Al desierto

Argentina/Chile, 2017

Dirección: Ulises Rosell.

Guión: Ulises Rosell, Sergio Bizzio.

Fotografía: Julián Apezteguia.

Montaje: Alejandro Brodersohn.

Reparto: Valentina Bassi, Jorge Sesán, Germán Da Silva, Alejandro Goic, Héctor Morales.

Distribuidora: Cinetren.

Duración: 94 minutos.

Salas: Showcase.

8 (ocho) puntos.

 

El espacio abierto y la cámara que procura abarcarlo. Esa relación entre el recorte al que obliga el recuadro y lo que le desborda está en la esencia misma cinematográfica, traducida en una de sus expresiones más puras: el western. El término remite no sólo al género narrativo, sino a una modalidad de relación estética, espacial, que excede las referencias geográficas o localistas de las películas. Por caso, allí está el spaghetti‑western, pero en verdad se trata de algo más, mucho más, y tiene que ver con asumir una atracción sísmica entre el movimiento que el cine captura y la vastedad de un horizonte inmóvil.

Con la Patagonia como escenario, Al desierto encuentra en Julia (Valentina Bassi) el resorte a partir de donde ahondar y exteriorizar. Es decir, ella es quien se examina y pregunta para encontrar respuestas o, mejor, una incógnita más profunda. A partir de allí, la acción, el cine. Vale decir: salir hacia la inmensidad del desierto, caminarlo, sufrirlo, dejarse herir, ver qué más hay, por allá, lejos, sobre el término de ese horizonte quieto.

La película de Ulises Rosell (Bonanza, El etnógrafo) procura este recorrido a través de una mujer que está, como ese horizonte lejano, también quieta. Atada a un trabajo mal pago, en un casino de confort prefabricado. Uno de los habitués le ofrece ir a trabajar en una planta petrolera; es así como Julia conoce a Armando (Jorge Sesán, premio al Mejor Actor en el Festival de Mar del Plata), y se embarca en esta alternativa que le significará varias cosas.

De esta manera, el límite que distinguiría lo que sucede o podría ser en la relación entre Julia y Armando se borronea de manera progresiva. El viaje en camioneta se hace largo, raro, toma recodos que no figuran en el mapa, mientras los contornos de la ciudad ya se desdibujan, quedan lejos. La velocidad del vehículo estira la tensión, vuelve inútil al teléfono celular, y tiende sospechas sobre el cometido de Armando.

 

El viaje en camioneta se hace largo, raro, toma recodos que no figuran en el mapa. La velocidad estira la tensión.

 

Tal vez se trate de un rapto. Tal vez sea otra posibilidad. Lo cierto es que los dos tendrán que valerse uno de otro para proseguir en ese derrotero del que se saben invariablemente compañeros. Algo ya trabajado por tantas otras películas; entre ellas, Figuras en un paisaje, de Joseph Losey, donde Robert Shaw y Malcolm McDowell se encuentran encadenados en una huida que sólo les permite seguir hacia adelante. El film de Rosell tiene rasgos similares, se estructura desde la misma premisa, que es direccional: hay que proseguir, porque sólo allí, al término del camino, podrá haber un reparo, un descanso, tal vez respuestas. Mismo camino, trágico, que transita la emblemática Busco mi destino, de Dennis Hopper.

Paulatinamente, la película de Rosell adquiere matices que la complejizan. Estos rasgos distintivos aparecen, paralelamente, en las figuras de los perseguidores o investigadores. Es decir, policías dedicados a dar con el paradero de Julia. Un dúo que es también réplica de otro lugar cinematográfico común: a caballo, en camioneta, a pie, la dupla ?comisario y compañero, el experimentado y el aprendiz‑ troca también en inquisidora. Persecución o búsqueda, que podría llegar a tener ribetes cercanos a los sufridos por Bonnie y Clyde, cuyo desplazamiento zigzagueante en el film de Arthur Penn culminaba por roer la caracterización criminal para dibujar un drama más profundo, de urgencia y escape imposible.

En algún momento, el lugareño que interpreta Germán Da Silva habrá de invocar las historias aquellas donde los indios llevaban a sus cautivas a la fuerza. Si lo que sucede es esto o parecido, no tiene demasiado sentido tratar de verificarlo. Eso sí, la relación estética entre gauchesca y western adquiere acá otro empuje, evidente. En cuanto a las intenciones de Armando, tal vez puedan dilucidarse. Ahora bien, lo más incómodo será indagar en las contrariedades de Julia, para dejarse llevar por sus arrebatos o intuiciones. Cuando el film logra llegar de manera explícita a esta instancia, su resolución no sólo será final de viaje sino también culminación introspectiva.

Además, por lograr este momento suspendido, Al desierto se construye como un melodrama, en donde sus personajes se saben atraídos y repelidos, y aun cuando puedan entender sobre lo inasible del asunto, habrán de insistir, porque saben que en ello les va la vida, ni más ni menos.