Autor de doce novelas, cuentos, relatos para chicos y poemas, el colombiano Evelio Rosero, también periodista, aunque incursionó por todos esos géneros, prevaleció como  autor de las novelas que comenzaron a aparecer en la década del ochenta. Tomó como referencias principales sus propios recuerdos de vida y su país, en particular su natal Bogotá. Consecuentemente el tema de la  violencia y sus marcas en los personajes, es recurrente en las narraciones. Así, en 2007, con Los ejércitos, logró el  premio Tusquets; para entonces ya le habían concedido en su tierra el premio nacional el año anterior. El manifestado interés por hablar de su patria, y con ello del  máximo prócer,  lo llevaron a componer La carroza de Bolívar, con una mirada crítica hacia la mitificación del Libertador, a cuyos últimos años se refiriera Gabriel  García Márquez en El general en su laberinto. Pero la sombra del autor de Cien años... no se cierne en Rosero. Eligió otro camino, el de una prosa acotada y sencilla, sin ninguna maravilla ni desmesura. Congruente con el propósito de conectar su escritura con sus experiencias, en su última novela nos encontramos con un narrador en primera persona, Heriberto Salgado (apodado Eri y que bien puede pensarse en sintonía con la  propia voz del autor), un hombre que se dedica a contar e indagar al extraño personaje que es Toño Ciruelo. 

A partir de que éste irrumpe en su casa después de muchos años, Eri desencadena en movimiento retroactivo la evocación de los inicios de la relación sinuosa que los fue juntando a lo largo del tiempo. Así aparece la  ciudad de Bogotá y la escuela  que compartieron donde Tonio no deja de mostrar su singularidad como si envolviera en sí algún oscuro designio que no sólo atrae a Eri sino también a otro estudiante, Fagua, con lo que se compone un trío donde siempre pivotea Ciruelo. Previsiblemente estos muchachos van a volcarse a alguna aventura, que aquí es un viaje a la calurosa Barranquilla en el que no faltan  dificultades ni los obvios temores y vacilaciones respecto de las relaciones sexuales, cuyos vericuetos involucran la relación entre los tres, incluidas hermanas, novias u otras mujeres que van apareciendo, también ellas con sus rarezas, todo esto referido muchas veces en diálogos o en las continuas preguntas que se hace el narrador. Los vínculos entre los personajes parecen siempre teñidos de una atmósfera entre sombría y desencantada, que se ve principalmente en la capital colombiana cuya fealdad se empareja con la menguada e irrisoria vida de quienes viven allí, políticos, curas, funcionarios y público en general. 

Toño, perteneciente a una familia de clase alta, aprovecha esta condición para desencadenar lo que su instinto destructivo le dicte, sea burlarse de la sociedad, intentar escandalizarla, y así siguiendo. Parte de su misterio, al menos para el que narra, es que logra hacer apariciones fulgurantes, esfumarse y reaparecer con sus eximias habilidades para engañar e intrigar. Reiteradamente el narrador oscila entre la atracción y el rechazo ante las extravagancias de Ciruelo, como fundar una granja de la libertad o hacer una muestra fotográfica en Bogotá, donde replica por exceso lo degradado de la ciudad y sus habitantes, en largas enumeraciones de todo lo horrible que ahí puede verse, capaz de perturbar a las conservadoras autoridades. Los episodios que tienen a Toño como factótum se suceden, son varios como los estudios que emprende o todo lo que relata, incluida su intención de convertirse en escritor, lo que lo aproxima al narrador, que por supuesto, escribe. 

La fascinante –para Eri y Faguas– personalidad de Ciruelo propicia que el segundo confiese que Ciruelo lo sedujo al punto de despertarle una pasión tan intensa que fue su ruina y motivo de que se alejase de una vez, con lo cual quedan, como al inicio, Eri y Ciruelo. A esta altura de la novela ya han transcurrido el “Libro Primero” y el “Libro Segundo”. Ahí entonces, Ciruelo, todavía no muerto, casi muerto (siempre está esa duda de qué pasó con él cuando no lo pueden encontrar, no se hallan datos o se las arregla para esconder su identidad), lleva consigo su cuaderno, y según dice el autor-narrador, “ahora es cuando empieza la historia”. 

El autor recurre al procedimiento novelístico de presentar el testimonio directo del protagonista de su historia incorporando post mortem lo que éste dejara escrito. En este caso un cuaderno con las íntimas reflexiones de Ciruelo. De nuevo el narrador Eri se mueve entre el deseo de tomarlo o dejarlo, no quiere leer y sí lee, hace algunos comentarios que describen el texto. El cuaderno parece escapársele pero en una escena un tanto fantasmal retorna a sus manos y así presenta el “discurso vil” del vil Ciruelo, que aunque quisiera escapar de ese destino, se revelará como un ser ominoso, más cerca dela maldad desnuda que de cualquier forma otra forma de la seducción.

Toño Ciruelo Evelio Rosero Tusquets 270 páginas