Las chicas salen de nuevo a la ruta, pero esta vez el gran escape no las lleva a recorrer la Patagonia sino el extremo norte de nuestro país, con una última parada en Brasil. La descripción precedente podría formar parte de una sinopsis más o menos inofensiva de una secuela disparatada, pero ¡Caigan las rosas blancas! no es una segunda parte cualquiera. Ni siquiera es una segunda parte en sentido estricto, aunque las protagonistas sean las mismas de Las hijas del fuego, la película de Albertina Carri que puso a dialogar dialécticamente los territorios del porno como formato, estética y política hecha carne y cine. Si en aquella aventura geográfica y genital la directora de Los rubios y Cuatreros ponía los cerebros y las lenguas en movimiento en un relato vital, lleno de dildos y vulvas abiertas de par en par -“una porno”, en su propia y engañosa definición-, en su nuevo largometraje las heroínas se embarcan en un relato multi genérico, proteico, mutante. Un viaje donde el cine dentro del cine se abre a la fantasía y en el cual tienen espacio la road movie, el vampirismo, la comedia, el body horror y hasta el musical.
Recientemente estrenada en el prestigioso Festival de Rotterdam, ¡Caigan las rosas blancas! llega sin demoras a un puñado de espacios INCAA, al Cine York de Olivos, el Helios de El Palomar y también a Malba Cine. En esa última sala se verá todos los viernes, a partir del 7 de marzo, siempre en el horario central de las 22 horas. Es el reencuentro de Carri con el formato de largo alcance luego de varios años enfrascada en proyectos editoriales y el notable mediometraje Palabras ajenas, iniciado durante los meses más duros de la pandemia. “Lo de la segunda parte fue un poco una trampa. Porque no lo es, claramente. Lo que ocurrió fue que se armó un grupo de trabajo y amistad y la idea siempre estuvo presente”. La realizadora no se encuentra en el país cuando conversa con Radar; está en Francia, aprovechando el reciente viaje a Holanda para ultimar los detalles de una inminente traducción al francés de su libro Lo que aprendí de las bestias. “A las chicas de Las hijas del fuego no las conocía antes de hacer la película, pero a partir del rodaje se forjó una relación de afecto. La verdad es que cuando la hicimos pensábamos que la iban a ver cinco personas. De hecho, yo quería tomar los pocos cines porno que quedan en pie en Buenos Aires y estrenarla ahí. Ese era el juego. No imaginábamos que iba a tener la circulación que finalmente tuvo, tanto en Argentina como en el resto del mundo".
Las hijas del fuego ganó en su momento, abril de 2018, el premio a la Mejor Película Argentina del Bafici. Como su contraparte en la Competencia Internacional, La flor, de Mariano Llinás, debería haberse estrenado comercialmente en los complejos de la cadena Village, pero eso nunca ocurrió del todo. Mal año para aquel premio especial y brandeado. ¿Cómo demonios programar en un típico shopping cinematográfico una película de más de trece horas de duración y otra con escenas de sexo no simulado? El problema fue la extensión, en un caso, y el contenido en el otro. “En realidad, se estrenó en una sala de la cadena, pero fuera de la ciudad de Buenos Aires y medio por obligación. Dos funciones y nos bajaron rápidamente”. Carri retoma el origen de su nueva creación y destaca cómo la idea de hacer una posible “Las hijas del fuego 2” estuvo dando vueltas durante bastante tiempo. “Siempre me negué a eso, rotundamente, hasta que un poco me engatusaron. Influenciada por Eugenia Campos Guevara, la productora, empezamos a trabajar con un equipo de coguionistas integrado por Agustín Godoy y Carolina Alamino, que además es una de las actrices. Lo primero que dije fue que no iba a volver a hacer una porno, que eso ya estaba hecho. Además, todo el mundo piensa que filmar una porno es divertidísimo, y la verdad es que no. Es un trabajo bastante duro filmar pornografía. ¿Qué hacer entonces con la misma gente, las actrices, pero también una parte del equipo técnico? Lo primero que pensé fue en correr un poco el tópico lésbico, que se naturalice, y que sea una película de aventuras. Ahí comenzó el juego y aparecieron esas obsesiones con los géneros cinematográficos, que desde luego me divierten, ya desde mi primera película. La subversión de los géneros. Lo de la segunda parte fue una excusa”.
BUSCO MI DESTINO
Violeta (Carolina Alamino) está filmando una “porno mainstream” (sic sinopsis oficial) luego de haber tenido éxito con una “porno amateur”, la película que se filma en Las hijas del fuego. La primera escena de ¡Caigan las rosas blancas! la muestra en pleno rodaje de una escena particularmente compleja, en la cual tres chicas cuelgan de sendos arneses a varios metros de altura. La directora pide más vegetación en la escenografía y las asistentes corren de un lado para el otro, pero nada parece convencerla. La camarógrafa observa y espera con paciencia y Carri se regala en ese fugaz personaje un cameo. De pronto, todo se va al diablo y Violeta se ausenta del set para nunca más volver. La ficción dentro de la ficción se ha paralizado y el regreso a Buenos Aires la encuentra fumando, leyendo y esperando a su amiga (y pareja absolutamente abierta), el personaje interpretado por Maru Marcet, Rosario. No pasará demasiado tiempo hasta que el cuarteto vuelva a completarse con Carmen y Agustina (Rocío Zuviría y Mijal Katzowickz, respectivamente), tomando en préstamo un desvencijado ómnibus escolar y los adelantos del sueldo de la realizadora por esa película que nunca llegará a destino. Entonces, a la ruta, a la aventura, hacia lo desconocido. O, más bien, a aprovechar una excusa infinitesimal, un amigo de Carmen que vive o está de paso en Misiones, para emprender un camino lleno de escollos, desafíos, desvíos y un destino final inesperado en un paraje con mucho de Paraíso y, tal vez, algo de Infierno.
Pasaron más de siete años entre una película y otra y Carri tiene algunas cosas para decir respecto de los procesos de realización. “Las hijas del fuego se hizo completamente por afuera de cualquier apoyo del INCAA. Totalmente alejada de los sistemas estatales de financiación. Fue muy curioso, porque después lo que pasó fue que el INCAA nos la pedía para proyectarla en espacios oficiales. Se exhibió mucho en esos lugares, pero la verdad es que cuando comenzamos a armar este proyecto no tuve ganas de dar esa discusión, una vez más en mi vida, con el Instituto”. La cineasta, entre risas, refiere a la famosa escena de su segundo largometraje, Los rubios, que describe las idas y vueltas con el comité asesor del organismo oficial a la hora de otorgarle financiación a la película. Si Los rubios distaba, y mucho, del típico documental tradicional sobre derechos humanos y los desaparecidos durante la última dictadura, Carri considera que no tenía tiempo ni ganas de ponerse a discutir “si Las hijas del fuego era pornográfica o no y si tenía o no que estar financiada por el estado. En el caso de ¡Caigan las rosas blancas!, cuando comenzamos con el proyecto el contexto no era el actual. Se filmó durante el final de otra era, aunque con un olor que se ya podía sentir en el aire. De todos modos, para mí era inimaginable esto que está ocurriendo ahora. Recuerdo haber conversado en su momento, finales de 2023, sobre los discursos negacionistas y pensar que eso que parecía una discusión saldada volvía a ser un tema. Que algo que considerábamos parte del consenso social volvía a generar discusiones. Creo que sigue habiendo consenso, que no está quebrado o roto; el tema es que tenemos un gobierno totalmente bully. Lo mismo con cuestiones ligadas a la diversidad sexual. No por nada tuvimos esa marcha multitudinaria, la respuesta cuando meten la mano en lugares inquietantes y súper ofensivos. Hay un pueblo que sale a responder”.
El humor es parte esencial del tono de ¡Caigan las rosas blancas! La veta sadomaso está presente en una escena temprana jugada por completo a la comedia y, más tarde, en una saga de inquietantes videos que una de las chicas no puede evitar consumir. Esto último ocurre cuando el cuarteto ya llegó a su primer destino en el norte argentino y una casa prestada comienza a ser asediada por un grupo de motos rugientes. Es el momento carpenteriano de la película, como si los seres de La niebla se hubieran transformado en motoqueros misioneros sin rostro, pero capaces de infundir un miedo profundo, primigenio. A esa altura del derrotero las mujeres ya han perdido de vista su medio de transporte original y en el futuro las espera un vuelo inesperado y otras mutaciones genéricas. “Me interesaba ver cómo la subjetividad de este grupo de personajes, y de cada una de ellas en particular, se iba modificando a partir de la idea del viaje, de la road movie. El viaje, el paisaje, es algo que ya se tematizaba en Las hijas del fuego, pero en este caso los géneros cinematográficos funcionan muy bien a partir de ese juego. Cada territorio trae una forma narrativa ligada a lo subjetivo. De pronto llega el miedo; en otro momento pasa algo amable y nos reímos, y ahí está la comedia; después nos invade lo documental. Hay momentos donde no podés salirte de lo real, por el tipo de territorio que es Latinoamérica, con sus crisis políticas, económicas y sociales permanentes. Y finalmente se llega a ese intento de ir hacia la fantasía, a la idea de inventar algo nuevo, de salirse de todos los registros anteriores. La película juega con lo vampírico, en el sentido de vampirizar el cine. Eso de “más plantas, más plantas” está totalmente copiado de La ricotta, de Pasolini. Y está el concepto de lo monstruoso, que es un poco la idea de este personaje que aparece sobre el final. Lo no-humano. Algo de Nazareno Cruz y el lobo, aunque en versión lésbica. Las cuatro chicas que se entregan a la bestia”.
LA CRISÁLIDA, EL VAMPIRO Y EL DINERO
Así como en Las hijas del fuego el reparto se completaba con la aparición de actrices reconocidas como Erica Rivas, Cristina Banegas y Sofía Gala, ¡Caigan las rosas blancas! incluye un segmento en el cual las Piel de lava Laura Paredes y Valeria Correa interpretan, respectivamente, a una mecánica automotriz y a su pareja y asistente en el taller. Carri admite que la “mecánica chonga” de Paredes viene transformándose en el hit de la película, uno de esos momentos gozosos y abiertos a la comedia que forman parte del relato. El poliamor que llevaba a las heroínas a una iglesia dedicada a San Morricone en la primera película encuentra en el Taller Mecánico La Pety otro santuario, aunque en este caso rodeado de herramientas del rubro, fierros, un poco de grasa y lubricantes. A la hora de dirigir a las actrices, Carri afirma no ser demasiado rígida con los diálogos. “Pero cambió mucho la manera de hacer películas: cada vez se trabaja a una velocidad mayor. Hay menos tiempo, menos margen en el rodaje. Hubo un trabajo de muchos meses con las actrices principales antes de la filmación, porque había que llegar con las cosas muy afinadas. De todas formas, lo que a mí más me gusta es precisamente la magia del rodaje, pero en la lógica de filmación actual la posibilidad del juego en esa etapa se está perdiendo un poco. Me parece grave, porque involucra al lenguaje cinematográfico en sí mismo. Por eso también se hacen cada vez más esas películas medio chorizo, estandarizadas. El guion de ¡Caigan las rosas blancas! fue escrito específicamente para las actrices, así que la dirección actoral fue relativamente sencilla, ya sabiendo de antemano qué podía dar cada una de ellas. Y luego comenzamos un entrenamiento justamente con las dos Piel de lava, una suerte de transmisión de la actuación en grupo. En esa etapa fue que decidimos que ellas dos tenían que formar parte de la película y así fue que invité a Valeria y a Chachi para hacer esos personajes. Fue muy divertido de filmar, para nosotras y para ellas.
¿Alguna vez te ofrecieron un proyecto desde una plataforma de streaming?
-¿Sabés que no?
-¿Te gustaría que te ofrecieran algo así?-
-Ehhhh, uhhhh, ummmmm (risas). En realidad nunca me ofrecieron nada directamente, aunque alguna vez me consultaron por alguna cosa. Hablando en serio, creo que la pandemia vino a cambiar completamente la estructura del mundo, y la industria del cine vivió un cambio existencial muy profundo con respecto a los materiales. La invasión de las plataformas y el tipo de cine que entregan se volvió muy easy going, podríamos decir. Un cine de la afirmación donde todo tiene que estar resuelto y no hay lugar para un espectador ya no digamos emancipado, pero sí al menos reflexivo o atento, al que no le entreguen todo resuelto.
Para hacer cine se necesita plata. Verdad de Perogrullo que a veces se olvida y que, en otras ocasiones, sobre todo en estos últimos tiempos, se pone de relieve como si fuera el único factor de relevancia, ubicando al hecho creativo en la misma categoría de la puesta en marcha de un kiosquito o una tienda de ropa. La inversión y los resultados. La directora de No quiero volver a casa y La rabia destaca que la cuestión del dinero también está tematizada en su última película. Eso es bien cierto, a tal punto que las protagonistas se detienen a la vera de la ruta a sacar plata de un cajero automático ubicado en el lugar más insólito. “Está el cine dentro del cine, que me puso un poco en crisis, porque es algo que ya he hecho, aunque creo que en este caso va derivando en otras cosas. También aparece la productora brasileña que le dice a Violeta lo que tiene que hacer, luego de salvarla precisamente con dinero. En algún punto era algo pendiente, porque con Las hijas del fuego mucha gente me hizo preguntas del orden de lo real. Por ejemplo, que la película no se hacía cargo de los problemas del poliamor. ¿Por qué se tendría que hacer cargo de eso si se trata de una fantasía, una utopía absoluta? Otra de las cosas que me marcaban es que las chicas no manejaban dinero. Bueno, ahí está la fantasía, porque el mundo real no existe sin dinero. Entonces, en esta película quería que el dinero estuviera presente, en varios sentidos. Entre otros, que el dinero es necesario para hacer cine, que existen las coproducciones, y qué implica esa arquitectura de producción. Finalmente, cómo a veces nos empantanamos en desastres justamente por ese esquema”.
Las chicas vuelan a San Pablo e ingresan en la última parte de la aventura, que las acercará a un paraje donde las posibilidades de una última mutación física y metafísica pueden hacerse realidad. Es la última estación de un recorrido extraño e imprevisible que, de alguna manera, concretiza ese pedido de “más plantas” del comienzo. ¿Espoilear o no espoilear? “Sin espoilearlo del todo. Igual, esto va en contra de mi teoría de que las buenas películas son inespoileables. La experiencia misma es lo que vale. Es serio ese tema, porque oblitera por completo la experiencia cinematográfica. La idea de que una película puede ser contada y ya... bueno, que no sea película, que sea un relato oral. Contemos cuentos”. Albertina Carri cuenta que el final siempre estuvo presente, y que siempre fue así. “Es una especie de llamado al cual las protagonistas acuden. Los cambios de género, las mutaciones en la subjetividad de las protagonistas, también van acompañadas de un cambio tecnológico. La máquina cambia. Las baterías, las conexiones, las cámaras. De algún modo la película va al encuentro de algo cada vez más artesanal, por eso aparece esa cámara Super-8. La pérdida de conectividad, ese despojo, van en el mismo sentido. Puedo dar mi opinión sobre el final: hay un llamado de lo mágico, lo espiritual, la fantasía. La Gran Metamorfosis”.
NOTAS DE INTENCIÓN
Por Albertina Carri
Enero de 2025.
O inventamos o erramos. (1828, Simón Rodriguez).
Hay que ser muy valiente para ser mariposa en un mundo lleno de gusanos.
(2005, Lohana Berkin. Activista travesti trans).
Se hunden, por un instante parece que se debaten hasta que las asfixian las capas superpuestas de las plantas. Después todo se calma, solo quedan hierbas agitadas por el viento. El triunfo de la vegetación es absoluto. (2010, El mapa y el territorio. Michel Houellebecq).
“O inventamos o erramos“ es una máxima esgrimida por el filósofo y pedagogo venezolano Simón Rodríguez en el año 1828. Se refería a qué no se podía imponer una academia española en Latinoamérica, sino que había que buscar nuevas formas pedagógicas, acordes a las necesidades de este, nuestro territorio. Es una invitación decolonial y a su vez una apuesta política y filosófica sobre un territorio que ya vivía en la dictadura de lo real. Los más de trescientos años de intenso genocidio no solo dejaron un saldo en víctimas materiales -comunidades exterminadas con pestes e imposiciones teológicas y morales mediante violencia física y simbólica- sino que también fueron el abono para las formas narrativas en las que se basó el relato latino. Las tendencias estéticas en el campo cinematográfico fueron de lo documental a la ficción hermenéutica y permitiéndose en muy aisladas ocasiones un punto de fuga hacia la fantasía. El legado de Rodríguez, que podría reescribirse “o inventamos o inventamos“, fue consumido en las urgencias de lo real a causa de esa violencia sistémica que continuó -continúa, en formatos tal vez más postproducidos- con algunas elipsis más o menos erráticas. ¿Fugarnos hacia la fantasía, sublimar la carga histórica que pesa sobre nuestros hombros de cineastas, mutar hacia lo desconocido, será una forma de doblegar a esa dictadura impuesta por el trauma? ¿Será acaso este el tiempo de volcarnos hacia lo lúdico y hacia la errancia de la invención? Metamorfosearme en otros bichos narrativos y en otras formas del relato, ¿podría ser un modo de rescatar el archivo de lo no dicho o el archivo de lo olvidado? ¿El mundo podría ser otro si nos plegáramos a formas y condiciones más sensibles?
Intuyo algunas respuestas posibles a estas preguntas que se hace ¡Caigan las rosas blancas! Tal vez alrededor de esos escenarios intuidos, pensados, fantaseados, deseados, es que construimos este nuevo viaje. Con gran parte del equipo de trabajo con el que realizamos Las hijas del fuego nos embarcamos ahora hacia un territorio misterioso y, usando los géneros cinematográficos como los marcos para la metamorfosis a la que nuestras crisálidas se ven expuestas, hacemos arraigo en nuevos interrogantes. Las mutaciones de los personajes obligan a la narración a acompañar esa metamorfosis con la cadencia que tiene cualquier proceso orgánico. Como la hierba que devora los deshechos humanos o como el capullo que se hace flor o como el gusano que se alimenta para luego envolverse en seda y convertirse en un insecto completamente diferente: una mariposa que no sabe volar. ¡Hasta que vuela!