Hoy me desperté pensando en la baldosa. ¿Qué es una baldosa, un baldosón como este? Es esto que tenemos acá, muy duro y muy bello, y que en breves instantes va a estar pegado al piso. Y sí, en un punto no es nada más que eso. Pura materia muerta. Algo que en cualquier momento va a quedar tapado por el hollín de la ciudad. Pero bueno, uno también podría pensar, y por eso que me levanté pensando en la baldosa-baldosón, que es varias cosas más. Uno está siempre tentado de decir: es algo reparatorio, es algo reparatorio, es algo reparatorio. Un mantra tranquilizador. Y es entonces cuando uno empieza también a pensar: ¿puede algo como una baldosa, o algo un poco más grande, este baldosón, reparar algo de todo lo que pasó? Y no, claramente no. Pero por qué no. ¿Porque la baldosa-baldosón no es mi mamá? La baldosa-baldosón tiene el nombre de mi mamá ahí, pegado en letras blancas, pero claramente no es ella. Bueno, la verdad es que uno lo puede ver así. Pero también verlo solo así es un poco injusto. Es obvio que nada va a ser nunca mi madre. 

Hace un tiempo conversaba con Mariana Eva Pérez, alias la princesa montonera (si no la conocen deberían conocerla, es muy inteligente y creativa), y nos terminábamos poniendo de acuerdo en que cuando se habla de estas cosas reparatorias, para casos como el de familiares y amigos perdidos en condiciones tan dramáticas como todos ya sabemos que fueron (y son) las condiciones de pérdida de nuestros familiares y amigos desaparecidos, es muy difícil sentirse reparado. ¿Qué puede reparar semejante cosa? Sin embargo, pensamos, habría que ver, porque cuando uno piensa en reparar, piensa en eso, precisamente. Nadie espera que luego de romper una batidora, el reparador de batidoras te devuelva la batidora nueva. Lo roto queda reparado, nomás, y a la reparación, cada tanto, hay que retocarla un poco, incluso volver a repararla. Bueno, ya sabemos que los desaparecidos no son batidoras, pero cuando pensamos en reparación, y en si todo lo que pasó, y lo que pasa, es reparable, uno se puede componer un poco esa imagen de nuestra batidora rota en manos de un reparador de batidoras. Y creo que siempre es bueno quedarse con alguna imagen. La del reparador de batidoras poniendo todo de sí para que la batidora vuelva a funcionar no es una mala imagen. Y tampoco es una mala imagen la de todos nosotros ayudando a hacer esta baldosa-baldosón. Como si lo reparatorio no fuera la baldosa-baldosón, sino todos nosotros construyéndola y viniendo a pegarla hoy acá. Esa sí podría ser una imagen reparatoria. O Lo reparatorio. Y además, sería una reparación que incluye a mucha otra gente, y muchas experiencias que se reúnen para darle ocasión al acto reparatorio. No me quiero extender. Pero si pienso en imágenes, la imagen que más me va a quedar, de todo este acto reparatorio, y que sí es claramente una imagen de mi mamá (no mi mamá, lógico, pero sí una excelente imagen, como las que nunca tuve), es haber podido ver a las chicas y chicos de este colegio haciendo esa baldosa-baldosón, mezclando el agua con la arena y el cemento, desparramando la mezcla en el molde, emparejándola, etc. etc. Fue como verla a ella. Ella vino a este colegio y ellos también vienen a este colegio. Nunca vi a mi mamá en acción, o no la recuerdo. Y ahora los veo a ellos y puedo decir, un poco, abrazado al reparador de batidoras, gracias baldosa-baldosón, ya está, ya la vi.

* Texto leído en el acto de colocación de una baldosa que recuerda a su madre, Marcela Bruzzone Moretti, en la escuela en la que ella estudió: el Instituto en Lenguas Vivas Juan Ramón Fernández.