Ciudad universitaria y foco cultural, La Plata es territorio fértil para la creación artística. Allí, rodeado de influencias, tránsitos y estímulos, se crió y construyó su canción Diego Martez, uno de los músicos más interesantes y movedizos de la última década. En la casa de su infancia, la banda sonora fueron los discos de clásica y jazz de su padre. Luego vino el rock. Pero la revelación más trascendental fue conocer las coplas de Leda Valladares. En su nuevo disco, Lo perdido, Martez hace convivir cuerdas, bombo legüero y bases electrónicas. “Folclore de otra era; una tradición proyectada al futuro”, definen desde el sello Concepto Cero. “Me pone muy feliz que se estén fusionando los músicos, los géneros y las edades. Me parece necesario, ¿por qué estar desunidos?”, entiende este cancionista que encontró lugar para su música tanto en la rockera Pura Vida como en la folklórica peña La Salamanca.

En Lo perdido, el platense dejó de lado la impronta acústica e intimista de No sirvas ahí la tormenta (2013) y se sumergió en una búsqueda estética que indaga en la música de raíz folklórica del norte del país (aires de vidalas y bagualas) pero que, inevitablemente, tiene su punto de partida en el rock y el pop. De todos modos, la canción es el elemento esencial en su obra, idea que se refuerza al repasar los invitados del disco: la versátil cantautora Sofía Viola, la voz pop de María Ezquiaga (Rosal), el canto ancestral y litoraleño de Charo Bogarín (Tonolec) y el toque mágico y misterioso de Shaman Herrera. “Son todos amigos; nos hemos encontrado en la canción”, sintetiza.

Shaman además se encargó de la producción artística y ayudó a Diego, quien ya tenía las canciones listas, a encontrar el sonido y definir un concepto oscuro y electrónico. “Si bien es un iluminado, Shaman tiene una oscuridad interesante. Puso mucho corazón en este proyecto, pero trabajamos a la par sobre la toma de decisiones y cuestiones estéticas”, cuenta Martez, quien en este disco se suelta más con la voz y llega a lugares profundos y viscerales.

La relación entre qué decir y cómo hacerlo fue un eje central. No es casual, de hecho, el título del disco. “Son historias de pérdidas y encuentros con otras personas: saber que ya estás grande, que tu viejo ya no está, que hay amigos que ya no van a volver ni en forma física ni espiritual. Y también sobre la pérdida de la inocencia y darte cuenta de que no vas a ser un pendejo toda la vida”, dice Diego. Y aclara: “Pero no es una cosa trágica o terrible. Intenté resignificar y reinventar lo perdido”.

¿Qué es para vos el folklore?

–Para mí es un descubrimiento, es hacerme cargo y querer que todos nos hagamos cargo de nuestra tierra y de toda la gente que tenemos alrededor. La música no es anecdótica. Cada lugar tiene su canto y su ser. Cuando era chico y empezaba a adentrarme en ciertas cuestiones musicales, por escuchar a Juan Quintero conocí al Cuchi Leguizamón y Ramón Ayala. Después me acerqué a ellos. Ojalá pueda ser un puente y que pibas y pibes, a través de una canción mía, se acerquen a las raíces folklóricas.

* Miércoles 10/1 a las 21 en Sheldon, Honduras 4969. Antes tocará junto a Ezequiel Borra (6/12 a las 21 en La Tangente) y a Pablo Grinjot (10/12 a las 20 en el CAFF).