Si tuviera que ensayar un diario o abrir una bitácora de mi propia historia, comenzaría con un verso de Olga Orozco: “Estos son mis dos pies, mi error de nacimiento”. Así inicia la autora de Toay su poema “Sello personal”. Hace no mucho, esas palabras me interpelaban de manera directa, casi como un cross a la mandíbula. Cuando las leí por primera vez me tatué ese destino, me apropié de ese yugo, quizás porque la poesía me salvó en los momentos más opacos y cada vez que salía a la calle: el vértigo, la sensación de atravesar un campo minado eran cotidianos. Olga hablaba por mí, gritaba por mí, con ese puñado de palabras hacia mis piernas impares.
Y es que soy poeta y compositora y docente y feminista y periodista. Y también una persona con discapacidad. Me llevó años escribir esa oración, salir del clóset hacia la diferencia que me habita, aceptarme como mujer neurodiversa.
Ese pasaje, ese movimiento, me hizo sentir libre. Cambié a Olga por PIzarnik y me apropié de “la jaula se ha vuelto pájaro”. Mi cuerpa dejó de ser prisión y se convirtió en un vehículo fantástico, con defectos, claro; pero fantástico. La jaula se volvió pájaro porque admitir, entender, asumir, nombrar me dio la libertad de las gaviotas; esas aves blancas y grises que, en la adolescencia, se convirtieron en una obsesión a fotografiar.
Anfibia, zigzagueo entre la tierra y el agua. Soy nadadora y también repto, rengueo, ¿no tengo el don del equilibrio?, pasé dos operaciones en el Garrahan, edité libros, varias canciones, algunos tangos que me ayudaron a abrazar esto que soy, a dejar de “maquillar” mi realidad. El arte fue un puente para una deconstrucción profunda.
Ahora escribo en primera persona del singular, pero me abro al plural. Es que insisto, suele pasarnos a lxs disca o –como prefiero decir- a quienes tenemos diversidad funcional , que muchas veces ocultamos eso que somos, que nos esforzamos para que “no se note”, que disimulamos para encajar, para ser parte, para ser aceptadxs.
Pero no se puede tapar al sol con un dedo y la identidad es el sol. Las certezas a veces se mezclan con las preguntas: ¿por qué o para qué encajar en un mundo capacitista?, ¿quién mide la capacidad? , ¿quién define lo “normal”, lo “correcto”, lo “sano”? Cuando era chica, unos avisos del Consejo publicitario argentino, advertían: “imagine un mundo que no esté preparado para usted. Imagine un mundo donde usted no tenga las mismas posibilidades, donde hasta lo más simple sea siempre difícil” Tal vez en esos spots estaba la respuesta: el maquillaje, el ocultamiento eran estrategias de adaptación, de supervivencia.
Muchos años después tuerzo el rumbo, trazo un itinerario poético de la que fui, la que soy, ¿la que seré? Eso es incógnita, pero espero ser eco, como una piedrita lanzada al agua, reverberar y que alguien se lea aquí mientras leo a Marosa Di Giorgio: “Mi alma tiene miedo y tiene audacia”. Audaz me digo que no: no voy a entrar en el corsé de lo típico. Entonces inicio mi búsqueda, una búsqueda de palabras que, como trampolines me ayuden a volver a mi verdadera identidad.
Diagnóstico no es profecía
“Parálisis cerebral”. Ese es mi diagnóstico. Casi como las palabras iniciales de Olga esa díada titilaba en mí, como un mantra. “PC” resumían algunos médicos y yo me sentía una personal computer de los 90 con el tretris en amarillo y una extraña gama de negro. ¿Creí en el diagnóstico como pronóstico, como sino? Tal vez el peso simbólico de las palabras me atrapó, dejé que me atrapara y me paralicé mucho tiempo. Mucho, pero nunca demasiado.
Hoy, inspirada en las luchas feministas que abracé, busco formas amables de renombrarme, me encuentro con pares, hablo de la discapacidad para que en el algún momento no necesitemos hablar de ella, porque la sociedad habrá aceptado la riqueza que implica la diversidad.
No quiero romantizar nada, es complejo vivir con una discapacidad. En nuestro país cerca de 5 millones de personas integramos ese colectivo, 8 de cada 10 no tienen trabajo formal. Y no se trata aquí de odiar al mundo, ni de victimizarnos. No se trata sólo de nosotrxs. Se trata de construir un mundo para todxs, en toda la amplitud de esa palabra.
Mientras escribo esta columna, me llega un whatsapp. Me preguntan “¿qué cosas te gustaría que sucedieran para sentirte más abrazada por la comunidad en general?”. En lo macro anhelo políticas públicas que realmente nos incluyan, en lo laboral, en la salud, en lo vincular, en la planificación de los espacios urbanos.
No somos una minoría, sino una parte importante de la sociedad con miles de potencialidades: hacemos arte, estudiamos, amamos, luchamos por nuestros derechos y tanto más. En nuestra diversidad tenemos capacidades múltiples, ahí debería estar el foco.
Por otra parte, el abrazo más cardinal está en que nos vean, sin pena ni con etiquetas limitantes o infantilizantes, que nos vean y presuman la capacidad en lugar de la imposibilidad, que eviten la suposición y pregunten ¿qué necesitás? ante algunas barreras urbanas y humanas; que acompañen nuestra lucha para que más temprano que tarde dejemos de hablar de inclusión. Porque si se necesita incluir es porque antes se excluyó.
Nombrar es liberar
“(…) Me he dado el sí/un sí que tardó años en llegar /años de sufrimientos indecibles /de llorar con la lluvia/ de encerrarme en la pieza /porque yo -el gran amor de mi existencia-/no me llamaba/ no me escribía /no me visitaba” esto escribió Susana Thénon en “Canto Nupcial”. El poema es más largo y muestra un enorme empoderamiento. Lo elijo como coda de estas líneas, no porque tenga todo resuelto, aún me cuesta encontrarme en el espejo, pero no en los términos: soy neurodiversa, soy una mujer con discapacidad, nombro lo que soy, salgo del clóset, soy ésta y me habitan todxs los que son conmigo. Nombrar es liberar.
Imagino que Mary Oliver, escucha y me susurra “¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida? “ Luchar, cantar, construir, hablar, hasta que se caigan las etiquetas, hasta que nadie falsee su identidad para encajar, hasta que se borren todas las fronteras. Están todxs invitadxs.