la más admirable originalidad es la que mayor contacto con la voz y el canto establece: la versificación. A partir de una visión general binaria de la realidad y de una poética metafórica de lo parecido y lo diferente, sobresalen el uso casi uniforme de la rima imperfecta, el empleo del octosílabo como metro natural de nuestra lengua hablada y, singularmente, la célebre sextina hernandiana.

Batallador político constante, apasionado defensor de causas siempre perdidosas, denostado, perseguido, exiliado, numen de la fundación de esa “ciudad futura”, masónica y astral, La Plata (a la cual, además, dio nombre), José Hernández murió, al fin, ignorando que había escrito uno de los libros inmemoriales de la lengua, un libro que es, ya, memoria de la humanidad. 

* Escritor, docente universitario.