"Esta es una obra maestra”. La entusiasta afirmación es la frase final de la reseña literaria de Publishers Weekly acerca de Melvill, novela de Rodrigo Fresán publicada por la editorial estadounidense Open Letter, con la que ganó la tercera edición del Premio República de la Conciencia 2025, un reconocimiento destinado a la ficción editada por pequeñas editoriales de Estados Unidos. La misma novela, que explora desde la ficción la relación de Allan Melvill con su hijo Herman Melville, el autor de Moby Dick, es finalista del premio National Book Critics Circle, en la categoría Gregg Barrios al Libro en Traducción, cuyo ganador se anunciará en Nueva York el próximo jueves 20 de marzo. En abril, el escritor publicará El pequeño Gatsby, un libro de ensayos sobre la emblemática novela de Francis Scott Fitzgerald.

En Melvill, editada en 2022 por Literatura Random House en la Argentina y España, Fresán, columnista de Página/12, se concentra en un momento de la vida de Allan Melvill, cuando cruza a pie el río Hudson congelado, para bucear en la relación entre un padre moribundo y un hijo de 12 años que escucha, tomas notas y registra un monólogo alucinado, que vuelve una y otra vez sobre un tema recurrente en la obra del escritor argentino: el momento fundacional en que un niño deviene escritor.

“Magnífica prosa”

“Al abrir Melvill, de Fresán, los lectores sabrán que este libro es para la mente, por sus notas al pie de página”, plantea el profesor y teórico Dorian Stuber, uno de los miembros del jurado. “Pero cuanto más se adentre en su magnífica prosa, con la traducción vertiginosa de Will Vanderhyden, verán que también va directo al corazón. Fresán imagina al futuro ballenero y pequeño escritor al pie del lecho de su padre enfermo, escuchando al hombre contar historias febriles de su vida, historias que el niño luego extraerá para sus obras”. Para ampliar sus reflexiones, Stuber agrega: “Qué satisfactorio que la historia del surgimiento de uno de los grandes escritores estadounidenses la cuente un argentino que vive hace décadas en España. Porque Melville, como Estados Unidos, es de todos”.

“No tengo mucha conciencia (y no sé si quiero tenerla) de cómo me consideran o me pueden ver los lectores, los críticos o los académicos”, dice Fresán desde Barcelona, la ciudad que en 1999 eligió para vivir. “Cuando me siento a escribir no me pongo metas, en el sentido de que voy a escribir una gran novela. Ni siquiera pienso en términos de género, si estoy escribiendo una gran novela. Mis preocupaciones son otras. Me interesa contar una historia y fundamentalmente escribir con estilo; que haya algo más que una trama”.

 

Los organizadores del premio “República de la Conciencia” señalaron sobre Melvill, la novela premiada, que es “una obra maestra de uno de los escritores más ambiciosos del español”. El énfasis puesto en la ambición podría ser un modo de señalar que quizá ya casi nadie aspira o pretende escribir “la gran novela” en español. “Vivimos tiempos en los que hay una necesidad muy grande de volver a leer y a imaginar. Yo necesito meterme profundamente dentro de algo por largas distancias y preocuparme más por la construcción de una frase. Eso es lo que me interesa cuando leo y cuando escribo. Todos mis libros tratan del tema más transgresor que puede existir hoy en día que es leer y escribir; pero leer y escribir no como equivalente directo de la pantalla de un teléfono”, aclara el autor de Historia argentina, La velocidad de las cosas, Jardines de Kensington, El fondo del cielo, el tríptico compuesto por La parte inventada, La parte soñada y La parte recordada y El estilo de los elementos, entre otros títulos.

Un escritor excéntrico y central

No sabe muy bien cuál es el atractivo principal que tuvo la recepción de su novela Melvill en Estados Unidos. “Supongo que la figura de Herman Melville les produce una inmediata curiosidad, sobre todo cuando aparece observada por alguien extraño o extranjero, por un argentino. Lo mismo pasó un poco con Jardines de Kensington en cuanto a James Matthew Barrie”, compara Fresán. El escritor reconoce que la relación entre un padre y un hijo siempre funciona en la ficción, y tiene un valor añadido porque es un vínculo universal. "Todo partió de esa imagen de un hombre cruzando un río helado para volver a su casa, perseguido por las deudas. De hecho era algo que ya había mencionado en La parte recordada como proyecto frustrado de mi personaje, un escritor que ya no puede escribir, y lo dejé asentado ahí casi como para patentarlo y reclamarlo para mí a futuro, porque tenía terror de que a alguien se le ocurriese hacer algo con eso. Por suerte no se le ocurrió a nadie y pude escribirlo yo antes”.

El autor de Moby Dick y Bartleby, el escribiente es “un escritor muy excéntrico que se vuelve central siendo excéntrico”, subraya Fresán. “En Moby Dick está todo lo que había dado la literatura hasta entonces: la Biblia, El paraíso perdido, Shakespeare, y también está preanunciado todo lo que vendría después. En un momento del libro trazo una especie de símil juguetón con el Álbum Blanco de los Beatles; blanco como Moby Dick, que funciona un poco igual: todas esas canciones se nutren de lo que había sonado hasta entonces y anunciaban todos los estilos por venir. El caso de Melville me resulta paradigmático, como Fitzgerald, un escritor que también murió un tanto olvidado y que fue redescubierto después, cuando los lectores se pusieron finalmente a su altura”, reflexiona el ganador en 2017 del Premio Roger Caillois a la totalidad de su obra por ser “un escritor atípico, transgresor e ineludible”.

El traductor Will Vanderhyden quedó hipnotizado con la narrativa de Fresán cuando lo leyó por primera vez. “Él me llevó a la editorial Open Letter, estaba haciendo un posgrado y se entusiasmó mucho con El fondo del cielo, la tradujo por su cuenta y se la pasó a Chad Post, que es el editor”, recuerda Fresán cómo empezó el vínculo con Vanderhyden, que ha traducido también La parte inventada, La parte soñada y La parte recordada. “Me conoce mejor que nadie estilísticamente. Yo leo en inglés y podría escribir también, pero ya no me preocupo siquiera en revisar sus traducciones. Contesto sus preguntas que siempre son muy justas, muy acertadas, muy pertinentes, nada molestas y no demasiado numerosas”, cuenta el escritor. Y enseguida aporta una anécdota que ilustra esa confianza hacia Vanderhyden, con quien obtuvo conjuntamente el prestigioso premio literario estadounidense Best Translated Book Awards en 2018 por The Invented Part: “Cuando tradujo el primer libro, se lo pasé a John Banville, el escritor irlandés que para mí es el más grande estilista en este momento del idioma inglés. Él me dijo que la traducción le parecía excelente. Si a Banville le parecía excelente, ya no tenía nada que hacer ahí. Con mi traductor tengo una confianza absoluta y una entrega total”.

La alegría de escribir

Lejos de la iconografía del escritor que padece la escritura, que la sufre como si estuviera aquejado de una especie de “enfermedad terminal”, Fresán se ha encargado de afirmarse desde el goce de escribir. “Yo siempre la pasé muy bien escribiendo. No tengo recuerdos de momentos sufridos, más allá de esos pequeños instantes, que no dejan de ser muy gozosos, cuando se plantea una dificultad o una duda, hasta que finalmente se resuelve. Los escritores argentinos siempre escribieron divirtiéndose mucho, los escritores que más me interesan y más me formaron (o deformaron). Borges escribía con una enorme felicidad, lo mismo que Cortázar o Bioy (Casares). Hay una alegría intrínseca en la ficción argentina, tal vez como reacción, como antídoto y como punto de fuga a una no ficción que no suele ser muy feliz”.

El 10 de abril se celebrarán los cien años de la publicación de El gran Gatsby y a las librerías del país estará llegando un “librito” de ensayos de Fresán titulado El pequeño Gatsby. “A la novela de Fitzgerald la leo una vez al año -confiesa el escritor-. Me parece una de las obras más didácticas, que más te enseñan como lector y como escritor. Su construcción es perfecta, su trazado de personajes es sublime y por encima de todo la figura de Nick Carraway, el verdadero protagonista, es para mí el ejemplo paradigmático y absoluto de eso que se llama el narrador poco confiable, que es lo que más me interesa. No creo que haya ningún narrador confiable en la historia de la literatura”.

 

A pocos días de viajar a Nueva York para participar en la ceremonia de entrega de los premios del National Book Critics Circle, Fresán está revisando una novela que tenía terminada antes de Melvill a la que define como “una especie de hermana siamesa de El fondo del cielo”, pero como tenía un perfume distópico y llegó la pandemia del Covid en 2020 la dejó en pausa. “Por eso me fui justamente al siglo XIX, lo más lejos posible de aquel presente pandémico”, explica el volantazo temporal que pegó con Melvill. Está escribiendo unos cuentos “bastante breves” siguiendo un programa de escritura con reglas “libremente despóticas”. También está armando un libro de ensayos con sus fetiches musicales, cinéfilos y literarios, Bob Dylan, The Beatles, David Lynch, Stanley Kubrick y Kurt Vonnegut, entre otros. El escritor de 61 años también está preparando un libro “un poco más extraño” y complejo de explicar. “Creo que será uno de esos libros que habrá que leer para entenderlo y que no se puede contar demasiado de antemano, que finalmente son los libros que más me gustan”, concluye.